Todo comenzó en los años 50 en la pequeña caleta pesquera japonesa de Minamata, donde los niños eran víctimas de unas extrañas e inexplicables enfermedades neurológicas de origen desconocido. Pero fue recién en 1968 que el gobierno nipón admitió oficialmente que el origen del mal estaba en el consumo de pescado altamente contaminado por el mercurio que arrojaba al mar una planta industrial.
Desde entonces, las alertas mundiales se multiplicaron, al comprobarse que la exposición de un ser humano o animal al mercurio ocasiona graves problemas al sistema nervioso y reproductivo, los que pueden llegar a ser permanentes. Y si la dosis es intensa, su consecuencia puede ser fatal. Al mismo tiempo se ha detectado que subsuelo, cursos de agua y océanos pueden ser riesgosos para toda forma de vida, al quedar contaminados por mercurio.
Debido a esto el Programa de la ONU para el Medio Ambiente ha trabajado con tenacidad para lograr un tratado internacional que limite las emisiones de mercurio. Esta ha sido una tarea que ha durado más de un decenio, pero cuyo punto de partida real ocurrió en Nairobi en 2009, cuando se logró un preacuerdo para la redacción de un instrumento jurídico de carácter vinculante para sus signatarios cuyo plazo –fijado en cuatro años– expiraba en febrero próximo. Fue el cambio de posición de EEUU a partir de la presidencia de Obama el que facilitó las cosas, pues durante la administración Bush la negativa de la superpotencia fue marcada.
Ha sido, pues, en lucha contra el reloj que se ha logrado concluir este tratado, que será conocido como Convención de Minamata en homenaje a las víctimas niponas de la intoxicación de mercurio, y que entrará en vigencia cuando una mitad más uno de los países signatarios lo hayan ratificado, algo que se estima ocurrirá hacia el 2016. Es verdad que las emisiones de mercurio se han estabilizado desde el año 2000, pero ahora se busca reducirlas.
La Convención de Minamata establece que a partir del 2020 quedará prohibido el uso de mercurio en baterías, lámparas y cosméticos, y que además se controlarán las emisiones de mercurio en cementeras, plantas térmicas y químicas. También que se buscará su eliminación progresiva en odontología y se le reemplazará como conservante de vacunas. Igualmente se controlará la utilización de mercurio en la minería de extracción de oro.
Un informe de la ONU calcula en unas 1.960 las toneladas de mercurio que se vierten anualmente al medio ambiente por actividades humanas, de las cuales unas mil acaban en el océano y se sitúan en los primeros cien metros frente a la costa. El otro rubro explosivo es la extracción de oro en China, India, Sudáfrica o el Perú, donde ya tuvimos el gravísimo caso del derrame de mercurio ocurrido en Choropampa. La ONU cuenta ya con un listado de 1.200 minas o fábricas que emplean mercurio en el planeta, las que serán vigiladas, y queda el caso de la minería informal de oro, que se va a controlar.
Este tratado ha sido recibido (y lo es) como una gran victoria de la política denominada de “pequeños pasos”, la que busca concluir acuerdos mundiales sobre temas ambientales concretos ante la imposibilidad de lograr la renovación del Protocolo de Kioto antes del 2020. Se le compara al acuerdo de Montreal sobre la protección de la capa de ozono por su trascendencia y sería oportuno que el Perú se ubicara entre los primeros países en ratificarlo.