Cuando algún padre de familia menciona que a sus hijos les encanta su colegio, se divierten y lo disfrutan, algunos de sus interlocutores se imaginarán que seguramente en ese colegio no se estudia en serio.
Por alguna extraña razón hemos heredado la idea de que al colegio se va a trabajar duro, que el placer no es condición para el aprendizaje escolar, que el rigor académico supone un esfuerzo intenso por aprender las cosas que exige el colegio – tareas incluidas-, y que los alumnos no tienen por qué disfrutar. A final de cuentas, se están preparando para la vida y las responsabilidades, e ir al colegio es como ir a trabajar.
¿Debe ser así realmente?. Veamos. ¿Acaso el médico, el arquitecto, el ingeniero, cuando van a trabajar están yendo a sufrir, a pasarla mal? ¿Por qué asociar el trabajo a una carga negativa? Además ¿existe alguna investigación científica que demuestre que se aprende más en un ambiente de sobrecarga y tensión que en un ambiente de disfrute? Ninguna, todo lo contrario. La neurociencia nos dice hoy que en ambiente de tensión los alumnos disminuyen sus capacidades de aprendizaje (cosa que debería ser autoevidente). Tercero, ¿por qué el colegio tiene que ser asociado con una experiencia negativa, una espacio de vida tortuosa y desagradable? ¿Acaso no se puede aprender más y mejor, sin renunciar al rigor académico, en actividades que se han diseñado para que el alumno la pase bien?
Estas reflexiones me llevaron a postear en mi facebook el siguiente enunciado, para ver qué dice la gente que lo lee. “¿Por qué el rigor académico escolar no puede ser compatible con el disfrute como ocurre con quien practica diariamente varias horas de música, teatro, danza, atletismo, deportes, el biólogo en el laboratorio, el arqueólogo en sus excavaciones, etc.? ¿Por qué los alumnos tienen que sentirse asfixiados por su trabajo escolar? ¿Son estudiantes o súbditos? Colegios siglo XXI cultivan a los estudiantes para que aprendan a aprender y disfruten de lo que van logrando”.
Lo interesante fue encontrar que al lado de más de un centenar de lectores que se identificaron con la idea de disfrutar de la vida escolar, muchos de los cuales citaban sus malas experiencias personales o las de sus hijos, había algunos que insistían en los criterios contrarios, y decían por ejemplo, «es que el mundo es un lugar difícil, injusto, complicado y te están preparando para él» ó “cómo se educa la voluntad del niño cuando siempre hace lo que quiere”. Nuevamente la confusión entre el trabajo académico riguroso o preparación para la vida, y el sentimiento de pesadez, malestar, molestia.
Quizá eso explique por qué a tantos alumnos no les gusta ir al colegio ni estudiar, y hacen lo posible por evadir las responsabilidades y la asistencia regular al colegio. En lugar que los profesores desarrollen fórmulas imaginativas y creativas para que el alumno se sienta retado, atraído, involucrado, deseoso de aprender, se le culpa de ser un ocioso e indisciplinado por no someterse a las vetustas formas de enseñanza que ya han evidenciado hasta la saciedad que son contraproducentes.
La ciencia y la experiencia demuestran una y otra vez que las personas son más productivas, perseverantes y dedicadas a sus actividades cuando encuentran que éstas les resultan interesantes, motivantes, desafiantes y sobre todo, cuando están a su alcance, por lo que el esfuerzo adicional sí compensa. Es hora que los colegios y los profesores dediquen un poco más de esfuerzo en pensar que sus alumnos no solamente están siendo preparados para el futuro (y eso no tiene por qué ser molesto) sino que necesitan vivir plenamente el presente, y abordar sus problemas y vicisitudes del día a día. La autoestima, seguridad en sí mismos, autodisciplina y autonomía de los niños y jóvenes no se construye preparándolos desde primer grado para ser postulantes a las universidades ni convirtiendo su vida escolar en un martirio. Se construye en el trabajo cotidiano de sus emociones, afectos, la atención a sus necesidades personales y sociales, junto con todos los quehaceres escolares que para ellos deben tener un sentido y ofrecerles la oportunidad de sentir que el aprendizaje es placentero, productivo, relevante.