Esa es mi competencia”, señala Salvador Piñeiro al viejo cine frente al Hotel Plaza, a unos pasos de la Plaza de Armas de Huamanga. Como ocurre por todas partes, una denominación evangélica compró el local y desde allí compite por fieles con el catolicismo. “Dicen que son rabiosos pero conmigo son muy amables. Me llevo bien con los anglicanos, con los luteranos”.
Entre los pocos pasos que separa la plaza del arzobispado, Piñeiro ofrece declaraciones a un reportero que cubre la raleada manifestación antiminera y se disculpa con un recién casado a cuyo matrimonio no pudo asistir por encontrarse de viaje. Saludos que se repiten a lo largo del día que CARETAS le sigue los pasos, desde el pan chapla y el yogur del desayuno (“hecho por las monjitas con muchas oraciones”), pasando por la asamblea de Caritas y el olluquito del almuerzo, hasta que termina por la noche su misa en la catedral.
Desde enero último, este diocesano de 63 años es el presidente de la Conferencia Episcopal Peruana. La elección por parte de sus pares obispos significó una cuarta derrota en esa arena para el poderoso cardenal de Lima, monseñor Juan Luis Cipriani (68). La votación fue de 27 contra 21. Y hace siete meses que Piñeiro, que viene de 10 años frente al obispado militar, es el jefe de la Iglesia ayacuchana. Cipriani ocupó el mismo cargo antes de ser cardenal, lo que alienta entre los religiosos las bromas de Huamanga como una “sala de espera”.
Piñeiro es un hombre visiblemente calmado y paciente que disfruta del contacto con la feligresía. Parece extender su experiencia de párroco en los distritos limeños de San Miguel, Barranco y Lince. Años de docencia y su cercanía con los fallecidos cardenales Juan Landázuri (que lo ordenó) y Augusto Vargas Alzamora forjaron una personalidad eminentemente conciliadora, que le puede ser de buen uso a una Iglesia que hoy enfrenta tormentas de proporciones casi bíblicas.
–Usted es teólogo y pedagogo. ¿Cómo influyó el Concilio II en su formación?
–Eran los frutos del concilio. Termina en el ’64 y entro el ’65 al seminario. Una formación muy plural en todas las escuelas: dominicos, franciscanos, jesuitas. Creo que la gran denuncia del Concilio fue la de la ruptura entre la fe y la vida. Uno decía que las cosas de Dios se reducen a la sacristía. No, señor. El Concilio nos abrió estas grandes luces. Esta cercanía a la palabra de Dios, ese diálogo con el mundo. Hablar de los judíos como nuestros hermanos mayores en la fe, buscar ese diálogo ecuménico con las otras iglesias.
–¿Y a partir del Concilio cómo interpretaría la Teología de la Liberación?
–Fue un despertar al tema social. ¿Cómo nos íbamos a llamar un continente cristiano con tanta marginación y pobreza? Entonces íbamos a esta opción preferencial por los pobres. Tengo que agradecer la reflexión de teólogos como el padre Gustavo Gutiérrez, que recordó que el evangelio no es para una biblioteca sino para ponerlo en práctica. El cardenal Ratzinger nos dio dos grandes documentos para interpretar la liberación.
–Ratzinger reivindicó la obra de Gutiérrez.
–Nunca se le ha censurado. Se le agradece muchísimo cómo acompaña en su reflexión a la Iglesia.
–Pero Gutiérrez es una figura controversial para sectores del Opus Dei, al que pertenece el cardenal Cipriani.
–Siempre puede haber una lectura sesgada. A veces los seguidores son más fanáticos, más inspiradores que el inspirador. El esfuerzo de la Iglesia está en tratar que en cada época el evangelio sea fermento de paz, de vida y de luz.
–¿Entonces en el Perú son más papistas que el Papa?
–Por ejemplo, nuestro episcopado es un abanico de posibilidades. Más de la mitad de los obispos son de origen extranjero. Hay jesuitas, franciscanos, del Sodalicio, del Opus Dei. El obispo tiene que ser el que coordina esta variedad de dones, de carismas, un poco tiene que ser como el director de orquesta, hacer que todos hagan su tarea para una sola melodía, que es el evangelio. Si se nos pega una tecla, ahí viene el problema.
–Pero la dinámica colegiada no se nota en la sociedad. La percepción actual en el Perú es que la voz cantante en la Iglesia la lleva el cardenal Cipriani.
–No. La conferencia episcopal es una instancia donde todos los obispos dan sus pareceres.
-¿Y cómo juega la conferencia con el cardenal?
-Lo queremos muchísimo, pero es un obispo más entre 50. Igual los arzobispos, somos 7.
–Tiene como vicepresidentes a los obispos Pedro Barreto y Javier del Río. Un ambientalista y un conservador. ¿Su designación expresa el centro?
–Monseñor Barreto representa a los obispos de América en la Comisión de Justicia, Paz y Desarrollo. Monseñor Del Río es abogado, así que siempre me hace tener presente el canon y la norma. Me dan un buen equilibrio.
–¿Cómo entender procesos como el de Austria, donde un grupo de sacerdotes se rebeló contra la oficialidad eclesiástica?
