Una guerra perdida

En artículo publicado en el diario Expreso, el director del matutino, Luis García Miró considera impracticable e inviable la propuesta de nuestro zar antidrogas, Rómulo Pizarro para que los partidos políticos suscriban un compromiso para deslindar con el narcotráfico, de cara a las elecciones y advierte que será infructuosa la lucha de un Estado pobre como el nuestro contra ese monstruo de mil cabezas y mega recursos financieros, que es el narcotráfico internacional.

Expreso. Rómulo Pizarro, nuestro zar antidrogas, plantea que los partidos políticos suscriban un compromiso para deslindar con el narcotráfico, de cara a las elecciones –municipales, regionales y generales– de éste y el siguiente año.

La iniciativa es loable; sin embargo puede resultar impracticable. Frente a la propuesta del zar, los dirigentes de los partidos políticos tradicionales –los auténticos  partidos, no esa chauchilla de “movimientos”, “frentes”, etc, que pululan mayoritariamente en torno al aparato político nacional– señalan que no tendrían inconveniente en suscribir un pacto para evitar que el dinero de los narcos ingrese a las arcas de sus organizaciones vía el financiamiento electoral de las candidaturas para alcaldes, autoridades regionales, congresistas y presidente de la República.

Es más, ya la ley vigente establece sendas vallas dirigidas a evitar que se vaya a producir este grave atentado.

No obstante, sucede que la norma para impedir el lavado de dinero del narcotráfico vía campañas electorales ha sido pensada –y aprobada– por nuestros ilustrísimos padres de la patria.

Y como no podía ser de otra manera, su ejecución es inviable porque ha sido ideada en el escenario de la formalidad absoluta de los partidos políticos. Es decir, a contrapelo de nuestra realidad chichera. Por ejemplo, la norma manda que la ONPE concentre su poder de fiscalización sólo en los partidos políticos organizados, muchos de los cuales en la práctica hoy son una suerte de clubes sociales.

Sin embargo, la ley no obliga a la ONPE a auditar esa miríada de movimientos regionales, grupos independientes, frentes políticos, etc, que campean fuera del radio de Lima capital –aquellos que dominan las provincias y regiones– que en la práctica van a ser los que hagan elegir a la gran mayoría de alcaldes y presidentes regionales.

Ergo, allí el narcotráfico puede hacer de las suyas –generando un fenomenal festín de dinero negro– para favorecer a determinado candidato que pase a convertirse en autoridad y, en forma automática, en defensor de los narcos que lo apoyaron.

Y esto es posible sólo porque nuestras leyes, como en este caso la electoral, son perfectamente inútiles pues desconocen –adrede o a propósito– la realidad cien por cien informal de nuestra sociedad.

Insistimos, como de costumbre, en que será infructuosa –aparte de una derrota avisada– toda lucha de un Estado como el nuestro contra ese monstruo de mil cabezas –y mega recursos financieros– que es el narcotráfico internacional.

Las leyes para combatirlo pueden resultar espectaculares en la teoría, pero siempre habrá resquicios para que, en la práctica, el crimen les dé la vuelta; o para que los policías, los fiscales y los jueces caigan en la sensualidad del billete sucio.

Poderoso caballero es don dinero, y lo único que les sobra a los narcotraficantes es plata. De modo que resulta estúpido alucinar que un Estado paupérrimo –cuya misión es luchar contra la miseria– dedique cientos o miles de millones de dólares al año a combatir una guerra perdida.

El drogadicto peruano consigue narcóticos por delivery, en las puertas de los colegios, en bares, hoteles y restaurantes, en calles conocidas, etc. Entonces ¿qué diferencia hay con que lo haga de una farmacia? La diferencia es que hoy se paga el sobreprecio de lo prohibido y se consume una droga fabricada con insumos letales fruto de la ilegalidad.

Como en el alcohol, toda prohibición alienta el consumo y estimula las mafias. Luchemos más bien por liberalizar el uso de las drogas, antes que enfrentarnos a los molinos de viento como nos impone el primer mundo para seguir sosteniendo a los grandes carteles del narcotráfico.

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