Primer paso para formulación de la democracia fue la invención de los derechos humanos (video)

El antropólogo Julio Cotler fue nombrado Doctor Honoris Causa de la Pontificia Universidad Católica del Perú. En un discurso en que dejó clara su preocupación por el respeto a la democracia y la justicia social, palabras, el destacado científico social advirtió  que «el primer paso para la formulación de la democracia fue la invención de los derechos humanos al valorar la autonomía individual y la empatía con los otros, procurando así conjugar los intereses del individuo y de la colectividad».

«El estado liberal debe ser suficientemente fuerte para obligar a todos a cumplir con la ley y suficientemente débil para no interferir en la libertad de nadie», dijo Cotler en un amplio discurso que transcribimos a continuación:

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«Estoy muy reconocido por la distinción que me otorga esta casa de estudios de la mano del señor rector, debido a que los principios que rigen los objetivos que persigue la Pontificia Universidad tienen especial relevancia para mí también, porque coinciden con los que rigen el Instituto de Estudios Peruanos, institución que me acoge desde 1966, hace nada menos que 44 años.

A pesar de no haber sido alumno ni docente de la Pontificia Universidad Católica, he podido apreciar los esfuerzos y las transformaciones realizadas a lo largo de las últimas décadas por sus autoridades, profesores y alumnos para lograr en un ambiente estimulante la excelencia académica que presenta el compromiso con los clásicos principios humanistas que sustentan y animan el desarrollo de la libertad y la igualdad, el pluralismo político y cultural, la vigencia y promoción de la autonomía individual, condiciones necesarias para incentivar el desarrollo de las virtudes ciudadanas.

Dichos logros son evidentes en la producción intelectual y en la gestión académica de figuras señeras como la de Felipe Mac Gregor, Gustavo Gutiérrez, Luis Jaime Cisneros, Jorge Avendaño, Adolfo Figueroa, Máximo Vega Centeno. Así como la de Salomón Lerner Febres, quien durante su rectorado presidió la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, destacándose por su firme defensa de los derechos humanos y la democracia, lo que motiva el cobarde acoso que sufre y las amenazas que se ciernen sobre la universidad por las fuerzas reaccionarias que persiguen torcer los mencionados principios y objetivos que animan a la universidad para someterlos a sus intereses sectarios.

Fue en ese contexto de la Comisión de la Verdad que docentes de la Pontificia Universidad Católica, miembros del IEP y de otros centros elaboraron el valioso y certero informe sobre los trágicos años ochenta bajo la dirección de Carlos Iván Degregori, nuestro ex director, lo que ratificó las coincidencias existentes entre ambas instituciones centradas en adelantar la justicia social, los derechos humanos y la democracia política. Pero también he conocido los logros de la Pontificia Universidad Católica directamente por mis hijos que han estudiado en esta casa, por los colegas del instituto, tanto los egresados de esta universidad, como los que forma parte de su plantel docente, así como por la amistad que he forjado con varios profesores a raíz de la colaboración académica que hemos establecido a lo largo de la últimas décadas.

Entiendo que la Pontificia Universidad Católica, así como el Instituto de Estudios Peruanos, procura alcanzar elevados niveles académicos que faculten comprendernos mejor y a nuestro mundo, contribuyendo a forjar y cimentar una sociedad y una cultura democrática en la que podamos reconocer nuestra común condición humana y apreciar nuestros particulares rasgos distintivos.

En mi caso, la preocupación por la justicia social y la democracia apareció temprano, además de la influencia que han tenido, en mis orígenes sociales y culturales, mis familiares y amigos en la formación y desarrollo de dicha inquietud, mi experiencia universitaria en San Marcos y las actividades profesionales fueron determinantes para constatar las profundas injusticias y humillaciones que sufría y sufre la mayoría de la población peruana y latinoamericana.

Tal situación determinó que buscara comprender las condiciones de la persistencia de la herencia colonial y, por el otro lado, del desarrollo del régimen democrático, al tiempo que buscaba contribuir a su instauración en el país; sin embargo, mi comprensión y adhesión a la democracia tuvieron una evolución accidental, debido a las dramáticas transformaciones sociales e intelectuales que se han sucedido ininterrumpidamente desde mediados del siglo pasado en el Perú y en el mundo.

No es del caso detallar dicha evolución, baste con señalar que estuvo atravesada por desgarradoras contradicciones. A mediados del siglo pasado, era evidente que la intervención imperial, en convivencia con sus agentes nativos, aseguraban la expoliación nacional y la explotación social, en tales circunstancias, el bloqueo a las reformas destinadas a despejar gradualmente dichas condiciones contribuyeron a polarizar el escenario latinoamericano y que en el Perú cobraran vigencia las propuestas para impulsar la revolución antioligárquica nacional y socialista, de acuerdo a las propuestas de Haya de la Torre y de Mariátegui, respectivamente.

