Viaje a la semilla asháninka

El plato especial de esta tarde es sachavaca ahumada. El tío de Olga Escual (42), un asháninka viejo y sabio, la cazó ayer con su carabina cerca de la quebrada Tiveni y ahora el animal, convenientemente destazado, está suspendido sobre una fogata de leños que Olga y su amiga Gloria avivan agitando cartones.

–Chiquito es, maltoncito, dice Gloria, en cuclillas, mientras la carne de la sachavaca adquiere una apetitosa textura crocante. Olga nos sirve masato y una generosa porción de yucas sancochadas. Todo huele muy sabroso.

Hace un calor agradable en la cabaña de Olga, en la parte alta de Tinkaveni, un anexo de la comunidad nativa de Tsomaveni, en la provincia de Satipo, departamento de Junín. Para llegar aquí desde Lima hay que viajar 11 horas en bus hasta Satipo, dos horas más en auto hasta Puerto Ocopa y desde allí navegar por cinco horas el río Ene, a contracorriente.

Este es el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem). Tan lejos de la capital, en términos de accesibilidad geográfica, como lo están Estambul o Ámsterdam, pero dentro del Perú.

Hace medio año, Olga vivía en la parte baja de Tinkaveni, pero enfermó y un curandero le dijo que si quería sanar debía irse. Así que se mudó para acá. Con el tiempo la siguieron sus hermanos y otros familiares. Ahora están pensando crear su propio anexo.

No es una mujer cualquiera, Olga. Ella fue la primera presidenta de Kemito Ene, la asociación de productores de cacao que creó en 2009 la Central Asháninka del Río Ene (CARE), para ayudar a los nativos de la cuenca a producir cacao en mayor abundancia y con mejor calidad.

Pese a la idiosincrasia machista de los asháninkas, Olga supo hacerse respetar. Quizás algo tuvieron que ver sus rasgos duros y su severidad. Su lugar nunca ha estado detrás de su marido –de hecho, es soltera– como suele ocurrir con las mujeres de esta etnia. Ella siempre estuvo al frente.

Hoy lunes por la tarde, su lugar está en su chacra, donde nos enseña los ejemplares de cacao criollo y de injerto CCN51 que cultiva con mucho éxito. Aurora Lume (30), la gerente general de Kemito Ene, que nos está guiando por la cuenca en este viaje, mira las plantas y se queda admirada.

-¡Bastante tienes!

Olga es una de las principales productoras asháninkas de cacao no solo de Tinkaveni sino de todo el valle. Mientras que las plantas de cacao suelen dar 25, 30 mazorcas por cosecha, las de Olga dan el doble, gracias a la asistencia técnica que le ha dado Kemito Ene. El 2013, ella le vendió a la asociación más de 700 kilos de cacao. Su vecino, Javier Ponce (28), al que todos llaman ‘Jokari’, vendió casi mil.

Antes de la creación de Kemito Ene, la vida de Olga, ‘Jokari’ y de otras decenas de asháninkas cacaoteros de la cuenca era muy diferente. Producían poco y lo vendían a intermediarios que los engañaban al calcular el peso y les pagaban precios irrisorios. Por si fuera poco, esos mismos comerciantes les vendían víveres y enseres con sobreprecio. Los nativos se volvieron desconfiados.
Tres años después de la llegada de Kemito Ene, han empezado a confiar de nuevo.

Ahora mismo, caída la noche, los cacaoteros de Tinkaveni han llevado su producto a las orillas del río, donde Aurora está acopiándolo.

Olga ha entregado 123 kilos. El dinero que recibe le sirve para pagar la primera cuota de la motoguadaña que la asociación le ha ayudado a adquirir. ‘Jokari’ también se ha comprado una motoguadaña y un motor para el peque peque con el que transporta los víveres a la tienda que su mujer tiene en Boca Anapate.

Microempresarios, al fin y al cabo. Algo difícil de imaginar para quienes ven a los asháninkas solo como peruanos a los que su condición de víctimas de la violencia política los acostumbró a estirar la mano y esperar la ayuda estatal.

