«Niños del VRAE, en la selva del olvido», fotoreportaje de La República

La realidad de los niños en el VRAE es complicada. El dificil acceso a la educación y a la salud, parte del abandono en que ha tenido el Estado a esta parte del país durante años, coexisten con una situación de extrema pobreza que los mantiene alejados del desarrollo. El diario La República llegó hasta el distrito cusqueño de Pichari, sus periodistas prepararon el informe gráfico que reproducimos a continuación.

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La niña de pelo largo y lacio se recoge  la kusma. Es la única forma que tiene para llegar a sus pies de manera cómoda y atar las zapatillas marca “Nike”. Este añadido a sus pies quiebra la armonía de su vestir tradicional, pero para ella eso es lo de menos, luce orgullosa la psicodelia de su calzado americano.

Usa los zapatos para cruzar esas trochas de barro que se confunden con el espesor de la ceja de selva, en el  lejano VRAE, ese temido encuentro de los ríos Apurímac y Ene, tan mentado y temido por estos días, tras la muerte de soldados indefensos a manos del terror.

La niña es de Pichari. Vive entre la tensa calma y la guerra fría. No lo comprende, pero su hábitat es una mezcla extraordinaria de lo rural y lo salvaje, también con lo cosmopolita de la pequeña ciudad. La zona resulta alejada. Para llegar tomamos un avión en el Grupo Aéreo Nº 8 y luego un helicóptero usado para la guerra contrasubversiva. En suma, casi tres horas de viaje. Por tierra, el periplo podría durar tres días.

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Desde lo alto, el VRAE es una capa verde llena de musgo y se observa Sivia, Llochegua, Canayre y la base militar de Pichari –en La Convención, Cusco–, donde entrenan los combatientes encargados de acabar con Sendero. Muy cerca la niña recorre las calles. No es consciente de lo que ocurre, pero su madre –no se atreve a decir su nombre– dice que anda con miedo, se sienten desprotegidos por lo que pueda ocurrir. “¿Dónde está el Estado?”, se pregunta. “No está presente, solo hay un alcalde y un juzgado de paz que no hacen nada”, se responde solita. La preocupación es mayor por los niños del VRAE que no gozan de un adecuado acceso a la salud ni a la educación.

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Pierden su identidad cultural y ven en la occidentalización un poco de desarrollo que no comprenden. Virgilio Grajeda, reportero gráfico de La República, ha recorrido el lugar con la experiencia de más de 35 años haciendo fotografía. Él asegura: “La mirada de los niños es una contradicción.

Reflejan la riqueza que los rodea pero demuestran sin brillo la incertidumbre por un futuro lejano”. Es cierto, en el VRAE los niños viven indefensos, su mirada es tierna pero asustada. Quieren un futuro en paz. Pero en su hábitat solo hallan conflicto. No más.

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