Palabras triunfales, batallas reales

IDL-reporteros. La retórica triunfalista con la que se despidió de su cargo el ex jefe del Comando Conjunto, general EP (r) Francisco Contreras soslayó un dramático episodio militar en el VRAE – el intento de rescate, que se prolongó por más de veinte días, de una patrulla diezmada y asediada–, que reveló que entre las bajas también se debió contar a la verdad.
 
El viernes 14 de enero, el general EP (r) Francisco Contreras, que fuera jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas hasta diciembre de 2010, tuvo una larga entrevista con Jaime de Althaus, sobre la situación militar en el VRAE.

Había pasado muy poco tiempo desde que Contreras entregara el mando a su sucesor, el general EP Luis Howell, de manera que no solo estaban frescas las memorias sino que, para todo propósito práctico, Contreras describía hechos del presente.

Cuando Althaus le mencionó el alto número de bajas que ha sufrido la Fuerza Armada desde el inicio de las operaciones –a través de duros contrastes, tales como las emboscadas de Sanabamba y Tintaypunco; y el derribo de un helicóptero artillado en Sinaycocha–, Contreras repuso que a él no le gustaba la “aritmética de las bajas” y desarrolló un modo diferente (y opuesto) de leer la realidad.

El camino a la victoria frente a Sendero debe plantearse con inteligencia (foto CCFF)

En el VRAE, dijo Contreras, se había pasado de la defensiva a la ofensiva. “Tuvimos inicialmente una estrategia basada en bases antiterroristas” dijo. “A eso le llamamos un concepto operacional estático. Hemos pasado a un concepto operacional dinámico donde el esfuerzo principal lo llevan las patrullas”.

¿Con qué ventajas operativas (y comparativas) nuevas?

Con helicópteros capaces de operar en la noche, sostuvo Contreras. “Los combatientes tienen que tener la tecnología para combatir de noche, principalmente los visores. Ya los tenemos”. También, agregó, era necesario el control de los ríos. “¿Qué tenemos ahora? Hovercraft. ¿Qué cosa es un Hovercraft?” Y a continuación, Contreras explicó, con algún impresionismo, la navegación sobre un colchón de aire, que define al Hovercraft y adelantó que buena parte de esas embarcaciones serían ensambladas en Iquitos.

También anunció compras de helicópteros: “Nos hemos demorado en comprar los helicópteros, que son seis de transporte y dos de ataque” dijo… “Acuérdese de los Mi-25 que tanto reclamaba el 2009. Ahora tenemos Mi-35…Con esos helicópteros sumamos los 18 que queremos”, prosiguió Contreras. Además, añadió, contestando una pregunta de Althaus, ahora todos los helicópteros estaban blindados, mediante un trabajo que se realizó en el Perú.

Según fuentes del ministerio de Defensa, los Mi-35 no han llegado todavía al Perú.

Finalmente, dijo Contreras, retornando a la aritmética, el objetivo en el 2010 fue pasar a la ofensiva y eso era precisamente lo que se había hecho: “Desde mayo hemos empezado con la ofensiva y no ha parado… cada mes es una nueva ofensiva”, sostuvo.

El objetivo era ambicioso y, anunció Contreras, en gran parte había sido logrado: “Primero, queremos contener el valle. Segundo, achicar el área de acción… Nosotros los hemos sacado de Vilcabamba y los hemos sacado de Rondayacu … ¿Cuál era el espacio que teníamos? 45 mil kilómetros cuadrados, [que es] donde estaban los terroristas. ¿En dónde están ahora? En 4 mil 500 kilómetros cuadrados”.

¿Reducidos los senderistas al décimo de su área de operaciones? Ante la incredulidad de Althaus, Contreras insistió en ello: “Nosotros los hemos llevado a un lugar donde se va a desarrollar la batalla final. Ese lugar se llama San Martín de Pangoa”.

Y no solo eso: Contreras afirmó que la victoria total estaba al alcance de la mano: “Si sigue así, el 2011 o máximo el 2012 se debe acabar con el problema”.

¿Cómo? El objetivo, precisó el hasta hace poco jefe del Comando Conjunto, era capturar a los cabecillas de SL-VRAE: a ‘José’, ‘Alipio’, ‘Raúl’ ‘Gabriel’, ‘Olga’, ‘William’ y algunos otros de menor importancia.

Para eso, concluyó Contreras, era necesario hacer tres cosas: “Ubicar al cabecilla, acercarnos, maniobrarlo y neutralizarlo”.