Microempresarios. Trabajadores. Peruanos que surgen.

UN PUEBLO DIEZMADO
Ninguna comunidad étnica padeció la crueldad de la guerra interna como la asháninka. Ninguna otra. Fueron desplazados, asesinados y esclavizados por Sendero Luminoso. La Comisión de la Verdad y Reconciliación calcula que murieron 6 mil individuos de un total de 55 mil. Más del 10% de la población.

Y mientras el resto del país se pacificó, los asháninkas, y los colonos del Vraem, siguen conviviendo hasta hoy con los rezagos del narcoterrorismo y con las poderosas firmas del narcotráfico.

Pensaba en todas estas cosas cuando la mañana del domingo iniciamos este recorrido por el río Ene, en un bote llamado ‘Nandito II’, guiados por Aurora Lume y acompañados por especialistas de CARE y de Kemito Ene, rumbo a las comunidades nativas a las que están ayudando a salir de la pobreza.

Partimos de Puerto Ocopa. Después de breves paradas en Puerto Asháninka y Pichikía, desembarcamos en la comunidad de Boca Saniveni, donde Aurora llevó a cabo el primer acopio de cacao.

-‘Matzaro’, ‘Matzaro’, saludaron los asháninkas a Aurora. Es su apelativo y quiere decir «mujer delgada». Se lo pusieron hace años, cuando esta ingeniera forestal, de maneras rudas y ácido sentido del humor, comenzó a recorrer los pueblos del Ene.

En Boca Saniveni, en medio de una charla rociada de varias vasijas de masato, conocí a Teodoro Ríos (48). A fines de los ochenta, Sendero se lo llevó a él, a su familia y al pueblo entero al monte, como hizo con muchas comunidades asháninkas en lo que se dio en llamar ‘retiradas’. Después de años de esclavitud, los nativos escaparon. Recién en los noventa volvieron para repoblar Boca Saniveni.

Gracias al cacao que le vende a la asociación, Teodoro ha podido comprarles ropa y útiles escolares a sus hijos. Incluso, lo han elegido presidente del comité de Kemito Ene en la comunidad.

Pasamos la noche acampando en la playa de la comunidad de Pamoreni, unos kilómetros río arriba. Aurora tuvo que cocinar en una de las ollas que iba a entregar al día siguiente en Boca Anapate. Era una noche calurosa. Pero una lluvia rebelde nos sorprendió en la madrugada.

HISTORIAS DE VIOLENCIA
El lunes al mediodía, Aurora desembarcó los víveres, herramientas y enseres que la comunidad de Boca Anapate le había encargado. Kemito Ene no solo capacita a los productores y les compra su cacao sino que, además, les ayuda a comprar las cosas que necesitan a precios justos.

Cuando desembarcamos el juego de ollas, nos dimos cuenta de que una de ellas todavía contenía los restos de nuestra cena anterior. Pero la mujer de ‘Jokari’, que estaba en el puerto, resolvió las cosas expeditivamente: cogió un puñado de barro y la sobó y sobó hasta que le quitó el tizne. La olla quedó brillante y el comprador, feliz.

Pasamos el resto del día en Tinkaveni, con Olga, y cuando apareció la luna volvimos a Boca Anapate, para dormir.

Pero ahora es martes, ha amanecido, y los fogones con yucas se han encendido delante de todas las cabañas. Hay un delicioso olor a hierba fresca, a tierra mojada. Después de mucho tiempo, Boca Anapate parece vivir en paz.

Llega Gamaniel López (43) de su chacra. Trae un saco lleno de sabrosos frutos llamados pijuayos que quiere enviar a su prima, Ruth Buendía, la presidenta de CARE.

