SL abre nuevos frentes y rutas de droga fuera del eje VRAE-Vizcatán

El Comercio. Emergieron como espectros armados de entre los extensos cultivos de caña de azúcar de Uchubamba y Rondayacu, dos olvidados pueblos de la ceja de selva de Jauja.

Una mirada fue suficiente, los campesinos no debieron pensar mucho para concluir que aquellos extraños de dejo andino, armados con fusiles AKM y botas de jebe, procedían de los territorios del Mantaro, el río que marca la frontera entre la selva de Satipo y los abismos de Tayacaja, en Huancavelica, que erosiona las montañas huantinas del Vizcatán para luego unirse con la corriente del caudaloso Apurímac, formar el Ene por el norte y dividir el valle de la coca de Cusco y Ayacucho hasta el extremo sur de la Oreja de Perro y más allá.

Luego de ver la hoz y el martillo en sus polos y escuchar su discurso proselitista, todos en el pueblo se preguntaron lo mismo: ¿Qué hace una columna de Sendero Luminoso (SL) a solo dos horas de La Merced, en el corazón de Chanchamayo, y en un paraje tan alejado del valle de los ríos Apurímac y Ene (VRAE)? Hay que desplazarse hasta el distrito jaujino de Monobamba –observar las bases de Rondayacu y Uchubamba, revisar los terrenos de hostigamientos y enfrentamientos como Conchapata, donde fue abatido un capitán del Ejército en octubre pasado– para entender, mapas en mano, que la lucha contra los socios del narcotráfico se transformó a mediados del 2008 cuando las FF.AA. lanzaron una masiva ofensiva en las altas y nubosas montañas de Vizcatán, donde los senderistas tenían su hogar, su cuartel de guerra y su peaje portátil de cocaína.

Los reportes de inteligencia recogidos en el VRAE confirman lo palpado en las diferentes áreas de conflicto: las huestes de ‘José’ y ‘Alipio’ se diseminaron en los extramuros del gran valle cocalero por la continua presión militar, pero ahora buscan crear bases de apoyo, establecer sitios de descanso, abrir brechas y frentes nuevos para desgastar y golpear a las bases y patrullas de las FF.AA., de tal forma que el juego del gato y el ratón se desarrolla, desde los últimos meses, en zonas altoandinas, pueblos no muy alejados de grandes urbes, quebradas inhóspitas y campos de caña como Uchubamba y Rondayacu (que antes apenas aparecían en las cartas militares) y ya no solo en los rutinarios cocales, a orillas del Apurímac y el Ene.

Sendero también pelea por reinstalar las pozas de maceración que perdió por embate del Ejército, así como por recuperar, defender o redireccionar las rutas de la coca y justificar así el aumento en los cupos que cobra por dejar pasar la droga de los ‘mochileros’ al servicio de mafias locales (US$4 por kilo de droga) y por trasladar y resguardar los cargamentos de cocaína (US$30 por kilo). La información revela, además, que los subversivos están obsesionados con “preparar otro caldo de pato”, como llaman a la emboscada y destrucción del helicóptero M-17 en el 2009 en Santo Domingo de Acobamba (Huancayo), así como en lanzar sus huestes contra la comisaría creada hace año y medio en Sivia o la base militar de Corazón Pata en Llochegua, los distritos huantinos más calientes del VRAE y líderes en la compra de camionetas Hilux y hornos microondas en la zona.

En la mira también está la simbólica base del cerro Judas, en el cruce de los ríos Vizcatán y Mantaro, o el solitario puesto antidrogas de Machente, a pocos minutos de San Francisco (La Mar), la única puerta oficial para ingresar o salir del valle.

El poder de los AKM
Esta situación preocupa porque Sendero ha incrementado su poder de fuego a raíz de los últimos golpes u hostigamientos contra las fuerzas del orden, uno de los cuales causó el repliegue de la base de Sanabamba, en Vizcatán, el año pasado. Un testimonio clave en poder de inteligencia policial brinda cifras nunca antes publicadas sobre el arsenal subversivo: más de 80 fusiles AKM, más de 20 Galil y UZI, unos 10 HK y modernos F-2000. También 10 ametralladoras, entre PKT soviéticas y MAG, dos lanzagranadas MGL y dos lanzacohetes antitanque RPG, todas capaces de derribar un helicóptero M-17 a 1.000 metros de distancia.

