La guerra es un asunto demasiado serio como para confiarlo a los militares” dice la cita famosa de Georges Clemenceau. ¿Les parece excesiva? Los invito a que lean la entrevista al ex jefe del comando conjunto, vicealmirante AP (r) Jorge Montoya, publicada el domingo y lunes pasados en El Comercio.
¿La leyeron ya? Imagino que algunos de ustedes se preguntan cómo es posible equivocarse tanto en tan poco espacio. Yo pienso que uno más bien debe preguntarse por qué.
A tono con la línea de marinos fujimoristas como el vicepresidente Luis Giampietri, Montoya intenta presentar el gobierno de Toledo como el origen de los males que afligen a la seguridad nacional y a las Fuerzas Armadas: “Viene el gobierno de Toledo y se corta el presupuesto de las FF.AA. Se trastocó todo, destruyeron el árbol de raíz y no las ramas malas. No hubo inteligencia y ahora se está reconstituyendo”(…) “…durante el gobierno de Toledo no se hizo nada”.
Cuando la periodista le sugiere al marino que de repente también hubo problemas en el VRAE durante el régimen de Fujimori, Montoya sostiene que eso se debió a causas externas: “Sí, debido al conflicto con el Ecuador en 1995, se marchan todas las tropas de la zona de emergencia al norte. En el 2000 terminan de retornar a sus lugares originales”.
El marino sostiene que la PNP debe subordinarse a las Fuerzas Armadas: “Creo que la Policía debe trabajar subordinada a las FF.AA., al Comando Conjunto”, dice. Y no se queda ahí. “Por eso propuse que la Policía Nacional pasara al Ministerio de Defensa. Es lo más lógico (…) Si la Policía (sic) dependiera de las FF.AA. la acción sería puntual y realmente efectiva”.
Cuando le mencionan los éxitos en la lucha antisenderista obtenidos por la Policía en el Huallaga, Montoya afirma que “Sí, lo que yo he vivido en el 2007 es que cada operación exitosa en el Huallaga ha sido hecha con nosotros, con las FF.AA”. Y no solo eso: “Nosotros estamos haciendo nuestras acciones, pero pregunte cuándo la Policía (sic) mandó gente al VRAE. Estaban enfrascados en el Huallaga”.
En cuanto a los excesos y aun los horrores de la guerra interna, la posición de Montoya es inequívoca. Al preguntarle la periodista por qué él “y los militares son tan reacios a un museo de la memoria”, Montoya contesta que: “Ese museo viene de la Comisión de la Verdad, yo fui a visitar su muestra fotográfica el año pasado y salí espantado (…)
Ningún país que se respete resalta las cosas malas de sus FF.AA”. Pero, le dice la periodista, ¿acaso no debería conocerse una matanza como la de Cayara, para que no vuelva a repetirse? “Si yo fuera de ahí” dice Montoya, “trataría de olvidar porque si no, no podría vivir”. Y termina con una frase que caracteriza todo su pensamiento: “Creo que recordar hace daño”.
Montoya no es solo un marino retirado que compite en excéntricas radicalidades institucionales con algunos pares de la Adogen, sino un asesor importante del actual ministro de Defensa Rafael Rey, otro de los derechistas ultramontanos a quienes recordar les hace daño. No sé con qué criterio Alan García lo designó en un cargo en el que, además, anda más perdido que ciego en tiroteo. ¿Se le apareció Francisco Franco en sueños?
Recordar no hace daño. Recordar cura y enseña. Vivimos en una democracia (pese a sus enemigos) cuya salud requiere ciudadanos informados, y no hay información sin memoria.
Las dictaduras, tanto las abiertas como las disfrazadas, recurren a la distorsión, la fábula o la superchería para reforzarse en el poder. Bajo ellas, la verdad es subversiva. En una democracia, en cambio, subversiva es la falsedad.