La batalla de Cerro Bola

Mapa de ubicación de Cerro Bola y Cuello 2 en San Martín de Pangoa, Satipo (gráfico IDL)

¿Así de bien estaba el escenario militar? ¿Era tan dramático y decisivo el giro de la situación estratégica en el VRAE como para que Contreras pudiera considerar inminente la derrota de Sendero?

Esa no era y no es la realidad. Contreras dejó la jefatura del Comando Conjunto en medio de una batalla entre las fuerzas armadas y los senderistas del VRAE en el lugar, precisamente, donde dijo se va a dar la “batalla final”, en San Martín de Pangoa.

Pero no fue un combate exitoso sino lo contrario. Fue una batalla en la escabrosa espesura de montañas, riscos y quebradas cubiertas de bosque, tapadas por nubes, donde lo que empezó como una ofensiva de múltiples patrullas contra el reducto de ‘José’, en un lugar llamado ‘Cerro Bola’, terminó en un angustioso esfuerzo por rescatar a una patrulla rodeada, en una posición difícil que con el paso de los días amenazó con hacerse insostenible.

Las hostilidades se iniciaron en noviembre pasado. De acuerdo con la información que llegó al Comando Conjunto, el principal líder de Sendero, ‘José’, Víctor Quispe Palomino, se encontraba en San Martín de Pangoa, específicamente en ‘Cerro Bola’, su “sector histórico, el ‘sector uno’ de Sendero” como dice una fuente de las fuerzas de seguridad.

Los operativos se iniciaron desde el cuartel de Pichari. La zona (ver mapa) se saturó con patrullas que convergían al ‘sector uno’. Pero a la vez, fuentes de las fuerzas de seguridad con conocimiento de causa, indican haber recibido entonces inteligencia de que otros contingentes senderistas convergían rápidamente a la zona también, aparentemente para auxiliar a su líder.

En la fragosa geografía de San Martín de Pangoa, no hubo –según las informaciones a las que tuvo acceso IDL-Reporteros (reporteros.pe) – contacto visual entre militares y senderistas. Sin embargo, ambos grupos estaban plenamente conscientes de la cercanía del otro, maniobrando para lograr una posición de ventaja.

Y todo indica que el conocimiento del terreno jugó a favor de Sendero en esta ocasión.

Hacia el mediodía del 23 de noviembre, una patrulla logró acercarse a las estribaciones de Cerro Bola. A las 2:30 de la tarde, pasando por una quebrada, uno de los oficiales pisó una mina y desató una cadena de explosiones que devastó la patrulla. “Salimos disparados por todas partes”, dijo uno de los sobrevivientes a Doris Aguirre de La República.

Antes que campo sembrado de explosivos ocultos, las minas eran una emboscada en sí mismas. Cuidadosamente escondidas, armadas en botellas de plástico (entre otras razones para hacer más difícil su detección), distribuidas y conectadas para reventar en cadena y abarcar el mayor espacio posible, el daño que infligieron fue muy alto.

Apenas pudo reorganizarse, la patrulla contó sus bajas. El teniente EP Víctor Molina Jiménez y el suboficial de tercera Lorenzo Huancachoque Pumachoque, habían muerto. Otros cinco militares estaban heridos, alguno de gravedad: el teniente EP Carlos Felipa, los suboficiales de tercera José Dávila, Fortunato Medina, Saúl Linares y el sargento primero reenganchado Berli Caucha Granda.

Ese mismo día, tanto el cuartel de Pichari como el Comando Conjunto recibieron la información sobre la emboscada y su trágico resultado. Las operaciones “bajaron de intensidad para evacuar a las bajas”, dice una fuente de las fuerzas de seguridad.

La situación era ya muy difícil. El enemigo, invisible, había atacado con sorpresiva contundencia, tenía fijada en el terreno a una patrulla que se reponía del shock de la trampa con explosivos, y sin duda estaba apostado para emboscar a los grupos de rescate, especialmente para tratar de abatir otro helicóptero, con el mismo procedimiento que emplearan en Sinaycocha.

De otro lado, la patrulla tenía heridos que necesitaban ser evacuados para salvarles la vida y se encontraba en una posición muy vulnerable, en una quebrada, con el riesgo de ser atacada y destruida.

Según fuentes dignas de crédito, un helicóptero Mi-17 equipado para volar de noche y con blindaje de planchas de acero en buena parte de su estructura, ingresó por la noche a la quebrada y logró rescatar a dos heridos, a costa de sufrir otros dos, cuando los senderistas ocultos en la espesura abrieron fuego con dos ametralladoras PKM, de calibre 7.62 por 54R, apostadas para lograr un campo de tiro convergente.

