Los nativos de la etnia nomatsiguenga que viven en San Antonio de Sonomoro, en el distrito de San Martín de Pangoa, provincia de Satipo, viven orgullosos de su riqueza cultural e histórica que han sabido preservar pese al paso del tiempo.
Por ello, a mitad de semana convocaron a sus hermanos de Jerusalén de Miniaro, Unión Alto Sanibeni, Santa Teresita, San Ramón de Pangoa, Boca Kiatari, Etzoniari y Crotishari para celebrar un festival que reivindicó sus costumbres, tradiciones y hábitos de vida frente a numerosos turistas.
Todos disfrutaron de danzas, carrera de balsas, pesca con flecha, degustación de la gastronomía nomatsiguenga y de masato, cosmovisión, dibujo y pintura, ritos con fogatas y juegos colectivos. Y, en medio de todo eso, se eligió a la joven Tzinani como representante de la belleza nomatsiguenga.
Yaneshas y asháninkas
El festival nomatsiguenga despertó tal interés en la población de las provincias de Chanchamayo y Satipo que los yaneshas y asháninkas que habitan las comunidades de Pampa Michi y Ubiriki del valle del Perené también se animaron a llegar hasta San Antonio de Sonomoro con sus tambores y flautas. Ellos también se unieron a la danza.
“Este festival servirá para mostrarle al mundo que nuestra cultura está viva y que nuestra expresión mediante el arte servirá para que nuestros hijos y descendientes mantengan nuestra historia viva”, apuntó Roger Chimanga Shumpate, jefe de la comunidad nativa de San Antonio de Sonomoro.
A la cita también acudieron los alcaldes de Pangoa, Óscar Villazana, y de Satipo, César Merea Tello, quienes alentaron a la población a mantener su acervo cultural.
«Esta es una forma de dar a conocer las tradiciones de los nomatsiguengas porque no se oye hablar mucho de ellos ya que en la Selva Central los nativos más conocidos son los asháninkas”, comentó Óscar Villazana.
A los visitantes les sorprendió el espíritu de participación de los nomatsiguengas en sus competencias deportivas, en las que no existen ganadores ni perdedores. El único afán de todos es participar para demostrar su grado de destreza, y por eso no se entregaron premios.
Los niños jugaron con pelotas hechas de ramas y paja que debían mantener el mayor tiempo posible sobre varas de madera, las mujeres tejían sus cushmas (túnicas) y los jóvenes varones demostraban cómo maniobran sus balsas.
La gastronomía tuvo un lugar de honor en el festival. Los asistentes pudieron saborear caracoles gigantes asados a la brasa acompañados de trozos de yuca recién cosechada y cocida. No faltaron diversos platos hechos en base a la carne de animales del monte.
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