Cuando Montoya acusa al gobierno de Toledo de ser la causa de los males de la Fuerza Armada y la Defensa Nacional, distorsiona gravemente los hechos. ¿Y qué pasó durante la dictadura de Fujimori? ¿Los robos masivos en contra de la propia Fuerza Armada no cuentan para el almirante? ¿La compra de chatarra bélica como los MiG de Bielorrusia, que sirvieron solo para el pago de coimas de inédito volumen, de cientos de millones de dólares, fue acaso un aporte a la Defensa Nacional?
¿El manejo de las Fuerzas Armadas por delincuentes uniformados, que robaron y robaron a sus propias instituciones mientras las sometían al control gangsteril de Montesinos, fue positivo? ¿Haber ido totalmente impreparados al conflicto fronterizo con Ecuador por tener a la fuerza armada y la inteligencia sometidas a una cleptocracia que buscaba fundamentalmente enriquecerse, puede considerarse acaso como un Camelot castrense?
¿El conflicto con Ecuador justifica el grave abandono que hizo el fujimorato del VRAE? ¿Acaso maniobras tan incompetentes como las que terminaron con el desastre de Fournier en Anapati, tuvo algo que ver con la frontera norte? ¿Y el escándalo del robo en la agregaduría naval en Washington, rígidamente encubierto aquí, tuvo relación con mejorar la defensa nacional?
Subordinar la Policía a la Fuerza Armada no es ninguna idea novedosa. Lo hizo la dictadura militar de 1968-1980 y lo hizo la dictadura fujimorista de 1992-2000. Ministros militares que subordinaron firmemente a la Policía, la sojuzgaron y la corrompieron. Y, por supuesto, ellos se corrompieron también. Desde el general Velit Sabattini hasta el general Villanueva Ruesta, el dominio militar sobre la Policía no fue otra cosa que una enfermedad.
La Policía tiene grandes y graves problemas, pero si algo sabe hacer mejor que los demás es combatir al senderismo. El golpe decisivo en la guerra interna lo dio un pequeño pero ilustre grupo de policías, los del GEIN, que capturaron a Guzmán luego de desbaratar, con ejemplar trabajo de inteligencia operativa, toda la organización urbana de Sendero.
Eso, de paso, lo comprendió muy bien el grupo de marinos –Hesse, Raygada– que dirigió inteligencia naval en esos años (antes de la era nefasta de Ibárcena), que ayudó y cooperó en lo que pudo con el GEIN y la Dircote, sin que se les ocurriera intentar subordinarla.
De la misma forma, el hecho que la situación en el Huallaga esté tanto mejor que la del VRAE es resultado en gran medida de una eficaz acción de inteligencia policial. Hasta hace pocos años, “Artemio” era tan fuerte como los senderistas del VRAE, pero los sucesivos contrastes que sufrió lo han debilitado considerablemente.
¿Quiénes son los policías que lo enfrentan? Buena parte son los veteranos históricos del GEIN, incluido el actual jefe del Frente Huallaga, el general PNP Luis Valencia Hirano. Pese a operar con presupuestos ridículos, con menos policías especializados que antes, sin viáticos, con pocos medios, la PNP mantiene la iniciativa porque es hábil, conoce el tema y tiene el método adecuado.
No es verdad que haya habido una buena colaboración militar en el Huallaga. Ha habido constantes roces entre jefes militares y policiales, y desde el momento en que la captura de Artemio se convirtió en una posibilidad real, la competencia se hizo mayor. Es cierto que los actuales jefes militares hacen ahora esfuerzos por mejorar esa situación, pero se trata de acciones recientes.
Subordinar la Policía a la Fuerza Armada y pasarla al Ministerio de Defensa no solo sería peligroso para la gobernabilidad democrática, sino una barbaridad en cuanto a eficiencia operativa.
Es cierto que en el VRAE la coordinación no ha sido buena y que la organización policial en Ayacucho es confusa e ineficiente. Pero, como dice el ex ministro de Defensa, Roberto Chiabra, la solución no radica en subordinar sino en combinar. No buscar una solución falaz en los vicios del pasado sino integrar ventajas, sumar destrezas.
No hay futuro sin memoria. Por eso, el recuerdo debe ser una fuente de fuerza que controle y neutralice a los militantes de la amnesia.
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