Nuevo cardenal es acérrimo defensor del medio ambiente

Mons. Pedro Barreto Jimeno, arzobispo de Huancayo, capital del céntrico departamento de Junín, recibirá el 29 de junio del 2018 el título de cardenal de manos del papa Francisco. Barreto, sacerdote jesuita de 74 años, ha hecho de la protección del medio ambiente y la salud de las personas un elemento central de su misión pastoral.

Desde el 2004, Mons. Pedro Barreto presta servicios en Huancayo, aunque confiesa que su corazón “es amazónico”, sentimiento nacido durante los tres años (2001-2004) como vicario apostólico en la provincia de Jaén. En esa misma época ingresó al consejo permanente de la Conferencia Episcopal Peruana y al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).

Jaén es la puerta de entrada a la Amazonia nororiental de Perú. “La Amazonia”, explica Mons. Barreto, “comprende casi 8 millones de km² y nueve países, ocupando Brasil la parte más grande (65% de la superficie) seguido de Perú. Como hombres de Iglesia veíamos que había un gran trabajo disperso en un territorio inmenso. En abril del 2013, un mes después de la elección del papa Francisco, el CELAM se reunió en Ecuador para debatir la cuestión amazónica. En setiembre del 2014 nos encontramos, obispos, religiosos y religiosas, en Brasilia y decidimos crear la Red Eclesial Panamazónica, la REPAM. No es una verdadera institución, ni una estructura, sino, como lo dice su nombre, una red que busca unir con el diálogo y la ayuda recíproca a los pueblos indígenas y no indígenas que viven en la Amazonia. Lo que nos sorprendió fue el mensaje inmediato de felicitación del Papa. Esto nos llevó a considerarlo el fundador”.

A partir de ese momento, el crecimiento de la REPAM ha sido muy rápido.

“El Papa nos pidió que presentáramos la REPAM al mundo”, señala Mons. Barreto. “Lo hicimos el 4 de marzo del 2015 en Roma, en el aula Juan Pablo II. Poco después, el 19 de marzo, tuvimos una audiencia temática sobre las actividades mineras en la Amazonia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en Washington”.

El rol y la visibilidad de la REPAM cobraron más adelante un gran impulso a partir de dos eventos importantes: el lanzamiento, en mayo del 2015, de la encíclica Laudato si, enteramente dedicada al medio ambiente y el anuncio el año pasado por el Papa de la realización para octubre del 2019 del Sínodo de Obispos de la Región Pananamazónica que abarca nueve países: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Guayana Francesa, Perú, Surinam y Venezuela.

De la Amazonia a los Andes

Después de la experiencia en Jaén, Mons. Barreto tuvo que abandonar la Amazonia y trasladarse a los Andes al ser nombrado arzobispo de Huancayo, ciudad andina ubicada en el valle del río Mantaro, el valle interandino más grande del Perú: 77 km de largo y 22 km de ancho en promedio.

Lugar muy diferente de la Amazonia, pero afectado por problemáticas idénticas: la difícil relación entre el medio ambiente y las actividades humanas y entre el derecho al trabajo y el derecho a la salud.

En el departamento de Junín, las concesiones mineras cubren alrededor del 20% del territorio total (Observatorio de Conflictos Mineros, Noviembre de 2017). Se extraen cobre, plomo, zinc, molibdeno y plata. Operan diversas empresas, entre ellas la china Chinalco, la canadiense Pan American Silver, la peruana Volcan, la brasileña Milpo. La más famosa, debido a los desastres provocados, es la estadounidense Doe Run que está en liquidación desde hace años. Estas actividades mineras dan un poco de trabajo —con bajos salarios— a la población local, pero provocan sobre todo grandes daños, al medio ambiente y a la salud de las personas.

“Desde hace siglos”, indica Mons. Barreto, “Junín es una zona eminentemente minera. Hay una ciudad llamada La Oroya, a 3,700 metros de altitud, que es considerada una de las cinco ciudades más contaminadas del mundo. Desde hace algunos años ya no se emiten gases tóxicos porque el complejo metalúrgico de la Doe Run está cerrado, pero si se ven las fotos tomadas desde arriba —en Internet es posible—, se nota una masa blanca. No es nieve, son partículas de plomo, cobre, zinc, todos ellos metales pesados que en estos 90 años de producción [la actividad comenzó en 1922] se han acumulado en las montañas”. Y en la sangre de los habitantes, especialmente niños y ancianos. El agua, el aire y el suelo presentan niveles de contaminación decenas de veces superiores a los límites permitidos.

Al tomar conocimiento de los graves problemas ambientales, Mons. Barreto se puso inmediatamente en acción. En marzo del 2005, pocos meses después de su toma de posesión como arzobispo, estableció una Mesa de Diálogo con el ambicioso objetivo de encontrar una “solución integral y sostenible al problema ambiental y laboral en La Oroya y la recuperación de la cuenca del río Mantaro”.

