Hace poco, dos policías brasileños saltaron de un helicóptero en la Amazonía peruana con un pelotón de agentes peruanos. Los tiros resonaron en la selva antes de que el grupo capturase y destruyese un laboratorio secreto de cocaína.
Los brasileños tenían la posición oficial de observadores desarmados en la redada del 19 de agosto dirigida por la policía de élite antidrogas del Perú. Pero los dos brasileños cargaban rifles de asalto y fueron blanco del fuego hostil. El laboratorio estaba en el Perú, pero los policías despegaron de un aeropuerto brasileño, en un helicóptero provisto de combustible brasileño, para detener un blanco identificado por un informante pagado por los brasileños.
Ya sea desde su frontera amazónica o en sus ajetreadas ciudades, Brasil se está sumergiendo cada vez más en una guerra antidrogas conforme el creciente consumo de cocaína en el país lo convierte en el segundo mercado más grande del mundo después de Estados Unidos.
Esto es sorprendente ya que los políticos brasileños solían criticar las tácticas agresivas contra el narcotráfico a las que recurrió EE.UU., argumentando que hacían más mal que bien.
Sin embargo, ahora Brasil está adoptando una controvertida estrategia estadounidense: cruzar la frontera para intentar combatir la cocaína en su fuente de origen.
“Brasil está cruzando un umbral al que ni siquiera se había acercado en el pasado”, afirmó Douglas Farah, consultor de seguridad nacional que asesora al Departamento de Defensa de EE.UU. sobre América Latina y asuntos de narcotráfico.
Dilma Rousseff, la presidenta de Brasil, está desplazando hasta 10.000 soldados en grupo a los puntos más críticos de contrabando de drogas. Además acordó comprar 14 aeronaves no tripuladas fabricadas en Israel para rastrear a traficantes desde el aire. La Policía Federal está aumentando en 30% su número de agentes y equipándolos con 1.000 nuevos rifles de asalto, más lanchas y aviones.
Como resultado parcial, el número de presos por crímenes ligados a las drogas se duplicó en Brasil desde el 2006. Los problemas de Brasil reflejan la globalización del negocio de la cocaína, a medida que su consumo en EE.UU. cayó 40% durante la década pasada. Los narcotraficantes reaccionaron con la apertura de nuevos mercados en Europa y en economías emergentes como Brasil, Argentina y Sudáfrica.
En el estado de São Paulo, al menos 90 policías militares han muerto en lo que va del año en confrontaciones con traficantes locales de cocaína. La propagación del consumo de cocaína está atrayendo a más países al combate contra los narcóticos, indican autoridades estadounidenses.
“Todos estos males juntos resultan en algo positivo en términos de cooperación”, aseveró William Brownfield que, en su papel como director de la Oficina de Asuntos Internacionales sobre Narcóticos y Aplicación de la Ley del Departamento de Estado, es el embajador estadounidense en la guerra contra el narcotráfico.
“Estoy más optimista sobre la iniciativa internacional de ahora que en cualquier momento del pasado, ya que el tráfico de drogas se ha globalizado tanto que la mayoría de los países ven la necesidad de cooperar”.
Brasil firmó acuerdos de cooperación policial con sus vecinos para compartir información, conducir investigaciones conjuntas y financiar operaciones en el extranjero. Altas autoridades de Brasil enfatizaron que la policía brasileña tiene prohibido cruzar la frontera armada.
Hacer esto quebranta acuerdos con países vecinos y podría causar un impasse diplomático si un brasileño resultara lesionado fuera del país o se viera involucrado en un tiroteo con muertos.
“Debemos respetar la soberanía de nuestros vecinos. Si ocurrió allí, fue un error. Si entran armados, los peruanos podrían arrestarlos”, dijo Oslain Santana, director de la división de crimen organizado de la Policía Federal de Brasil. Pero algunos agentes afirman en privado que agentes armados brasileños a veces sí cruzan la frontera, reflejando el espíritu de que “toda ayuda es poca” en la lucha contra las drogas en regiones peligrosas donde los refuerzos están lejos y las líneas divisorias entre países no están claramente señaladas.
Esta práctica fue visible en agosto cuando Brasil se unió al Perú en una operación conjunta de tres semanas para contener la creciente producción de cocaína en el lado peruano del río Yavarí que separa ambos países en la Amazonía.
La policía peruana dirigió la operación en su lado de la frontera. Pero había al menos un policía federal brasileño armado en cada una de las dos misiones para destruir laboratorios de cocaína en el Perú en agosto, acompañados por un reportero de “The Wall Street Journal”.
