Son varios los puntos que debe aclarar el gobierno sobre la lucha contra el terrorismo

El secuestro y la posterior liberación de 36 trabajadores de Camisea por parte de una columna terrorista han servido para recordarnos dos cosas claras y para despertar, en lo que toca al resto del asunto, un universo de dudas preocupantes.

Comencemos por lo claro. Lo primero que ha quedado en evidencia es que la situación de paz interna en la que hemos podido vivir en los últimos 20 años, al menos en la gran mayoría del territorio, no es una realidad ni sólida ni gratuita. Es algo que ganan para nosotros diariamente y de forma muy directa, un grupo de hombres y mujeres que se juegan la vida en la frontera interna en la que nunca se ha dejado de luchar contra el terror. Únicamente en los últimos años han muerto, casi en silencio, sin que nadie les preste mayor atención, noventa policías y militares, cuatro de los cuales estaban vivos y con ilusiones tan solo el jueves pasado. La tranquilidad con que crece la mayoría del Perú se compra en los valles en los que se combate al terrorismo con el sudor, el sacrificio, el miedo y el valor de estas personas. Somos, pues, una sociedad en deuda y es importante, por justicia, que cada uno de nosotros sienta que debe mucho, personalmente, a los agentes del orden que sirven en esta lucha.

Lo segundo que el secuestro ha puesto en manifiesto es que el narcoterrorismo no es un problema que está bajo control ni en vías de reducirse. Que una columna terrorista pueda secuestrar a 36 trabajadores de uno de los proyectos más importantes del país, perderlos en el monte, luego matar a cuatro, desaparecer a dos y herir a diez de los miembros de la operación de rescate, aparentemente sin sufrir baja alguna en sus huestes, demuestra más bien hasta qué punto no eran ciertas las sucesivas comunicaciones gubernamentales que sostenían que los remanentes senderistas estaban cada vez más cercados. Algo grande viene fallándole al Estado.

Más allá de estos dos puntos seguros, todas parecen ser preguntas sin respuesta. ¿Qué es exactamente lo que está fallando?

¿Es el manejo? Algunas voces han planteado dudas sobre la estrategia que desde hace ya años viene siguiendo el Estado. Además, han cuestionado la eficacia y el profesionalismo con que, al margen del valor demostrado por los individuos que participaron en ellas, se planearon y dirigieron las operaciones de rescate (por ejemplo, en lo que toca al aparente despliegue de personal que no estaba familiarizado con la zona).

¿Es la inteligencia? Se ha sostenido que hay serias deficiencias en esta y, efectivamente, este megasecuestro parece haber cogido tan de sorpresa al gobierno como a quienes se enteraron de él por los periódicos.

¿Es el compromiso de algunos mandos? Un ex ministro del Interior ha escrito que ciertos miembros del Ejército que dirigen las operaciones en el VRAE pagan cupos a los narcotraficantes e incluso les venden el combustible de los helicópteros que utilizan nuestros policías y soldados para combatirlos.

¿Es el presupuesto? Un ex viceministro del Interior ha denunciado la mala calidad y la antigüedad del equipo que utilizan nuestras fuerzas en la zona. Y ciertamente desconcierta comprobar que en el 2011, por ejemplo, solo se presupuestó en un inicio poco más de 5 millones de soles para el Ejército en municiones y explosivos. Algo que sorprende especialmente tratándose de un Estado cuya recaudación tributaria se ha multiplicado en los últimos tiempos.

¿Es la lucha contra el narcotráfico? ¿Si es que, por ejemplo, se hubiera incentivado mejor a las poblaciones de la zona para que abandonen el negocio de la coca, tendría Sendero menos apoyo –y, por tanto, menos posibilidades de esconderse– en las comunidades?

¿O es todo junto? Y, si lo es, ¿de qué manera y en qué porcentajes?

Estas son preguntas cuyas respuestas tendrían que interesarnos a todos –y primero que a todos, al Gobierno– de una manera muy especial. Al fin y al cabo, existen también reportes de un resurgimiento ideológico de Sendero Luminoso en muchas universidades y somos un país que ya estuvo una vez a punto de ser destruido por un grupo de terroristas a los que comenzamos llamando “abigeos”. Si vamos a pecar esta vez, que sea por exceso de alarma.