La realidad es cruda. Los territorios de pueblos originarios convertidos en áreas de extracción de recursos estratégicos para el desarrollo de occidente, mueren y no pueden ser recuperados para seguir albergando a los pueblos indígenas, campesinos o afrodescendientes que los habitaban. Junto al territorio, mueren también estos pueblos a pesar de que resistan, de manera épica, el embate de los gobiernos y las transnacionales empeñadas en la explotación de recursos. Para los gobiernos y las empresas no importa el costo ambiental, no importa la destrucción de las comunidades, no importan los enfrentamientos, no importan las muertes. Lo hecho por la empresa Texaco, adquirida por Chevron en el 2001, y la complicidad de los gobiernos ecuatorianos es un ejemplo de lo afirmado.