El segundo secuestro de los trabajadores del proyecto Camisea ha puesto en evidencia que los autores no son simples sicarios. Mucho menos «pymes de la droga», como alguien adicto a los medios y a los epítetos suele señalar.
Uno de los aspectos que hoy define la naturaleza política de los terroristas que operan en el VRAE es su estrategia de relación con las comunidades, que les ha permitido cerrar las profundas heridas abiertas por las masacres cometidas por el Sendero Luminoso de ‘Gonzalo’ en contra de estas comunidades.
Los terroristas del VRAE saben que sin el apoyo de los campesinos no podrían sobrevivir. Ya fueron derrotados una vez, por eso, ahora se han convertido en sus protectores, especialmente de los que cultivan la coca y de los que trafican con la droga.
Si un investigador citadino visitara esta zonay preguntara por los terroristas a las autoridades o a cualquier campesino, lo más probable es que le respondan que no han visto nada, aunque horas antes hayan entregado el cupo mensual o la noche anterior les hayan dado hospedaje.
Mientras esta situación continúe, no habrá forma de derrotar a estos criminales. Se supone que esta lección ya había sido aprendida por las fuerzas del orden, sin embargo, acabamos de ver que nuestros reflejos siguen siendo lerdos y hay quienes inclusive reclaman bombardear todo el valle.
Otro aspecto incorporado por los terroristas es el reclutamiento de los jóvenes asháninkas. Si observamos con atención las imágenes recientemente difundidas, hay hasta cuatro nativos en cada pelotón terrorista. Esto les permite dominar con facilidad la difícil geografía del VRAE.
Los terroristas asháninkas identificados como ‘Rafael’ y ‘Ornar’, son conocidos por su especial habilidad en el uso de las ametralladoras PKT y los fusiles sniper, precisamente los que son utilizadas para derribar helicópteros.
La pregunta es, entonces, ¿qué hacer mientras el Gobierno ordena sus ideas para «llevar el Estado» a esta zona?
Hay que empezar desde el principio, vale decir, acercarse a las comunidades nativas de los ríos Tambo y Ene. En el conjunto de la nación asháninka hay comunidades que tienen una ubicación estratégica para enfrentar al terrorismo; entre ellas están Kempiri y Yaviro. Ambas necesitan de manera urgente colegios nuevosybien equipados para sus 450 alumnos. Los profesores deben ser bilingües y con una opción bien definida por la democracia. También está Kimaropitari, asentada en la confluencia de los ríos Mantaro y del Apurímac, que no tiene posta médica ni colegio. Sin embargo, la situación de abandono es aun más crítica en Psirotiari, convertido casi en un pueblo cautivo por la permanente presencia terrorista.
En todas estas comunidades se tiene que trabajar con intensos programas de desarrollo productivo. Ellos tienen tierras aptas para el cultivo del cacao y quebradas con agua no contaminada para las piscigranjas de peces tropicales. El río es la ruta que los conectaría con los mercados de la región, por ello habría que dotarles de botes con motores fuera de borda.
La memoria de los líderes asháninkas, especialmente de los que formaron parte de los legendarios comités de autodefensa, recuerda aún que Sendero cometió las peores atrocidades contra su pueblo. Por ello siempre estarán presentes cuando se les convoque. No recomendaría lo mismo para las organizaciones del lado del río Apurímac, porque han sido visiblemente penetradas por el narcotráfico.
También es vital acercarse a las tres organizaciones sociales más importantes del río Ene: CARE, FADE y Ocarep. Con ellos se podría trabajar en proyectos de saneamiento legal de sus territorios comunales y en programas de alfabetización y de nutrición.
En Puerto Ocopa, último reducto de la lucha contra Sendero en los años ’80, se podría retomar la propuesta de crear un Instituto Tecnológico Asháninka, para darles una opción de vida a los nativos que terminan el colegio y no sigan engrosando las filas del terror ni del narcotráfico.
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