Universitarios indígenas comparten experiencias sobre estudios universitarios

La Universidad Nacional de Ucayali es una de las pocas en nuestro país que cuenta con una política de acción afirmativa, dirigida a incrementar la posibilidad de que estudiantes pertenecientes a un pueblo indígena puedan realizar estudios superiores.

Cada año, más de cien jóvenes indígenas aspiran a ocupar uno de los veintidós cupos disponibles. Pero, ¿son las cuotas de ingreso la solución para asegurar el futuro profesional de miles de jóvenes indígenas en el Perú?

Una modalidad de admisión es la de exoneración por ser miembro de una comunidad nativa. Esta requiere presentar un documento de acreditación, expedido por una organización indígena representativa, seguido de una entrevista personal y un examen de admisión entre todos los postulantes indígenas, además del pago de los derechos respectivos.

Para Miguel Guimaraes y Jamer López, presidente y secretario de la Organización de Jóvenes Indígenas de la Región Ucayali OJIRU, el ingresar a la universidad es tan solo el primero de una de una serie de obstáculos por los que atraviesan los estudiantes indígenas en su intención de obtener un grado universitario.

“Los no indígenas tienen todas las posibilidades del mundo. Ellos tienen recursos económicos, en cambio nosotros para estudiar tenemos dificultad hasta para pagar una fotocopia. Y cuando lo conseguimos es a vísperas del examen. En cambio ellos tienen toda la información y recursos a su alcance”, explica Guimaraes.

Miembro del pueblo Shipibo y originario de la comunidad nativa de Panaillo, Guimaraes se graduará pronto como economista en esta casa de estudios. “Pero en condiciones ya más académicas, yo nunca me he sentido que soy menos que nadie”, asegura.

En el plano económico, Guimaraes afirma que los alumnos indígenas no reciben subsidio alguno. Aquellos que provienen de comunidades deben asegurarse por sus propios medios y posibilidades su alimentación y hospedaje en la ciudad, además de los otros desembolsos requeridos por la universidad.

Según Guimaraes, entre estos están el pago del prospecto a 120 soles, el derecho de inscripción por 100 soles, además de la matrícula y el carnet. “Todo eso lo solventamos. No hay apoyo o facilidades”, asegura.

Pese a habitar territorios ricos en recursos naturales, con presencia de empresas dedicadas a la extracción del gas natural, el petróleo y la madera, los beneficios económicos obtenidos no se traducen en subsidios destinados a asegurar la educación de la juventud indígena.

CRITERIOS DE SELECCIÓN
Jamer López es egresado de administración de empresas y miembro del pueblo shipibo. Junto con Guimaraes participó en diversos espacios de discusión, promovidos por organismos sociales, donde pudo reflexionar acerca de sus raíces indígenas y fortalecer su identidad.

“Con esos criterios, al entrar en la universidad el choque intercultural y la interrelación con los compañeros mestizos no fue tan duro. En especial conmigo. Yo no me sentí cohibido, ni menos en el salón de clases, porque ya me había empoderado”, cuenta.

López comenta que si bien estas nuevas oportunidades son alentadoras, no lo son los estereotipos que aún rigen la mente de alumnos y profesores. De las catorce carreras disponibles hay una que aún es inalcanzable para los pueblos indígenas: medicina.

Y es que si bien, el convenio estipulaba que cada facultad debía contar con por lo menos dos estudiantes indígenas, esta disposición ha sido obviada para las ciencias médicas, tomando como argumento la precaria situación económica y débil aptitud académica de los indígenas para negarles esta oportunidad.

“En la siguiente etapa del convenio nos cortan esos espacios, diciendo que estudiar medicina es costoso, exigente y requiere un compromiso de muchos años. Que nosotros no tenemos capacidad económica ni académica para concluir y que abandonaríamos los estudios”, señala indignado.

La excepción a esta regla fue una joven estudiante indígena, quien tras demandar a las autoridades académicas que se respete su cupo, hoy está a puertas de concluir sus estudios.

Pero la historia es diferente para los que provienen de zonas rurales. “Los chicos se avergüenzan de quienes son. Ellos no tiene la capacidad de decir soy indígena y tengo el mismo derecho que tú a estudiar. Entonces no están al nivel de decirle al otro que somos iguales”, explicó López.

IDENTIDADES EN CONFLICTO
En muchos casos, los jóvenes de origen indígena que han ingresado a través de esta modalidad terminan mimetizándose con el resto del alumnado y negando su propia identidad.

Guimaraes cuenta como algunos jóvenes, e incluso hijos de profesores en educación intercultural bilingüe, piden constancias a OJIRU para que la universidad corrobore su origen indígena, pero que una vez dentro, se desligan de la organización.

“Nosotros tenemos esta preocupación grande de qué hacer con esos alumnos, porque cuando ingresan a la universidad no dicen que ingresaron gracias al convenio. Lo desconocen y están ocupando el cupo de otro. Es una tarea fuerte llegar a esos jóvenes, para cambiar esta mentalidad”, explica Guimaraes.

Ante la presión social, y sin ver ninguna ventaja ni valor en preservar su cultura para el desarrollo de su carrera profesional, estos jóvenes terminan dando la espalda a quienes son. Así, las políticas de admisión preferencial son insuficientes frente a una educación que no considera de igual valor los saberes y propuestas de los pueblos indígenas.

La generación de jóvenes profesionales, a la que pertenece Guimaraes y López, concibió a OJIRU como un espacio que uniría las voces de todos los jóvenes indígenas en pos de la defensa de sus derechos.

“Si yo voy solo nadie me va a escuchar ni dar la posibilidad de decir lo que siento. Pero si vamos al gobierno regional, como una organización que representa a las organizaciones juveniles que existen dentro de la región Ucayali, quizá no harán caso a nuestras propuestas, pero al menos van a tener que escucharnos”, afirma Guimaraes.