La patrulla quedó aislada y asediada, con heridos y una cantidad limitada de alimentos y munición. La evacuación directa por helicóptero era muy riesgosa, y el avance de las otras patrullas penoso, difícil y abría la posibilidad de que en su trayecto reventara una trampa explosiva similar.

Pasaron varios días de creciente ansiedad, mientras el Comando Conjunto ensayaba alternativas de rescate. Era evidente que los senderistas tenían preparado el terreno con una profusión de trampas y apostaderos de francotiradores, además de los nidos de ametralladora.

Hubo roqueteos de helicóptero a los presuntos apostaderos de tiro de Cerro Bola, que no lograron mayor resultado. Las informaciones indicaban que los senderistas seguían esperando, dispuestos en emboscada, utilizando como señuelo a la patrulla sitiada.

Lo único que se pudo hacer en esos días fue lanzarles provisiones desde el aire, según fuentes bien informadas que hablaron, como sucedió en casi todos los casos, bajo condición de anonimato.

Pasaron varios días así. La patrulla asediada no podía salir y todas las posibilidades de rescate entrañaban grandes riesgos. Así terminó el mes de noviembre.

El seis de diciembre, sin haber logrado rescatar a la patrulla, se adelantó el cambio de mando en el Comando Conjunto. Salió el general EP Francisco Contreras (quien no mencionó el caso de la patrulla atrapada en la entrevista que tendría después con Althaus) e ingresó como nuevo jefe el general EP Luis Howell.

El relevo de comando es siempre una tarea laboriosa, pero aquí fue un escenario de pesadilla porque era necesario salvar a la patrulla antes siquiera de saber qué se recibía y qué no.

Howell se abocó de inmediato a la tarea, junto con los oficiales del Comando Conjunto y los de cuarteles y bases cercanas.

En días sucesivos, aviones tácticos de combate, los venerables A-37, despegaron de la base de La Joya para bombardear las presuntas posiciones senderistas en Cerro Bola. Aparentemente, el bombardeo llevó a los senderistas a alejarse algo de la zona y dio un mayor respiro.

A la vez, cerca de Pampa Hermosa, (ver en el mapa), en el lugar llamado Cuello 2, se estableció una base de evacuación con “soporte de artillería”, para defender el perímetro y apoyar las operaciones de rescate.

Finalmente, a los veinte días de la emboscada, se empezó a ejecutar la operación para rescatar a la patrulla atrapada. Howell pasó varios días en la zona dirigiendo los aprestos operativos.

Desde la base adelantada, cuatro patrullas salieron al rescate y, en durísimas marchas, doblemente difíciles por el riesgo de minas, que fuerza normalmente a evitar trochas y sendas, lograron establecer contacto con la patrulla y rescatar gradualmente a 26 soldados después de casi un mes de asedio.

Sin embargo, cuando se iniciaban los vuelos de rescate en Pampa Hermosa, el 14 de diciembre, en una zona que se pensaba segura, hubo otro sorpresivo ataque senderista, cuando aterrizaba un helicóptero.

La nave, un Mi-17, recibió 15 impactos de bala. En tierra fueron heridas cuatro personas, una de las cuales el suboficial Luis Valladolid, pudo ser evacuado luego dos días, en agonía. Herido en la columna, falleció poco después. En el helicóptero hubo tres heridos. La nave, pese a los impactos, pudo ser salvada.

Entre el 16 y 17 de diciembre se pudo finalmente terminar con la extracción de todos los soldados de la patrulla emboscada el 23 de noviembre. El terreno, ¿se necesita decirlo? quedó bajo el control de los senderistas.

Eso es lo que sucedió en pleno cambio de mando en el Comando Conjunto y en las Fuerzas Armadas, con la excepción de la FAP. En esas condiciones, un discurso triunfalista no solo es despistado sino desinformador y mentiroso.

Según fuentes confiables de las fuerzas de seguridad, los senderistas no consideraron un triunfo esa sucesión de enfrentamientos, por no haber podido lograr uno de sus principales objetivos: derribar otro helicóptero. Aún así, está claro que no fueron los perdedores en esta batalla de los bosques.

Hay razones para suponer que puede haber una mejora en la situación actual –como veremos en la nota adjunta–. Pero es difícil pensar en error o irresponsabilidad mayores que envolverse en retóricas de triunfo cuando la realidad, por lo menos hasta ahora, indica que el camino a la victoria frente a Sendero debe plantearse con inteligencia para que no termine siendo tan difícil como el que conduce a Cerro Bola.

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