Ruth Soto, del campo a la ciudad (*)

Una muchacha decide vender globos con agua en un carnaval. Todos se ríen cuando Ruth Soto cuenta esta historia, su historia, en un auditorio del Centro Cultural Británico en Lima, en Miraflores.

Es una anécdota de su biografía, y la relata en un auditorio donde los asistentes, la mayoría jóvenes, parecen haber crecido cerca de este barrio lleno de teatros, bares, discotecas, restaurantes donde Ruth podría haber tenido fácilmente como tarea vender cosas en las calles, cigarrillos, caramelos, como lo hizo durante años, en la ciudad de Huánuco donde a veces ni su madre, ni ella, conseguían lo suficiente para comer.

¿Cuántos buenos hábitos pueden caber en un metro cincuenta? Muchos. Ruth Soto es una muchacha delgada, pequeña y atlética. Toma decisiones que son como leyes que se impone. Un día decidió que no bebería. No lo ha hecho. Un día decidió salir de la pobreza. Ya lo hizo. Prometió sacar a su familia de la pobreza: en eso está.

Sus cuatro hermanos, Gustavo, Adolfo, Becker -en serio, así se llaman- son escolares que ella ayuda a mantener. Flor, su hermana, trabaja como nana en la casa de una mujer coreana. Su madre, todavía vende caramelos en los mercados, al por mayor.

Ruth vivió sus primeros años, hasta los seis, en la ciudad de Huánuco. Luego, la pobreza insostenible hizo que fuera dejada en la casa de sus abuelos, en la serranía. Durante años, cada vez que escuchaba el bus que llegaba al pueblo de sus abuelos, ella corría hacia el paradero con la esperanza de ver a su madre bajar de él. No ocurrió hasta los doce. Durante tantos años, había sentido el abandono de su madre. Una gran alegría la invadió cuando ella vino a recogerla. En la ciudad, la cercanía de su madre llenaba un vacío afectivo abierto por años, pero no llenaba su barriga.

Ahora tenía hermanos, para los que fue madre. Pero desde temprano, Ruth confiaba en que si se lo proponía podría lograr quitarle el cuerpo a la calle, a la venta ambulante y sabía que eso solo podría ocurrir si estudiaba. Vender globos con agua en carnavales fue una estrategia inteligente de supervivencia: los compañeros muchas veces vendían los mismos conos con huevo batido o dulces que ella ofrecía. Había que diferenciarse.

En el colegio, Ruth aprendió que estar adelante en las ceremonias, que hacer las presentaciones, dar los discursos de bienvenida, la distinguía, le daba claridad de lo que podría lograr.

En la secundaria encontró maestros que la influyeron: lee, le dijeron, y ella no paró. Quería estudiar, y estudió enfermería. Se pagó la academia limpiando la academia donde hizo los cursos para dar el examen de admisión. Hizo la carrera en la Universidad Nacional Daniel Alcides Carrión de Cerro de Pasco, toda completa. En el transcurso fue profesora. Luego conoció Enseña Perú, esa ONG que contrata buenos profesionales recién egresados y los convierte en profesores en escuelas en situaciones de riesgo: Ruth se ganó el puesto.

La ONG le encomendó que fuera profesora de comunicación en una escuela en Sarita Colonia, en el Callao, un mal lugar para vivir: allí regresó a la pobreza, a la peor, la que está tejida con violencia y crimen.

Pero ahora tenía un sueldo que le servía para pagar su cuarto y enviar dinero a su familia. Ruth le decía a los niños a quienes enseñaba: ¿ustedes creen que están solos en la pobreza? Yo también soy pobre. Todos aquí, ustedes y yo, estamos luchando para salir de la pobreza.

El Foro Mundial Económico ha desarrollado una campaña mundial identificando jóvenes líderes en el mundo. Se llaman Los Global Shapers.  Ahora, Ruth es uno de ellos. Acaban de ofrecerle un puesto muy importante en el Ministerio de Educación. No pudo aceptarlo, el proyecto en el que trabaja termina a fin de año y ella está comprometida con los resultados. Ni el sueldo que triplicaba el actual la movió de su puesto actual. El dinero es algo que no está entre sus prioridades. Lo necesita, claro está, pero no es el motor de sus decisiones. Es una de las consecuencias de lo que logra. Eso lo tiene claro.

Un día, su profesora de Literatura, en la secundaria, le dijo que sería grande. ¿Será ser grande ocupar el puesto de presidente regional de su Huánuco querido? Es algo que le ha pasado por la cabeza. ¿Ser Ministro de Educación del Perú, es ser grande? Algo así ha dicho alguna vez, mientras sonríe y bebe agua todavía y piensa en todo lo que tiene todavía qué hacer y aprender. Inglés, por ejemplo, es algo que está aprendiendo sola, en internet. Ahora, hay muchas opciones y ella toma nota, descubre y estudia. Es probable, realmente, que las profecías de sus maestros se cumplan: será grande, está en camino.

(*) Artículo de Javier Arévalo publicado en el No.5 de la revista InfoRegión.

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