Gamaniel es un sobreviviente. En el 87 Sendero llegó al pueblo y les dijo a los mayores que si los ayudaban a pelear contra el Ejército y los «gringos» tendrían carros, aviones, mucha plata. Toda la comunidad se fue al monte, cerca de Vizcatán. «Comíamos hueso, culebra, tierra», cuenta ‘Gama’. Vio cómo mataron a su tía a cuchilladas solo porque no podía ir a sembrar yucas debido a que acababa de dar a luz. Después de tres años de esclavitud, su familia logró escapar. Llegaron casi famélicos, con varios miembros de menos, entre ellos su padre, a la base de Cutivireni. Gamaniel se hizo rondero y combatió a los que antes lo habían engañado. En el 2005, los pocos sobrevivientes del antiguo Boca Anapate volvieron al pueblo para resucitarlo.

Pero ahora son otros tiempos. Gamaniel es uno de los mejores productores de cacao del Ene. Este mediodía le entrega a Aurora dos sacos de 93 y 40 kilos. ‘Matzaro’ examina las semillas y elogia su calidad. Le paga 896.40 soles. Con ese dinero, Gamaniel abona la primera parte de los 1,700 soles que debe pagar por la motoguadaña que compró a través de Kemito Ene. Es posible que en el próximo acopio, en mayo, cancele toda la deuda. Su siguiente meta es comprar una motosierra. Tiene una chacra de cuatro hectáreas pero quiere ampliarla.

Está pensando en grande.

EL SALTO DE KEMITO ENE
Gracias al cacao, Boca Anapate y el resto de comunidades asháninkas del Ene están resurgiendo, sí. Pero la deuda social con estos pueblos sigue siendo muy grande.

Mauro Mendoza (37), el jefe de la comunidad, me dice que necesitan un puesto de salud con urgencia. En los últimos años han muerto varios comuneros debido a que no había recursos para trasladarlos al puesto más cercano, en el centro poblado Morales. El año pasado, un niño se murió porque el técnico de Morales no quiso venir a atenderlo.

También necesitan un colegio secundario. Hay 31 chicos que todos los días arriesgan sus vidas cruzando a nado o en precarias balsas el río Anapati para ir a la secundaria del centro poblado Puerto Anapati. Solo hace unos meses a una niña se la tragaron las aguas. La semana pasada Gamaniel fue a Mazamari a buscar un profesor que quisiera venir a este colegio pero no encontró a ninguno.

Un comunero, cuyo nombre mantendré en reserva, se quejó de que el Ejército «no hace nada» para combatir a los rezagos terroristas que recorren la provincia y menos para enfrentar a los narcotraficantes. Contó que un vecino fue a la base militar a denunciar que cerca de su chacra había una pista clandestina para avionetas. Le dijeron que no podían hacer nada porque «el gobierno no los había autorizado».

A pesar de que la hoja de coca, tan rentable en el Vraem, parece una tentación permanente, los asháninkas no están dispuestos a sumarse a la cadena del cultivo ilícito. Mauro lo deja en claro.
-Los asháninkas no sembramos coca. Por la coca vino Sendero Luminoso. Nuevamente eso no vamos a dejar.

Cuando Kemito Ene surgió, apenas tenía 41 socios. Hoy ya tiene 210. Comenzó exportando una tonelada y media. El 2013 exportó 18. La calidad del cacao no era tan buena. Hace unas semanas, Romex, la exportadora del Grupo Romero, elogió el producto y dijo que era de «calidad excepcional». La asociación creada por CARE no es aún una fuerte competidora en el mercado del cacao peruano, pero su crecimiento ha sido sustancial. Incluso, hace dos años llegó, a través de una intermediaria, a Francia.

Resulta extraño pensar esta tarde, nuestra última tarde en el Ene, que esos granos entregados por Gamaniel, por Teodoro, por Olga y por varias decenas de productores más, terminarán en París, convertidos en barras de chocolate para taza, pero así es. Ahora están en sacos, copando la cubierta de ‘Nandito II’, mientras el bote avanza de regreso a Puerto Ocopa.

El río discurre con calma, llevando el fruto del esfuerzo de hombres y mujeres estigmatizados, acusados de no aprovechar su tierra. Nativos trabajadores, microempresarios. Peruanos que surgen. (Óscar Miranda/Cortesía La República)