La revista Domingo, del diario La República, presenta en su edición de hoy un reportaje titulado «Del infierno al cacao», en el que se destaca el hecho de que «mientras la producción y la venta de la coca siguen cobrando vidas en el Alto Huallaga, el cultivo del cacao le está lavando la cara y devolviendo la paz a Tocache», zona que durante muchos años fue refugio del narcotráfico y el terrorismo.
La República. Mientras la producción y la venta de coca siguen cobrándose vidas en el Alto Huallaga, el cultivo del cacao le está lavando la cara y devolviendo la paz a Tocache, una población en las entrañas de la selva que durante años fue refugio del terrorismo y del narcotráfico.
Esta región es la excepción con mayúsculas de la estrategia gubernamental de sustitución de cultivos. Pero aún debe reconciliarse con una incógnita: ¿se trata de un proyecto sustentable o de un prodigio pasajero?
En las calles arenosas de Tocache hace años no había quien encontrara un sol para comprar mantequilla. Todo se compraba en dólares. Se compraban frutas importadas. Y güisqui. Y orquestas. Y las vedettes más caras de Lima. Los dólares, verdes como la coca de la que provenían, se lanzaban al aire y se encontraban en las cunetas, a los talones de los cadáveres.
Lorenza López admite haber visto muchos de esos muertos. Más de los que puede o quiere recordar. En su chacra, donde hasta hace poco más de un año crecían hojas de coca disputadas durante décadas por narcos y terroristas, hoy solo se estiran los frutos rugosos y multicolores del cacao. Y en su saco de sueños está el mismo con el que el escritor británico Roald Dahl obsequió a uno de sus míticos personajes: Charlie, el de la fábrica de chocolate.
“El cacao es muy diferente, no tenemos de qué avergonzarnos. Antes siempre vivíamos humillados o con temor”, afirma Lorenza, de 44 años, campesina y presidenta de la cooperativa CPCacao-Tocache. La asociación se creó en marzo de 2009, tiene 208 socios y antes de que acabara el año vendió 60 toneladas de producto. No es la única.
Ahora que Perú se ha ganado el deshonroso título de primer productor mundial de coca según Naciones Unidas y que la seguridad en zonas con cultivos ilícitos (incluida el área de Tingo María, a solo dos horas de aquí), se ha deteriorado gravemente, el lavado de cara de Tocache es cuanto menos pasmoso. En la cuenca del Alto Huallaga la extensión ocupada por coca disminuyó un 2% el año pasado, en contraste con el aumento de 6.8% a escala nacional de acuerdo a un informe que UNODC publicó este mes.
Una de las temidas erradicaciones a manos del CORAH, en 2006, fue el detonante del cambio en la región de San Martín. El Programa de Desarrollo Alternativo de DEVIDA (financiado por la agencia de coo-peración estadounidense USAID) entró empuñando un paquete de apoyo al cultivo de bienes exportables como el cacao, el palmito, la palma aceitera y el café. El cacao cuajó.
Su siembra ha sido mayoritaria en toda esta comarca, donde a fecha de hoy hay más de 15.000 hectáreas con esta impronta y casi 40.000 familias beneficiarias. Los ascendentes precios del cacao en el mercado internacional y el desplazamiento de la atención narcoterrorista a otras áreas del país ha favorecido la restauración de una de las regiones peruanas donde la ley durante mucho tiempo ha sido ficción. O en todo caso la del más armado y violento.
Pasado teñido de horror
Elena Ríos tiene 60 años, aunque ella lo diga en susurro. Su tez lozana y tostada al sol difícilmente refleja el infierno en tierra que le tocó vivir. Su esposo se veía obligado a dar refugio a decenas de senderistas. Y a pagarles los vicios haciendo malabares con una coca que ya no alimentaba las bocas de sus hijos. Un día en 1989 los enfadó. Lo asesinaron enfrente de su mujer, amordazada y obligada a mantener los párpados abiertos.
Lo de los años después, los muertos con carteles colgados del cuello, las amenazas, el constante pavor, la pobreza que de mísera pide final… poco importa hoy. Recordar, afirma Elena en tono pausado, es volver a vivir. Y hoy vive porque es terapia y porque merece la pena contar para que el horror no vuelva. “Tu vida valía lo que una bala, menos de dos soles”, sostiene, “tenías que callarte para protegerla”.
No es ella la única que describe la existencia entre varios fuegos que hasta hace poco llevaban los campesinos aquí: un día la camiseta del ejército; al siguiente, o a las horas, la del narco, o la del guerrillero. Lo que cualquiera de ellos quisiera. Eso o la muerte. Eso y el pánico.
