Antiquísimos relatos orales contados por los mayores a sus descendientes, describen al manguaré como un instrumento de comunicación sacralizado desde el momento en que el jefe decide su construcción. En el pueblo Murui, el illama, en una de las consecutivas reuniones que se inicia en las últimas horas de la tarde y termina en el alma de la medianoche, lo anuncia mediante un breve discurso nutrido de metáforas y símbolos.
Es el inicio de una larga ceremonia que involucra fases tradicionales que va desde la solicitud de permiso del bosque para el uso de un almendro o palo de sangre, la dulce reciprocidad simbólica donde las mujeres rompen vigorosas piñas sobre el árbol en pie, cantan y danzan sobre el árbol caído y mujeres y hombres intercambian sensuales ironías que desembocan en risotadas y alegres gestos, mientras fabrican el manguaré.
Dentro de la Maloka y solamente en las noches, los hombres amistan con el espíritu del fuego mediante oraciones ancestrales a fin de lograr su eficiencia en las laboriosas tareas de perforación o excavación de las piezas de madera. Los sabedores y ayudantes insuflan la potente llama que despide el carbón de semillas de shapaja (Attalea phalerata), que por la dureza de su estructura hace demorar su ardiente influjo y como una legión de carcoma corroen con avidez el corazón del madero de almendra o palo de sangre.
Si la administración del fuego para formar la cavidad interior de resonancia fuera mediante el soplo directo habría serios problemas, pues, se realiza a través del conducto del peciolo de hoja de papaya o del tallo muerto de una pequeña chontilla, previamente preparada.
Durante el día, nadie tocaba ninguno de los dos maderos (mujer y varón) que durante la noche son trabajados con esmero y perseverancia. La profanación de los códigos legendarios causa castigo irreversible, según los relatos, inhibiendo la aptitud sonora del instrumento. La advertencia, de incuestionable cumplimiento, mantenía muy alto el orgullo de la estirpe, cuando las percusiones del manguaré se oían con nitidez y convicción hasta los confines de la jurisdicción, donde habitaban pueblos o clanes amigos.
La fabricación del manguaré duraba tres lunas, con un promedio de seis horas de jornada nocturna, donde se disponía abundante alimentación y riguroso seguimiento a la salud mental y espiritual de los constructores.
El diseño y la cavidad interior de cada madero contenían características físicas propias de la mujer y el varón, que representa los detalles de una dualidad generadora de bienestar y esperanza de progreso continuo. La pieza mediana del manguaré representa al varón y están decorados con pintura inherentes al género, la pieza grande representa a la mujer cuyo interior tiene dos protuberancias con las formas de teta. En la combinación de sonidos, la pieza femenina, emite resonancias como al tañer de una gruesa campana.
Entonces, los operadores del manguaré se preparan. Aprenden diversas formas de percutir, cada uno con diferente significado. Dicen los relatos, que son canciones previamente aprendidas los que se expresan a través de los sonidos y el entendimiento de la población interna y externa es posible en virtud de una familiaridad generacional de los códigos básicos: Los sonidos de guerra, de las visitas importantes, de las celebraciones, cosecha, alimentación, bienvenida…
Gregorio Rimabaque, cacique Bora de la comunidad de “Betania” – río Ampiyacu, tiene en su Maloka un manguaré de 20 años de vida. Es un legado de su bisabuelo. “Mis abuelos y mi padre finado están contentos con la presencia del manguaré. Yo toco para ellos en las mañanas y noches. Me piden fiestas para hacer trabajar al manguaré, para ello, me estoy preparando” comentó el cacique con hidalguía y nostalgia.
El ángulo derecho del interior de su enhiesta Maloka recibió mi reverencia y temor al momento de acercarme a las dos piezas que conforman el instrumento. Tiene un aspecto hermosamente natural y penden de lianas endurecidas por el tiempo. Se puede observar con inquietud las huellas del pasado sobre la pieza masculina: leves escisiones impartidas por el fuego sobre el borde que enseña su entraña. Quise redescubrir con mis manos la representación femenina en la pieza identificada, pero me impidió la fuerza de los misterios.
Los estudiantes indígenas de la Asociación Curuinsi vienen construyendo, hace medio mes, un nuevo manguaré conforme dicen los relatos y la enseñanza viva de los sabedores. Están invitados a participar de esta experiencia (Jorge Pérez/ Servindi).