El diálogo, sin embargo, fue largo y complicado porque estaban en juego los intereses de la multinacional estadounidense y el trabajo de unas 2,000 personas. A Mons. Barreto le llegaban amenazas de muerte e intimidaciones.

El complejo metalúrgico de La Oroya ha pasado por fases de insolvencia económica (2009), juicios con el Estado por la falta de inversiones en adecuación ambiental (Programa de Adecuación y Manejo Ambiental, PAMA) y, finalmente, entre 2017 y 2018 algunos intentos de venta, hasta ahora fallidos.

La minería y la salud de las personas

El problema, aún no resuelto, de La Oroya no es el único. A unos 40 km de distancia se encuentra Morococha, una pequeña ciudad construida sobre un enorme yacimiento de cobre a cielo abierto. Desde el 2008, el yacimiento, conocido como proyecto Toromocho, es propiedad de la empresa estatal china Chinalco.

“El primer problema a enfrentar”, dice Mons. Barreto, “fue trasladar a la población. Chinalco construyó una nueva ciudad: Nueva Morococha. El traslado de las 1,200 familias comenzó en el 2012 y aún no ha concluido”.

Mientras tanto, entre enero y julio del 2017 la empresa extrajo 106,000 TM de cobre. “Incluso en el caso de Toromocho”, precisa Mons. Barreto, “hay daño ambiental porque una actividad minera, por más atención que ponga, siempre contamina. El problema es que en la región no hay muchas alternativas de trabajo. Aunque como Iglesia hemos comenzado un pequeño proyecto de producción textil que emplea sobre todo a mujeres, eso no basta”.

Según el Instituto Peruano de Economía, la minería genera alrededor del 11% del Producto Interno Bruto del país, la mitad de las divisas, el 20% de los ingresos tributarios, así como la creación de miles de empleos directos e indirectos.

“Perú siempre ha sido un país minero”, señala Mons Barreto. “Pero también es un país agrícola. En el valle del Mantaro las minas contaminan, pero al mismo tiempo en la agricultura se están utilizando fertilizantes que en el resto del mundo están prohibidos. Se debe encontrar un equilibrio entre una minería responsable y una agricultura igualmente responsable”.

No obstante, el prelado no está a priori contra las minas: “Yo diría que la minería es necesaria. No podemos entonces decir ‘no’ a las minas. Lo que tenemos que decir es: en esta reserva, en este biotopo, en este parque no puede haber minería. Un ejemplo: en este momento una empresa minera está explorando la laguna Marcapomacocha. Aquí se debe responder con un rotundo No”.

Ciertamente, mirando el territorio peruano, parecería que todo el país está dado en concesión. “Es verdad”, confirma el prelado. “Se habla hasta de la Plaza de Armas del Cusco. Un absurdo. La minería debe ser responsable y tener restricciones claras. No podemos oponernos, pero debemos decir: primero que las minas está la responsabilidad por la vida y la salud de las personas”.

Amazonia, bioma universal

Desde la Amazonia hasta los Andes, el compromiso de Mons. Barreto en defensa del medio ambiente nunca ha cambiado.

“A veces me preguntan por qué un arzobispo que vive en medio de los Andes está entusiasmado con la Amazonia. El hecho es que aquí hablamos de un bioma que nos da vida no sólo a nosotros, sino a toda la humanidad. En Laudato si’ (capítulo 1, 38), el Papa describe la Amazonia como uno de los pulmones del mundo junto con la cuenca del río Congo”, indica.

En general, la conciencia de su importancia vital es muy escasa. También por esto los ataques a su integridad son cada vez más numerosos. Como admite también Mons. Barreto: “Si se pregunta a un peruano de la costa si su país es amazónico, responderá que tenemos la selva. En realidad, el 63% del territorio peruano es amazónico. Tenemos todavía zonas intactas, pero tenemos también zonas infernales como en Puerto Maldonado [visitado por el Papa en enero del 2018], donde la minería ilegal e informal ha producido desastres. Cuando se llega en avión se ven en el bosque grandes extensiones donde ya no crece ni una pizca de vegetación, destruida por mercenarios que utilizan mercurio para buscar oro”.

Como vicepresidente de la REPAM, Mons. Barreto integra la comisión de preparación del Sínodo Panamázonico, que tendrá como tema “Amazonía: Nuevo camino para la Iglesia y para una ecología integral”.

“El hecho de convocar un sínodo sobre la región amazónica”, concluye el prelado, “fue una decisión sorprendente del papa Francisco. Es la primera vez en la historia de la Iglesia. Previamente y en varias ocasiones, el Papa había dicho que la Iglesia debe tener ‘un rostro amazónico e indígena’. ¿Cómo debe interpretarse esta afirmación? Significa impulsar una conversión ecológica, un nuevo estilo de vida, basado no en un paradigma tecnocrático sino en un nuevo paradigma que lleve el problema socioambiental a una solución y ofrezca una vida digna y solidaria para todos”.

Texto: Paolo Moiola / Noticias Aliadas.