En medio del distrito de Lince, en Lima, hay una vieja sastrería, en ella, colgado de la pared, sobre una de las máquinas de coser, hay un letrero con tres palabras: “Leer, Aprender, Obedecer”. Es posible que quien colgara ese letrero ignorara que la “educación” de un niño en poder de Sendero Luminoso, en el Vraem, sigue el mismo principio, al que podemos traducir de la siguiente manera: escucha, memoriza, no pienses y obedece.
En el resto del Perú, sin duda se ha instalado la vieja enfermedad del olvido: la guerra que libra la Policía y el Ejército contra Sendero Luminoso y el narcotráfico pareciera ser una conflagración que ocurre en algún país balcánico o en el Medio Oriente.
Que uno de cada dos niños en el Vraem padezca desnutrición crónica, no opaca el “exitazo” económico que viven los peruanos, y que “se pone en evidencia” cuando miles de personas hacen cola para comer, en Mistura, un pan con chicharrón que sabe igualito al que venden en el mercado de su barrio.
En el Vraem, los niños enfrentan cada día los símbolos y la “cultura” de una guerra. Aquellos que viven en libertad, que van a la escuela financiada por el Estado, usan los patios de las escuelas para jugar a militares y senderistas: entre disparos de mentira, estrategias y tácticas pueriles para atrapar al otro, suelen discutir sobre quién mató a quién. Para ellos, felizmente, es un juego tan inocente como el trompo o cambiar figuritas, si es que las tienen. Para los niños que Sendero Luminoso tiene en su poder, no.
Las “escuelas populares”, en los campamentos senderistas, son férreas maquinarias de adoctrinamiento, Sendero, en realidad, no ha inventado ninguna fórmula: repite las viejas de la enseñanza paporretera, el clásico adoctrinamiento religioso que arrasa en la mente de un individuo toda posibilidad de juicio crítico.
Los “pioneritos” son “educados” básicamente para que crean. Las únicas habilidades que los mandos senderistas quieren de ellos es que desarrollen las físicas, que les permitirán un día apretar un gatillo.
Un oficial del Ejército que ha participado en la destrucción de campamentos de sendero y en el rescate de niños, recuerda los textos que Sendero usa en sus “escuelas populares”.
Según lo que leyó, los “pioneritos” deben creer que son superiores a las tropas del Ejército. Su “educación” tiene como propósito formar a un súper soldado, aunque, a diferencia del Capitán América, este súper guerrero sea un chico con déficit nutricional que recibirá un arma para combatir a la democracia y a las leyes del país.
El principio “pedagógico” es básicamente religioso: el texto es la realidad y discutirlo es inadmisible. Aprender es memorizar. Algo de geografía y de ciencias naturales se les imparte, pero nada que sea impráctico para aquello para lo que están siendo “adiestrados”.
No ahorran tinta en alentar la perversa moral de que su dignidad de seres humanos está determinada por su calidad de ser un gran combatiente e insertan slogans en sus mentes para convencerlos de que ganarán la guerra. Además, no alientan duda alguna de que pronto tomarán el poder.
Los pioneritos, nombre con eco de una inocente agrupación Scout, son niños raptados a nativos machiguengas, ashánincas y nomotsiguengas, o a colonos, o son niños nacidos en los campamentos senderistas, hijos, en realidad de y para la guerra.
El abril de 2009, una patrulla del Ejército al mando del capitán EP Fernando Suárez Pichilungue fue emboscada en Sanabamba. Los senderistas dinamitaron la falda de un cerro. Las tropas que sobrevivieron a la explosión, malheridos o desmayadas, quedaron a merced del enemigo. Quienes recobraron la conciencia, vieron aparecer niños, pequeños, flacos. El mayor de ellos no llegaba a quince años, el menor, apenas diez. Rápidamente identificaron al oficial al mando: esas pequeñas manos removieron una roca del suelo y la usaron para ultimarlo.
¿Tienen laboratorios y bibliotecas los niños de Sendero? No. Tampoco los tienen los niños “civiles”. ¿Tienen laboratorios de ciencia los niños de sendero? No. Tampoco los chicos que siguen la escuela básica regular. ¿Tienen maestros bilingües preparados y padres amorosos que los protegen? Los niños senderistas no, los niños civiles, demasiadas veces, tampoco. ¿Es una educación dogmática y memorística la “educación senderista”? Sí. ¿Es diferente la “educación que reciben los niños en la parte civil? Muchas veces no.
Y sin embargo, a pesar de las limitaciones de una educación con pocos recursos, unos son libres para desarrollar su imaginación, su creatividad, su compasión, su solidaridad, su vocación por el respeto a la vida, a las leyes. Tienen posibilidades todavía para desarrollar en libertad su juicio crítico, para oponerse, para negarse.
Las mentes de los niños en Sendero Luminoso son cegadas de todo aquello que una sociedad sana debe proteger y alentar en un niño: esas mentes están siendo programadas para matar, para creer que asesinar es la forma en que se construye un nuevo mundo.
Entre todas las deficiencias con las que enfrentamos la forma de educar a nuestros niños en el Vraem, una de las peores es la indiferencia con la que el Perú trata a sus niños en ese golpeado territorio. Recuperar a los niños cautivos por Sendero Luminoso es primordial; mejorar las condiciones en las que nuestros niños del Vraem son educados, un imperativo.
(*) Escritor, periodista y editor. Uno de los principales impulsores del Plan Lector Nacional (InfoRegión).