Las rentas del gas de Camisea no llegan a los machiguengas
La rudeza con la que Rosalinda Pepe Coyazo troza a machetazos una decena de yucas se desvanece cuando te habla: entonces, se coge las manos, se sienta en una esquina de la cocina a leña y explora con la mirada un punto que parece inexistente. Lleva acumulados varios días de viaje en bote, de idas y vueltas, buscando una respuesta, una cura a ese malestar en el vientre que le hace sangrar de repente desde hace años –no puede explicar cuántos, no sabe contar, no habla castellano–.