A los catorce años, una adolecente campesina acepta viajar hacia una ciudad de madre de Dios donde una familia la contratará para que trabaje como cocinera. La muchacha llega, pero en el camino dos mujeres le preguntan a qué ha venido. Una le ofrece el doble por el mismo trabajo. Ella acepta. Acaba en un cuarto, bajo candado. A su izquierda y a su derecha hay otras muchachas, en otros cuartos, con otros candados. Una de ellas es de su pueblo. Le dice que no volverá a salir de allí. Que no debió ir de frente a donde la mandaron. Que ahora trabajará de prostituta.
En Lima, un hombre quiere apoderarse de una organización de vendedores ambulantes de un centro comercial. Su idea es aniquilar a la dirigente. Para lograrlo, contrata a su propio hijo de 14 años como sicario.
Una vedette de televisión tiene dos ex enamorados, los dos han muerto con balas en la cabeza. Supuestamente son suicidios. Ambos eran narcotraficantes.
Una organización que se dedica a la extorsión, que estafa al Estado mediante cartas fianzas sin validez y abandono de obras ganadas en licitaciones, sobre las cuales se dieron adelantos, cuenta entre sus contratados a más de un centenar de policías, fiscales y jueces.
Todo esto sucede ahora, en el Perú, y mucho más. Madereros ilegales asesinan a un dirigente selvático que quiere evitar la deforestación. Un Ministro de Economía propone una norma que ha sido dictada por una transnacional para proteger sus intereses. Un congresista aparece en fotos con narcotraficantes, a uno de ellos le alquila una mansión.
La realidad social peruana vista así no nos da motivos para sentirnos optimistas. En medio de esto, remamos, personalmente sabemos hacia donde queremos ir: la felicidad, una prosperidad económica, una vida feliz para nuestros hijos, sabemos que eso queremos, el común de las personas eso es lo que quiere.
Pero, ¿en qué momento te toparás con un congresista que te regala juguetes para que votes por él y te trata como a un mendigo? ¿O cuándo ocurrirá que te ofrecerán darte una licitación en alguna municipalidad a cambio de dejar el 10% de comisión para el alcalde?
Me pregunto si el común de las personas es capaz de sustraerse a esta situación que atrapa a la sociedad peruana como el cáncer al organismo de una persona con metástasis.
Pero, aun cuando se pueden contar historias con finales felices, la pregunta sigue siendo ¿qué tan feliz?
Esa chica secuestrada, no acabó como esclava sexual. Su familia reportó que jamás había llegado a su destino y comenzaron a buscarla. Como el pueblo era pequeño, rápidamente supieron donde había ido a parar. La policía no hizo nada. Ni siquiera se atrevían a ir a donde estaba ella, lugar donde había además, medio centenar de niñas secuestradas.
Un familiar de la niña era un minero ilegal con algunos recursos. Tuvo que pagar un rescate. La niña salió del lugar con la cabeza encapuchada para que no viera a nadie más de la organización.
Esa muchacha, es ahora una mujer que ha sabido organizar a su pueblo para desarrollar actividades económicas que los están sacando de la pobreza. Apenas con su secundaria, y capacitaciones de ongs comprometidas con el desarrollo humano, se ha vuelto una líder reconocida a sus escasos veintidós años.
Parece una historia feliz. Pero recordemos que había una chica de su pueblo en el cuarto contiguo. Esa chica quizá sigue allí, en ese cuarto, esclavizada, trabajando.