Otro detalle que alarma a la inteligencia policial es la gran capacidad de movilización de los grupos armados, la cual han reforzado con contactos que les facilitan vehículos para, aprovechando el casi anonimato de sus cuadros, desplazarse con comodidad hasta diferentes puntos de la región, ya sea para realizar reglajes en las bases militares o policiales fuera del valle cocalero, visitar a sus familias o trasladar a mujeres de dudosa reputación hasta sus campamentos en los alrededores del río Yaviro o Pampa Hermosa, en Satipo, o en Santo Domingo de Acobamba, adonde se llega desde Huancayo a través de una infartante trocha que sube y baja montañas y atraviesa diferentes pisos altitudinales en cuestión de minutos.

De Tocache a Ongón

Precisamente, desde este último punto, el 17 de noviembre del 2009 partieron Félix Huachaca Tincopa y 12 acompañantes rumbo a un paraje remoto de Tayacaja (Huancavelica). Este hombre, un completo desconocido para las fuerzas de seguridad, permaneció allí hasta que un moderno vehículo lo recogió y trasladó a Huancayo, donde pasó la noche. Luego lo llevó por La Oroya hasta Huánuco y después se le perdió el rastro en Tingo María. Un año después se registraron acciones subversivas en Mishollo, Tocache, y el avistamiento de extraños en el corredor que une a esta zona con el distrito de Ongón, en Pataz (La Libertad).

El 23 de diciembre pasado, tras abatir a dos policías en esta zona, cayó Huachaca Tincopa y se conoció la verdad. Aquel hombre, conocido como ‘Roberto’, era el enviado de ‘José’ y ‘Alipio’ para abrir otro frente en la selva de San Martín, captar adeptos con el discurso de la defensa de la coca y, si la ocasión se prestaba, ejecutar a ‘Artemio’, el debilitado jefe de la facción senderista del Alto Huallaga. Entonces volvió a surgir la pregunta: ¿Por qué otro mando senderista del VRAE estaba fuera de su ‘jurisdicción’? El general EP Víctor Montes, jefe de la Región Militar que dirige las operaciones en el Apurímac y el Ene, insiste en que “el narcotráfico financia la movilización de Sendero para crear nuevas rutas de la coca”.

Dicha expansión, la misma que se observó en Jauja en octubre pasado, se repitió en lugares tan distantes y disímiles como las localidades cusqueñas de La Convención, Echarate, uno de los distritos más ricos del Perú por el gas de Camisea, donde los terroristas abatieron a tres agentes de la policía en diciembre pasado, y Vilcabamba, plaza turística clave por su cercanía a las ruinas de Choquequirao y su pasado como último refugio inca tras la Conquista, y por cuyas alturas ronda una columna senderista.

También en Huancarama, en la sierra apurimeña de Andahuaylas, que fue escenario de un violento enfrentamiento entre policías y subversivos en abril del 2010, así como en la estratégica Santo Domingo de Acobamba y en el eje Tintay Puncu-Surcubamba-Huachocolpa (Huancavelica), incluidos en la lista de los distritos más pobres del Perú.

Objetivos de la DEA

“Como en el fútbol, Sendero quiere abrir la cancha para buscar espacios y aquí en el VRAE el espacio sobra. En el Huallaga, el río [del mismo nombre] divide al valle en dos márgenes, izquierda y derecha. No hay más. Acá, en cambio, ingresas por Huanta y por el noroeste llegas a Vizcatán y luego puedes ir a Huancayo, Quillabamba o hasta Chungui y Abancay”, cuenta un agente de inteligencia que conoce ambas cuencas cocaleras. Sin embargo, este juego de resistencia solo podrá mantenerse bajo el liderazgo de ‘José’ y su lugarteniente ‘Alipio’, objetivos de las fuerzas del orden peruanas y de la DEA.

Ambos cabecillas ya han sentido el fuego de las balas durante el 2010, pero casi todas las voces autorizadas en este tablero de ajedrez de montaña creen que el día de su caída sigue lejano. Por lo pronto, el único que celebró con frenesí la reciente captura del emisario de la facción del VRAE en Tocache no es precisamente un entusiasta de la lucha antidrogas. ‘Artemio’, el violento y solitario jefe senderista del Huallaga, dijo, a la letra: “Ya era tiempo de que la policía hiciera un buen trabajo”.

Ironías en el valle de la coca.

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