–Siempre en la vida de la Iglesia ha habido temas de frontera. Y hay algunos hermanos sacerdotes a los que les gusta coquetear e ir por esa línea. También hay que ser honestos, eso ha ayudado a la reflexión y a buscar el equilibrio. Por eso es tan doloroso el caso de Austria: 200 sacerdotes liderados por el vicario general de Viena plantean al arzobispo temas que ni siquiera deberían entrar en discusión. ¿Y qué hace el obispo? Ha dicho, anda a trabajar a esta parroquia sencilla pero este tema no está en la agenda del arzobispado.
–No les quitaron la licencia. ¿Podríamos decir que el padre Garatea es un personaje de frontera?
–Aprecio muchísimo al padre Gastón. Las razones puntuales por las que ha sido suspendido no las conozco.
–Se sabe que el cardenal le reclama por declaraciones periodísticas. Pero no es lo mismo expresar una opinión que abrazar una causa.
–Así es. Ahí invoco a los hombres de leyes para que busquen una solución. Nunca vamos a hablar de matrimonio (homosexual), pero tienen derecho a salvaguardar sus intereses de pareja. No soy experto en temas de trámites legales pero que vean una manera. La Iglesia siempre va a declarar lo fundamental, que es el matrimonio, la vida de pareja, que Dios nos hizo hombre y mujer.
–Garatea fue comisionado de la CVR y usted era obispo militar en esa época. ¿Cómo valora su informe final?
–Lo que siempre he oído es que, de repente por limitaciones de tiempo, no escucharon a todas las fuentes. Es una buena fuente pero no es la única.
–¿Qué piensa de la anticoncepción?
–Son los padres los que deciden qué hijos tienen. Hablar del método es otro cantar. Los hijos son la alegría del hogar y la fuerza de la patria. En ese sentido, sí soy natalista. Pero los hijos que puedan tener y educar.
–¿Qué papel le toca a la Iglesia en esta coyuntura de convulsión social?
–Exhortar a que no haya enfrentamientos, el diálogo es el camino para la paz. La gente quiere ser escuchada. Ven grandes beneficios en la explotación, en las ganancias y La Oroya es tan triste a cuando la conocía hace 50 años. Tenemos que colaborar para que se aminoren esas distancias entre la pobreza y la opulencia.
–Viaja usted en los próximos días a Dublín, donde la Iglesia ha sufrido un embate dramático por las denuncias de pedofilia.
–Irlanda, una nación católica que ha dado tantos misioneros, se ha visto envuelta en estos temas de pederastia y el Santo Padre ha sido muy firme. Tenemos un protocolo para tramitar estos casos tan lamentables.
–En el caso de filtración de los documentos ha sido muy golpeada la figura del secretario de Estado vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone.
–Estuve con él en febrero y entrando a su oficina me dijo yo quiero mucho a Ayacucho. Cuando él era estudiante salesiano se hablaba mucho de la misión a Ayacucho. El gran obispo era Víctor Álvarez, cuando no había muchos salesianos. (Bertone) fue el gran colaborador de Benedicto cuando este era prefecto de la Congregación de la Doctrina y después le pidió que sea arzobispo en Génova. Lo volvió a llamar como su secretario de Estado, que es una suerte de primer ministro. Es un hombre mayor, muy festivo. Da la imagen de una curia romana. Acá tuvimos la suerte de tenerlo varias veces.
–Se han conocido fuertes choques entre él y otros cardenales.
–Todo eso lo sé por la prensa.
–Pero lo que sí tiene que saber de primera mano es el conflicto en torno a la Universidad Católica. Parecía haber un avance importante pero, según la PUCP, el cardenal interrumpió los diálogos. ¿Qué opinión tiene?
–La Santa Sede nos ha recordado muchas veces cómo aprecia el trabajo de la PUCP. De ninguna manera quiere que se desentiendan de los grandes lineamientos de la Iglesia. Todo lo que pide la (carta pastoral) Ex Corde Ecclesia ya lo vive la universidad. Basta explicitarlo. Yo no veo mayor dificultad ahí. Junto con este tema está el asunto del testamento de Riva Agüero que, como toda cuestión jurídica, tiene distintas interpretaciones. Por eso lo poco que tengo lo voy a entregar en vida, para que no se peleen mis deudos. Quienes asesoran al cardenal lo interpretan de esta manera y Marcial Rubio, que es buen constitucionalista, lo interpreta de otra. El arzobispado quiere que se vea por separado y la PUCP que se vea en un solo paquete. Ahí estamos entrampados. Pero que se sepa lo que dijo el cardenal Bertone: no estamos tras la cuestión económica. La Iglesia no ve a la educación católica como un negocio, y menos la universidad.
–¿Pero no será que más que un problema de instituciones sea uno de personas? ¿Que la resistencia sea al cardenal?
–A mí me da mucha pena que se haya “ciprianizado” este problema. Pediría que la asamblea acepte la Ex Corde Ecclesia y los detalles del testamento los vemos después.
–¿Esa aceptación relajaría la situación?
–Sin ninguna duda. A mí me dan pena estos juicios, ¡tienen que desaparecer! Las cosas de la Iglesia nunca se arreglan en los tribunales civiles, se arreglan en casa. (Entrevista: Enrique Chávez)