La coca era la única opción para un campesinado subyugado y apaleado por todos los flancos, ya que a partir de 1984 el zarpazo terrorista hizo suyas las cuencas del Alto Huallaga y del Apurímac Ene (VRAE) para financiar sus incursiones subversivas.
La alta cotización de la coca y el fácil fluido de dólares fomentaron también el mal manejo y el desenfreno. Bernardo Córdoba, acopiador local cuyos padres aún cultivan coca, alude a una niñez en la que casi a diario un velorio y una escandalosa fiesta con banda compartían trozo de pueblo.
La memoria de Rosel Acosta, educado en Lima durante los años más crudos (progenitor que podía permitírselo mandaba a sus hijos lejos), pinta un cuadro fantasma de las vacaciones en que volvía a casa.
“La coca generaba ingresos pero también violencia”, dice Rosel, ahora vicepresidente de la Cooperativa Agroindustrial Tocache (CAT). Tras regresar en 2005, a raíz de la muerte de su padre, se ha convertido en uno de los innovadores locales en injertos cacaoteros aromáticos.
El boom del cacao
El cacao puro apenas se ha fermentado huele a mermelada fuerte capaz de marear. El 20% del fino y aromático que se comercializa a nivel mundial proviene de Perú: 36 mil toneladas métricas al año, 11 mil de ellas originarias de San Martín, la zona de mayor producción. Se prevé además un incremento en la producción nacional del 8 al 10% para 2010.
Mario Cavero, gerente de CAT, afirma que exportan casi todo a Europa y EEUU, aunque también tienen un gran cliente en Singapur. Desde que un grano proveniente de esta cooperativa ganó el primer puesto en aroma a cacao en el Salón de Chocolate de París el año pasado, no les han faltado reconocimientos ni visitantes.
“Antes no cacareábamos pero ahora sí, porque Tocache es totalmente diferente”, declara el gerente. En la lista de proyectos pendientes están la mejora de la pos-cosecha, el incremento de exportaciones, una pequeña planta de refinería en Lima y un centro educativo cacaotero privado. Se habla hasta de una ruta del cacao mediante la cual los turistas puedan insuflar dinero a la región.
Pero la ristra de problemas tampoco se queda corta. “Piensan que porque tenemos imagen tenemos plata”, lamenta Cavero. Elena Ríos le sigue, exclamando: “¡Necesitamos más apoyo estatal, más compromiso!”.Existen los ingredientes para una revolución económica, pero les falta capacidad e infraestructura. Un cliente entusiasta quería hacer recientemente un trato por 600.000 toneladas al año, cantidad ingente aún muy lejos de lo que pueden producir.
¿Desarrollo sostenible?
Muchos ya ni lo llaman modelo, lo llaman milagro. El “milagro San Martín”. La excepción del Programa de Desarrollo Alternativo que le mete mano a la sustitución de coca. Campesinos como Rosel claman orgullosos que no es milagro, que es esfuerzo. Que está aquí para quedarse.
Otros, sin embargo, son más reservados. “Este éxito es flor de un día, no es sostenible en el tiempo”, afirma el economista Hugo Cabieses, especialista en drogas y desarrollo rural sustentable. Apunta al fracaso de un programa similar que se implantó hace años en Aguaytía, donde con el tiempo se ha vuelto a sembrar coca. Argumenta que los fallos del modelo pasan por una estrategia de monocultivo en un área de selva biodiversa y una orientación utópica hacia la exportación.
Cavero cuenta al respecto que entre sus prioridades está fomentar el consumo interno, consciente de que en Perú se consume mucho cacao, pero paradójicamente este viene del extranjero. El principal error, enfatiza Ricardo Soberón, del Centro de Investigación sobre Drogas y Derechos Humanos (CIDDH), parte de que el desarrollo no se está centrando en los mercados locales y regionales.
Modelo aparte, el resurgir de Sendero en el Monzón y la extensión del tentáculo narco en zonas próximas traen sinsabores. Y Elena lo sabe. “El hecho de que tengamos una economía estable y no tengamos coca es un aliado, pero nadie nos salva…”.
A pesar de todo, Lorenza, Elena, Rosel y las hordas de entusiastas que han visto a su región llenarse de esperanza se resisten a creer que el precio del cacao baje o el guión de este tramado triunfo nacional que empieza con la modesta victoria de unos campesinos llegue a desmoronarse. Ya va viento en popa, dicen. Aún necesitan apoyo y no poco precisamente. Pero ya estudian sus hijos. Ya viven sin amenazas. Ya se olvidaron del miedo. Ya pueden visualizar el picaporte de la cancela de la fábrica de chocolate.
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