La mirada de Anyela Campos es desconfiada. Tiene 16 años. Sentada en una banquita de su colegio de la comunidad nativa Gloriabamba (Satipo, Junín), ella sonríe cuando empieza a cantar versos tan asháninkas como la sangre que lleva; sus amigas se sientan a su lado, vuelven a reír y terminan la canción:
Oshero oshero oshero pamenakiatakena
Chorampa pijime yantanakari Narori
Pijitake tekatsi nonampirejaniki
Chorampa pijime yantanakari
Narori…
La canción trata sobre un cangrejo (oshero) enamorado de una “cangreja” en un rincón de la Amazonía. La vida en Gloriabamba, un pueblito asháninka de unas 500 personas en el corazón de la selva central, se levanta a orillas del río Pangá, que alimenta al río Perené, en pleno Vraem.
Las familias nativas que allí habitan se dedican al cultivo del maíz, café, plátano o yuca en terrenos aledaños; no crían animales en sus casas, construidas de madera, barro y, algunas, con concreto armado. Sus calles son de tierra, y todas conllevan a una trocha que se une a la carretera hacia Puerto Prado o Mazamari.
En medio del pueblo hay un extenso terreno de pasto para practicar al fútbol y vóley. Los niños y jóvenes, luego de la escuela, salen a jugar y socializar. Pero desde hace unos meses han empezado a practicar el tenis de mesa por primera vez en su vida. Cuando instalaron las dos primeras mesitas de concreto en el colegio de la zona, en julio de 2018, muchos gloriabambinos como Edwin Núñez López pensaban que no tendría beneficio; sin embargo, ahora es todo lo contrario.
La empresa Pluspetrol, con la dirección técnica de la Asociación Mónica Liyau, emprendieron el programa social de tenis de mesa “Impactando Vidas” para beneficiar a 6 mil alumnos de 9 colegios públicos de Junín. Es la primera vez que los niños y jóvenes aprecian este deporte, que tiene el respaldo del IPD y la UGEL Junín. Para Anyela y sus amigas Lidia Carlos, Nélida Sebastián y Diana Monaci, hacerlo es sentirse capaces de competir con cualquiera, pues es un deporte que combina la inteligencia y la preparación física. La pelotita puede llegar a una velocidad de más de 200 Km. por hora.
“Yo puedo competir porque el tenis de mesa me gusta. Quiero representar a mi colegio”, dice Lidia Carlos, después de jugar al ping pong durante toda una mañana en su colegio. Un amigo suyo, Juan Gabriel Ramos, escucha atento.
Anyela, un buen día, llegó corriendo a su casa para contarle a su madre Cecilia que le había ganado a Eulogio, un amigo suyo que es muy bueno en el tenis de mesa. Le llena de satisfacción el competir de igual a igual con los hombres.
Por uno de los pasillos del colegio camina Juan Luis Talavera, director de la institución, junto a la presidente de la asociación, Mónica Liyau. Los dos concluyen que el ping pong aumenta la capacidad aeróbica, el flujo sanguíneo, favorece la reducción del colesterol, mejora el estado cardiovascular y ayuda a la socialización de los menores.
El proyecto “Impactando Vidas” busca mejorar la calidad de vida de alumnos como Lidia y Anyela, practicando un deporte nuevo que impulsa la disciplina, la lectura veloz, el trabajo en equipo y la comprensión lectora. El jefe de esta comunidad nativa, Severiano Tejada, ha sido enfático cuando se inauguró el programa en Gloriabamba: “Que no sea la primera y última vez, tenemos que seguir trabajando todos juntos”.
Mónica Liyau, presidenta de la asociación que lleva su nombre y la tenimesista más reconocida en la historia del Perú, sostiene que el ping pong es el deporte que más desarrolla el cerebro y se necesita que los jóvenes “sean campeones en la vida, no solo en el deporte”. Anyela la escucha atenta. Tiene ahora la mirada optimista.