Movadef vuelve a la noticia, ahora desde Buenos Aires, y reitera el desafío para una democracia débil como la peruana de responder a una fachada del terrorismo que busca destruirla como casi lo logra hace dos décadas.
La propaganda internacional es parte de la actividad terrorista, algo en lo que Sendero Luminoso (SL) tiene una experiencia antigua. A mitad de los ochenta, en Cambridge, en pleno corazón de Harvard, había una librería –Revolutionary Books– que vendía pins con la cara de Abimael Guzmán y tenía alcancías para ayudar a los senderistas presos.
Lo mismo ocurría en muchos lados, y en lo mismo anda ahora Movadef con una acción que confirma –por lo que se ve en la web– que no ha cambiado sus convicciones.
Esto incluye citas como las que Movadef tuvo con el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel y las Madres de Mayo, una parada clásica de los grupos radicales de todo pelaje.
Menos clásico es, sin embargo, que sean recibidos por un embajador peruano en la misma sede diplomática, como lo acaba de revelar Nicolás Lynch, lo cual le costó el puesto.
Su salida de la embajada en Buenos Aires se justifica porque el representante del gobierno peruano no debe dar señales que contradigan la pauta establecida con respecto al no reconocimiento del Movadef como partido, pues no ha renunciado a las ideas del “camarada Gonzalo”. Y quizá peor fueron sus declaraciones periodísticas de que “la embajada es la casa de todos los peruanos” y que “yo no estoy acá para juzgarlos”.
Este error no afecta la integridad y condiciones personales de Lynch, quien va a recibir una andanada injusta de acusaciones de ser pro terrorista por parte de medios que fungen de cazadores de izquierdistas y sirven de brokers de embajadores tras un puesto mientras escriben columnas desde la Tiendecita Blanca. Pero más allá de la acción internacional de SL, que debe merecer una respuesta de la diplomacia peruana, lo relevante es –como plantea Mirko Lauer ayer en su columna– qué hacemos con Movadef en el Perú, es decir, aquí y ahora.
Tras la decisión del JNE de rechazar su inscripción como partido, queda pendiente una respuesta política –siguiendo, por supuesto, las reglas elementales de una democracia– al trabajo que, sin perjuicio de lo anterior, está realizando Movadef.
Desde el periodismo, esto debiera implicar una contrastación abierta de sus ideas, incluyendo la evaluación crítica de lo ocurrido en las dos décadas de horror que vivió el Perú.
Y desde la política, debe implicar una respuesta contundente que ocupe espacios y argumentos. El problema, sin embargo, es que nuestra democracia no tiene ni los partidos políticos ni el Estado para hacerlo.