Es fácil ver por qué. Eran los policías brasileños los que conocían a fondo la selva y a los informantes que sabían dónde se ubicaban los laboratorios. Los agentes peruanos volaron desde Lima.
La lucha de Brasil contra el narcotráfico más allá de la frontera está lejos de la llevada a cabo por EE.UU. que, a lo largo de los años, ha gastado miles de millones de dólares para operar bases antidrogas en Ecuador, Bolivia y Colombia y empleó tácticas polémicas como ayudar a los países a derribar aviones sospechosos de transportar drogas.
Al mismo tiempo, los críticos en Brasil temen que la guerra antidrogas del país esté entrando en un terreno peligroso. La idea de tener a brasileños armados en otras naciones podría costar vidas y problemas diplomáticos en una región ya de por sí recelosa con el auge económico de Brasil, apuntan estos críticos. También temen que simplemente no funcione.
“No tendrá mucho efecto, porque siempre pueden construir más laboratorios”, puntualizó el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, un reconocido partidario de la despenalización de las drogas. El Perú también está cambiando su enfoque a una batalla más activa contra las sustancias ilícitas.
En su campaña electoral, el presidente Ollanta Humala se distanció de la prohibición respaldada por Washington e incluso sugirió que terminaría con la erradicación de la coca financiada por EE.UU.
Pero, una vez en la presidencia, se ha comportado de manera distinta. Empezó a preocuparle la posibilidad de que la creciente producción de coca en el Perú —en parte para satisfacer la demanda de Brasil— podría amenazar la estabilidad del país al financiar el terrorismo. Hoy en día, EE.UU. ve en Humala un mejor aliado en la lucha contra el narcotráfico que sus predecesores, sostienen analistas de EE.UU.
Durante la operación conjunta de agosto entre Brasil y el Perú, los dos lados establecieron su base en el aeropuerto policial de la vecina Tabatinga. Un helicóptero militar peruano aterrizó con una brigada de comandos. “Debemos impedir que la Amazonía se convierta en otro centro principal de la cocaína”, sostuvo el coronel César Arévalo, comandante de la fuerza peruana en la operación.
Dos observadores de la Agencia Antidrogas de EE.UU. (DEA, por sus siglas en inglés) llegaron para los días finales de la operación. El primer día, pasaron la mayoría del tiempo revisando sus Blackberry en el centro de comando brasileño, mientras que los agentes brasileños y peruanos salían a las operaciones antidrogas.
Prácticamente nada de la cocaína producida aquí va a EE.UU., pero sí a Brasil, convirtiéndola en un problema para el país, señala la policía brasileña. Un vuelo de reconocimiento sobre la zona con la Policía Federal pone en evidencia la magnitud del problema.
Plantaciones de coca —materia prima de la cocaína— del tamaño de canchas de fútbol, se vislumbraban a lo largo del Yavarí. Cálculos de Naciones Unidas sugieren que la Amazonía peruana peruana es la región productora de cocaína de mayor crecimiento en el mundo.
Brasil y el Perú están afrontando el problema con un presupuesto limitado. A diferencia de Colombia, que cuenta con flotas de helicópteros Blackhawk financiados por EE.UU., la policía aquí viaja a las misiones en helicópteros de transporte rusos de hace 20 años, demasiado grandes para aterrizajes precisos en la selva.
El trabajo puede ser fatal. En 2010, dos agentes de la Policía Federal brasileña fueron asesinados por hombres con armas automáticas, mientras inspeccionaban una canoa en el lado brasileño de la frontera, en busca de cocaína.
La muerte de estos agentes fortaleció la determinación de la Policía Federal. Los brasileños colaboraron de cerca con la policía peruana para capturar a la mayoría de los miembros de la banda de traficantes que presuntamente estaba detrás de las muertes.
En un complejo de cocaína desmantelado el 17 de agosto, un perito de la policía brasileña escuchaba a su colega peruano explicar los procesos químicos que ocurrían en un tanque del tamaño de un jacuzzi lleno de hojas de coca cortadas y sumergidas en gasolina. Un té de coca y gasolina fluía a través de los tubos de PVC para llenar bidones de 200 litros, un paso clave en la preparación de la cocaína.
La policía sospecha que el laboratorio pertenecía a un brasileño que trabajaba con un químico colombiano. “Esta es la nueva realidad: los brasileños tienen el dinero, los colombianos el conocimiento técnico y los peruanos son los pobres hijos de… que hacen el trabajo”, dijo un agente peruano que participó en la operación.