Es sabido que, en los países del cono sur, ciertas organizaciones políticas asumieron ante sí la representación de los llamados intereses históricos del pueblo, adoptando actitudes y posiciones vanguardistas haciendo uso de la violencia para transformar el orden dominante, pero contrariamente a lo que se esperaba esas acciones propiciaron el rechazo social y el apoyo a la implantación de dictaduras militares caracterizadas por la sistemáticas violaciones a los derechos humanos que hoy en democracia, sus dirigentes son juzgados y condenados, siguiendo el debido proceso.

En nuestro caso, los actos de terror y la vesania de Sendero Luminoso y el MRTA, así como la represión de la fuerza armada produjeron la muerte de cerca de 70 mil peruanos y arrasaron la organización de la sociedad, tal como lo da cuenta el informe de la Comisión de la Verdad, preparando el terreno para la formación de infame régimen montesinista que contón con un significativo apoyo popular por su éxito en debelar dichos movimientos, motivo por el cual sigue imprimiendo su sello en la vida política, a pesar de la sentencia que pesa sobre el delincuente Fujimori.

Pero si el uso de la violencia para transformar el orden social se reveló contraproducente porque generara una profunda reacción política y social en contra por parte de amplios y diversos sectores sociales, nos confrontamos con el hecho de que los movimientos revolucionarios, supuestamente destinados a llevar a cabo la lucha final contra la injusticia, invariablemente desembocaron en regímenes autoritarios, sino totalitarios, en los que el exterminio, la prisión y, en el mejor de los casos, el exilio de los que se resisten a aceptar y acatar las órdenes del jefe del partido, organizadores de las nuevas formas de la dominación política.

A su vez enfrentamos dolorosamente el hecho de que, a pesar de las múltiples y reiteradas evidencias sobre la naturaleza de dichos regímenes, intelectuales se prestaban para reclamar ostentosamente la realización de la utopía socialista y la creación del hombre nuevo, probablemente de ahí mi animadversión a cualquier utopía.

La creación del hombre nuevo con la que no tenían y no tiene ahora reparos en defender ahora los crímenes más perversos aduciendo que las acusaciones que se hacen a la revolución no son sino calumnias que difunden sus enemigos, mientras que los más cínicos, especie que dicho tipo de régimen contribuye a reproducir, reconocen que el terror es necesario para abatir al contrario y que, en todo caso, los excesos son producto de inevitables accidentes históricos, al tiempo que echan en cara a los críticos el ser agentes del imperio y representar al decadente liberalismo propio de la pequeña burguesía intelectual.

En esta encrucijada, es que el rechazo a la violencia a los grupos vanguardistas y el autoritarismo del socialismo real, y no del imaginario, parecían paralizar los proyectos de transformación del odioso orden social dominante, la defensa de los derechos humanos y la lucha por la democracia, creo una novedosa alternativa a la que se suman hoy izquierdistas y liberales para resolver, a través de canales institucionales, los clásicos males del Perú y de América Latina. Sin embargo dicha alternativa no logra afincarse en la sociedad, porque este planteamiento liberal tiene que enfrentar las críticas de todos aquellos que postulan tener el monopolio de la verdad de cualquier signo y consideran enemigos a los que no comulgan con sus principios, intereses e identidades particulares, como es el caso de los conversos al neoliberalismo.

Como advierte Lindham, el primer paso para la formulación de la democracia fue la invención de los derechos humanos al valorar la autonomía individual y la empatía con los otros, procurando así conjugar los intereses del individuo y de la colectividad. En tal sendito, las nuevas fuerzas sociales que persiguen arraigar los derechos humanos deberán resolver el clásico divorcio entre el mercado y la democracia, que ha existido entre nosostros en el Perú y en América Latina, asegurando la formación de estados fuertes e independientes de los intereses privados para lograr el desarrolo simultáneo de una economía de mercado y una sociedad libre y justa.

Como dice Héctor Aguilar Camín, un dliema del liberalismo es cómo contener el estado frente a la libertad de los ciudadanos y cómo fortalecerlo para que garantice el piso común de derechos en que esas libertades descansen. El estado liberal debe ser suficientemente fuerte para obligar a todos a cumplir con la ley y suficientemente débil para no interferir en la libertad de nadie. Eso supone la existencia de una permanente e inevitable tensión y transacción en el ámbito democrático entre el Estad, la sociedad y el mercado, puesto que, como hemos dicho repetidas veces, la democracia no es la justicia social pero es el único espacio para mejorarla y para lo que debemos estar atentos para renovarla y ampliarla permanentemente.

En circunstancias que una vez más la democracia en el Perú se enfrenta a serios peligros, espero señor rector de la Pontificia Universidad Católica, esta casa de estudios siga participando en los esfuerzos para afianzar nuestro régimen de manera que un día podamos decir, con Vasili Grossman, que poder claridad tiene hoy la palabra libre y deshinibida, la palabra que se pronuncia a pesar de todos los temores. Muchas Gracias.»

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