Los juegos de los niños y niñas migrantes: Más que diversión, una lección

Han caminado días, desde Venezuela, Colombia o Ecuador. Los niños, niñas y adolescentes venezolanos, pese a su cansancio, tienen un lugar en el Centro Binacional de Atención Fronteriza de Tumbes, para recuperar su sonrisa, por lo menos un momento: la carpa del Plan de la Alegría, promovida por Plan Internacional y Unicef.

“Mamá, ¿vamos a regresar? ¿De verdad nos traerás de vuelta?”, pregunta Yoalberto, de 8 años, a su madre, Adriana Moreno, cuando ella le avisa a los especialistas que están cuidando a sus hijos desde hace más de una hora, que los va a retirar de la carpa del Plan de la Alegría.

“Sí, sí, solo vamos para el sellado”, le dice Yosimar, su otra hija de 6 años entiende y prefiere no preguntar. Le ha encantado una canción que le acaban de enseñar y es lo que va entonando de la mano de su madre: “Yo sé cuidar mi cuerpo, yo sé cuidar mi cuerpo”. “Aquí estamos bien”, dice Yoalberto, un poco serio. “Estamos jugando y aprendiendo”, cuenta.

Han llegado al CEBAF de Tumbes después de 18 días de viaje. “Nos vamos para Lima. Viajamos con mi esposo, ellos y mi otra bebé de 1 año”, comenta Adriana. Allá los espera un primo, aunque ahora no está muy segura porque en los últimos días no les ha contestado las llamadas.

Yoalberto y Yosimar han pasado la última hora compartiendo juegos con otros niños y niñas, con bailes, aplausos y pinturas, pero también aprendiendo más del lavado de manos y de acciones para protegerlos, como por ejemplo qué hacer si algún extraño se les acerca.

“Felizmente ellos mismos se dieron cuenta de este lugar. Estaban tan cansados, pero les llamó la atención porque se escuchaban risas de niños. Ahora están jugando y eso es bueno”, dice Adriana. En el Plan de la Alegría, los dejó para avanzar los trámites, que son tediosos por la afluencia de migrantes que esperan legalizar su ingreso al país. Las filas siguen siendo inmensas.

“Ya nos vacunamos, hemos hecho la fila del sellado de padres con niños y por eso me los llevo un ratito, porque ya casi nos toca. Ya los regreso ahorita”, le comenta Adriana a la especialista que anota en su lista que los niños están siendo retirados por sus padres. “Lleve un agua, galletas y dos manzanas”, le dice. “En serio, ya regreso”, le responde la madre. Aunque demoró, cumplió la promesa que le hizo a Yoalberto. “Aquí sí quiero regresar”, expresa el niño ingresando a la carpa.

Tiempo libre

“A ver señora. Ya estamos por cerrar, pero déjeme consultarle a mi compañera si la podemos atender. ¿Trajo su tarjeta de vacunación?”. Es hora de juegos libres y esta es la interacción de dos niñas venezolanas en la Carpa de la Alegría. Se ríen cuando les preguntan a qué juegan. “Así dicen las señoritas allá”, dice Ashley, señalando otros espacios de control de salud. Mira el papel que tiene con un cuadro, y anota un nombre. “Es un niño que ha venido a vacunarse”, refiere ahora, volviendo a interpretar su papel.

Su mamá la ha dejado desde las 10 de la mañana en el Plan de la Alegría.  “Está en la cola para sellar”, explica sobre su madre. Mientras juega, cuenta que ella ya sabe cómo es el proceso de vacunación. Por lo menos, ha tenido que pasar por eso dos veces, una en Venezuela y otra en Ecuador. Mientras cierra la ‘atención’ apura a otra niña que también hace de enfermera en su juego. “Tenemos que hacer una reunión para ver si mañana hacemos una jornada con las mamás que no se han vacunado”, le indica.

¿Y dónde has aprendido eso? “Ah, es que así hablan cuando nos vacunan a nosotros”, contesta Ashley, quien tiene 9 años, y luego agrega muy segura: “De grande quiero ser doctora”.

Distintas circunstancias

Para los especialistas que se turnan desde las siete de la mañana hasta la medianoche, el Plan de la Alegría es una responsabilidad. Hay niños, niñas y adolescentes que llegan caminando o en bus, y en general llegan ansiosos, estresados, agobiados por el calor y con manchas en la piel.

Según cifras del reporte de Monitoreo de Flujo de Población Venezolana en Perú, preparado por OIM y Unicef y aplicado en noviembre a más de 1,600 migrantes en su ingreso al CEBAF de Tumbes, se registraron 584 niños y niñas acompañados por adultos. Casi la mitad tenía menos de 5 años, la cuarta parte entre 6 y 11 años, y el 28% lo conforman adolescentes de 12 a 17 años.

El informe también recoge la descripción de los padres sobre los cambios emocionales que han tenido sus hijos en el viaje. Más del 60% de niños, niñas y adolescentes han experimentado al menos un cambio emocional fuerte como temor a perderse, facilidad para asustarse, inquietud si los padres se alejan, llanto excesivo, pesadillas, entre otros.

José Luis Olvea, uno de los colaboradores de la carpa del Plan de la Alegría explica que este es un espacio para desconectarse y por eso los niños llegan con muchas ganas de jugar y los adolescentes con intención de interactuar con otras personas, colaborar y contar sus experiencias. Se comprende sus temores y por eso, por ejemplo, aún estando seguros en la carpa del Plan de la Alegría, se les pide a los padres ir y venir para darle a niños y niñas la seguridad de que están con ellos.

También se previene posibles vulneraciones a sus derechos con información sobre cómo defenderse y protegerse en situaciones de riesgo, pedir apoyo a autoridades, sobre los tipos de violencia y los números de contacto para que sepan a quién acudir en caso de emergencia, se informó a INFOREGIÓN.

Tratamos de darles alegría en medio de la situación que están pasando”, agrega Olvea. En esta carpa hay rompecabezas, colores, hojas, peluches, mesas y sillas, pisos de colores, pero sobre todo, alegría para que no olviden que ante todo son niños y niñas.