La cumbre sobre desarrollo sostenible de Rio de Janeiro (Rio+20) tanteará soluciones a la degradación del planeta del 20 al 22 de junio, en un clima de discrepancias y de intereses enfrentados, veinte años después de la Cumbre de la Tierra que dio la señal de alarma.
El presidente francés, François Hollande, uno de los pocos mandatarios de potencias occidentales que ya confirmó su asistencia, advirtió sin embargo del riesgo de «fracaso» y urgió a una «toma de conciencia» para impulsar en la agenda la cuestión ecológica, relegada a un segundo plano por la crisis económico-financiera mundial.
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) presentará un informe con constataciones contundentes: alza de emisiones de gases de efecto invernadero, acumulación de residuos, disminución rápida de las reservas de peces, amenazas para la biodiversidad y falta de agua potable para millones de personas.
Acudirán a Rio unos 130 jefes de Estado y de Gobierno, así como decenas de miles de miembros de ONGs, industriales, militantes y representantes de pueblos originarios.
Esta será la cuarta cumbre de desarrollo sostenible de la historia, después de las de Estocolmo en 1972, Rio de Janeiro en 1992 y Johannesburgo en 2002.
Los debates estarán centrados en la «economía verde» (energías renovables, selección de residuos, construcciones productoras de energía), en el refuerzo de instancias mundiales decisorias y en el eventual establecimiento de «metas de desarrollo sostenible» mensurables y ambiciosas. «Un verdadero programa de rescate mundial», afirma el responsable de una ONG.
«No hay espacio para la duda» ni para «la parálisis de la indecisión», afirma Achim Steiner, director general del PNUMA.
En las negociaciones informales sobre el acuerdo que los participantes deberían firmar el 22 de junio, cada país y cada grupo de interés defendió sus posiciones con vehemencia.
Al concluir la última ronda, el 2 de junio, los delegados sólo habían alcanzado acuerdos sobre 70 de los 329 puntos de discusión (un 21% del total). Y la mayoría versaban sobre generalidades forzosamente consensuales.
Las divergencias seguían en cambio vivas sobre asuntos esenciales, como el cambio climático, los océanos, la alimentación y la agricultura, así como sobre la definición de las metas, las transferencias de tecnología y la economía verde.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, llamó la semana pasada a los gobiernos a mostrar más flexibilidad, al indicar que los problemas del futuro del planeta «deben anteponerse a los intereses nacionales o a los intereses de grupos».
Para el director general de la ONG de defensa del medio ambiente WWF (World Wilde Fund for Nature), Jim Leape, «hay dos escenarios posibles: un acuerdo tan limitado que carecería de sentido, o un fracaso total».
Muchos participantes recuerdan con nostalgia el entusiasmo generado por la Cumbre de la Tierra hace dos décadas, pero que hoy parece difícil de resucitar.
«El mundo está ahora centrado en la crisis económica, la crisis financiera, está inquieto por cierto número de conflictos, (como) el de Siria», afirmó el mandatario francés la semana pasada, en la apertura de un foro en París sobre el medio ambiente.
Una nueva ronda de discusiones se llevará a cabo en Rio del miércoles al viernes, pero las dificultades son tantas que podría prolongarse hasta la inauguración de la Cumbre.
Los días previos a la cumbre se llevará a cabo en Rio una Cumbre de los Pueblos, que espera reunir a cerca de 20.000 participantes por día en el parque de Flamengo (zona sur), con la expectativa de lograr que Rio+20 sea algo más que «un mero fantasma del pasado».
«Vemos Rio+20 sin esperanzas, sin una voluntad política de cambiar las cosas por parte de los países (participantes)», dijo Bazileu Alves Margarido, de la ONG Instituto Democracia y Desarrollo Sostenible.