La destitución de varios altos oficiales de la Policía, acusados de ser responsables del calamitoso operativo del jueves 25 en La Parada, muestra el grado de descomposición y depravación en el que han caído el Ministerio del Interior y la Policía Nacional por directa responsabilidad del presidente Ollanta Humala.
MANTEQUILLA
Se trata, sin duda, de una maniobra más del director de la Policía, Raúl Salazar, para culpar a otros por su incompetencia. Es absolutamente imposible que un operativo de tal magnitud, en el que se movilizaron cientos de efectivos de distintas unidades en pleno centro de la capital, en una operación de alta sensibilidad política, fuera efectuado sin su conocimiento y autorización.
Y, si fue el caso, debería ser destituido de inmediato. Un necio que no sabe lo que ocurre en sus narices en la institución que comanda no debería estar un minuto más en ese cargo.
Del ministro del Interior hay ya poco que decir. El miércoles declaró que se estaba investigando a los responsables, que Inspectoría tendría resultados en dos semanas, y ese mismo día Salazar destituyó a un general y varios coroneles para justificar su propia ineptitud.
En el colmo de la estulticia, Salazar justificó su decisión sin esperar los resultados de la “investigación” diciendo que él había visto los resultados del operativo por televisión.
Antes, el ministro había dicho que él era el responsable político pero no operativo, un ridículo juego de palabras para justificar que en realidad es un figurón colocado allí para poner la cara, mientras que los que realmente deciden son Ollanta Humala y Adrián Villafuerte, que coordinan directamente con el viceministro y el director de la Policía. Como ha anotado Farinata en El Comercio, es un ministro mantequilla, “porque la mantequilla se derrite, se resbala y es untuosa”. (1.11.12).
DESCONTENTO
Naturalmente, la destitución de algunos oficiales por parte de los verdaderos responsables, que se lavan las manos cobardemente, ha suscitado la indignación de la vapuleada y maltratada Policía. Han circulado rumores de una huelga policial, que ojalá no se concrete.
Sucesos como el de La Parada y sus secuelas contribuyen a la desmoralización de la Policía. Porque, de un lado, mandos incompetentes los envían al sacrificio en un operativo mal preparado, y de otro, los jefes no solamente no asumen su responsabilidad sino se la cargan a sus subalternos.
El problema básico es la manera como Ollanta Humala dirige el Ministerio del Interior. Desde el comienzo de su gobierno decidió manejar él ese sector. Empezó con una purga de la Policía, similar a la que realizó Vladimiro Montesinos en agosto de 1990. Pasaron a retiro a 30 generales para poner como director a Raúl Salazar, que se ha mantenido en el cargo a pesar del escándalo de Brujas de Cachiche, del funesto operativo de abril en La Convención (la “operación impecable”) y varios desaguisados más.
El otro comensal de Brujas, el general Abel Gamarra, es también uno de los responsables directos. Como director ejecutivo de Operaciones, tenía que estar al tanto del operativo. Pero, al igual que Salazar, es otro de los engreídos de Humala.
REVOCATORIA
La coincidencia del operativo de La Parada con el anuncio de la revocatoria a la alcaldesa Susana Villarán ha complicado las cosas.
La polarización alrededor de la revocatoria es quizás más virulenta que la del pedido de indulto para Alberto Fujimori. De la discusión política se ha pasado a los más gruesos insultos.
La revocatoria de autoridades electas es, en mi opinión, una muy mala política. Genera más inestabilidad de la que ya existe en un contexto signado por la inexistencia de partidos y crecientes conflictos sociales, muchos de los cuales son incentivados por caudillos que pretenden reemplazar a las autoridades en funciones.
Como bien ha apuntado Jaime de Althaus, “la mejor revocatoria es la elección cada cuatro años”. (El Comercio, 2.11.12). O, como sostiene el ex ministro Alfredo Ferrero, “no estoy a favor de la revocatoria. Esté o no satisfecho con la labor de Villarán, el reemplazo es una pérdida de tiempo. La alcaldesa debe terminar su mandato.” (Perú.21, 1.11.12).
Opiniones como las mencionadas muestran que no es adecuado encasillar la discusión entre la “derecha bruta y achorada” y los “caviares”, términos inconducentes que pretenden hacer creer que hay grupos poderosos y perfectamente organizados de derecha e izquierda que se enfrentan en una disputa decisiva.
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