Me pregunto si es normal tener un amigo en medio de la selva, que camina con fusiles, granadas, dispuesto a agarrarse a tiros con otros seres humanos; y a matar o morir.
En este momento, ellos están en la selva y siento como si el resto del país no lo supiera, como si fuera algo que pasa en el Congo o en Mongolia.
En medio de esa selva tupida, donde peruanos abandonados de todo, viven entre el fuego del narco y el terrorista, de la respuesta de las Fuerzas Armadas, un capitán escritor se pone a escribir historias sobre la vida cotidiana de esos hombres a quienes hemos puesto en primera línea:
“Gallardo era alto, muy blanco y de ojos claros. Desde que entraron al Ejército siempre se distinguió por eso. Estaba en la escolta, cuando los suboficiales más antiguos lo veían con casco de acero le gritaban: “¡Miren, llegó un alemán al batallón!”. Se ganaba la mirada de las chicas, y eso generaba celos en los del pelotón. Sin embargo, ahora, el amargor de esos celos se diluía y se transformaba en una preocupación sincera: los francotiradores
En el medio de esa selva pomposa, los soldados saben que la guerra no es una cuestión de masa sino de movimientos. Moverse en la selva. Sobrevivir. Evitar ser víctima de los francotiradores de Sendero. Dentro de una patrulla, los favoritos son el operador de radio, el tirador de ametralladora y el oficial. Aunque en la patrulla nadie utiliza distintivos, los senderistas saben que el oficial suele ser más alto que los soldados promedio. Y, en muchas ocasiones, más blanco. Si un francotirador está apostado en su recorrido, confundirá a Gallardo con el oficial de la patrulla e intentará matarlo”.
El capitán Freyre, escritor y novelista, recoge así el recorrido diario de los hombres que están a su mando y con los que detiene mochileros, destruye pozas de maceración y resuelve problemas tan curiosos como el temor de los soldados al chuyachaqui.
Escribe Freyre: Ribotty no tenía mucho tiempo de haber egresado de la Escuela Militar de Chorrillos; recién llegaba y era un hecho que la selva le apestaba. Provenía de una familia acomodada de Lima, incluso sus padres eran socios del Regatas Lima y nadie entendía qué hacía en el Ejército.
Ignoraba los códigos de la selva, y eso lo ponía en entredicho con la tropa, que comentaba que les habían mandado un señorito, que cabía mejor en un club para gringos en vez de un monte para charapas. Por ejemplo una noche, cuando ya estaba durmiendo, se escuchó un silbido. Primero no le hizo caso, pero el perro que dormía en la entrada de su cuarto se puso arisco y ladraba rabioso.
-Tafur –gritó – ¿Quién silba?
-El “Maligno”- respondió Tafur, después de unos segundos
-¿Y quién es el “Maligno”? ¿Un soldado o un cabo? Dile que deje de silbar que está amargando al perro.
-No, mi subteniente. El “Maligno” es un demonio.
-¿Cómo que un demonio? ¿Estás loco Tafur?
-No. Mírelo por su ventana si quiere.
Ribotty se asustó. No quiso mirar. Se quedó al lado de la ventana oyendo los ladridos del perro, hasta que Tafur nuevamente le dirigió la palabra:
-Mi subteniente: el “Maligno” está en el patio. Lo estoy viendo de aquí.
-Deja de fregar. No seas desgraciado.
-En serio. Mírelo.
A pesar del temor, Ribotty se atrevió a mirar a través de una de las rendijas. No podía apreciar con claridad o exactitud; lo cierto es que el perro le ladraba a una especie de neblina que flotaba sobre el patio de la base. Al poco rato desapareció. Tafur se acercó más aliviado.
-Se fue mi teniente.
-¿Por qué ha venido esa cosa aquí?-
-La tropa tiene la culpa.
-¿Cómo que la tropa?
-Sintieron que el “Maligno” silbó cuando estaba lejos y ellos comenzaron a silbar para atraerlo.
Ribotty, espantado, hizo formar a los soldados y les prohibió que silbaran, bajo cualquier circunstancia, so pena de un castigo ejemplar. Sin embargo, con el tiempo se adaptó a la selva, a la presencia del “Maligno”, de los duendes de los que solían hablar los nativos, a curarse con hierbas, con humo de cigarro, con el líquido de las plantas silvestres; aprendió a interpretar la textura de las nubes, a leer lo que pasaría al día siguiente en la dirección del viento. Pasado un tiempo, se presentó como alumno a la Escuela de Comandos del Ejército, había decidido formar parte de las fuerzas especiales del Ejército.
Desde el frente de batalla, los reportes del mayor Carlos Freyre.
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