Desde 2002 sabía que Nancy Obregón era mucho más que una campesina que sembraba coca. De hecho, muchos de los cultivadores ya desde entonces tenían pozas de maceración en las que producían droga.
Con los años, las evidencias sobre Obregón fueron creciendo y se conocía cada vez más de su rol en el narcotráfico.
Varios hicieron lo posible por alertar sobre esta situación y fueron tachados de “agentes de los gringos” o, en el mejor de los casos, de enfrentar a los eslabones débiles ajenos al delito, en lugar de perseguir a los verdaderos criminales.
Ahora que las pruebas se agolpan en una investigación muy profesional de la Policía, quienes prefirieron mirar al costado y hacer oídos sordos, por razones ideológicas o convencidos por la gran habilidad de mentir del personaje, deben admitir su error y ofrecer disculpas.
Mucho más serio es el problema que enfrenta Ollanta Humala y su partido por el hecho de haber llevado al Congreso a una persona que ya, desde entonces, era narcotraficante y tenía estrecho contacto con Sendero Luminoso.
Creo que una comisión investigadora en el Congreso es ineludible. No para actuar en paralelo a los jueces que ya han iniciado un proceso penal, sino para establecer otros hechos vinculados a la participación política de Obregón. ¿Aportó a la campaña electoral del nacionalismo en 2006? De ser el caso, ¿de dónde vino el dinero? ¿Qué información clasificada consiguió Obregón de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo por su participación en la Comisión de Defensa y Orden Interno? ¿Pudo usar esa información para evitar que el Estado desarrollara con mayor eficiencia su política antidrogas y de pacificación?
Ahora bien, ya que los apristas buscan que el caso Obregón tape los ‘narcoindultos’, hay que recordarles que si uno los ponía en el Congreso, otro los sacaba de la cárcel. No sé qué es peor.