Las izquierdas peruanas oscilan entre el apoyo desembozado a la dictadura chavista venezolana y una postura hipócrita y alcahueta que intenta poner en el mismo plano a los miles de ciudadanos que protestan y exigen democracia con el gobierno represor de Nicolás Maduro.
Cuando les conviene, como en esta ocasión, los izquierdistas no distinguen a los victimarios de las víctimas, y pretenden colocar a todos al mismo nivel. Y, por supuesto, proponen un diálogo que implique mantener en el poder al corrupto gobierno chavista.
Aunque desde diversos ángulos se intenta disfrazar la dictadura establecida por Hugo Chávez en 1999, en realidad es eso, una dictadura. En primer lugar, concentra todos los poderes y los usa descaradamente contra sus adversarios. El Ejecutivo, el Parlamento, el Poder Judicial y en general todas las instituciones están directa y totalmente controladas por el chavismo, como muestra el arbitrario y escandaloso encarcelamiento de Leopoldo López, que además está impedido de participar en elecciones desde el 2008.
En segundo lugar, no existe alternancia en el poder, los líderes gobiernan hasta su muerte o hasta que son derrocados, como en todas las dictaduras personalistas. Hugo Chávez modificó la Constitución y se hizo reelegir varias veces. Y quizás hubiera cumplido su promesa de gobernar hasta el 2030 si no hubiera fallecido en marzo pasado. Nicolás Maduro se mantendrá en el poder hasta que sea depuesto por el pueblo.
En tercer lugar, la libertad de expresión ha sido restringida hasta casi desaparecer. Los canales de televisión están controlados por el gobierno, los diarios que no se han doblegado están siendo asfixiados, los periodistas independientes son perseguidos. Y en situaciones de crisis como la actual el gobierno simplemente censura las emisiones, como ocurrió con el canal de cable NTN24, al que sacaron del aire.
En cuarto lugar, las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional están politizadas, tremendamente corrompidas y controladas por el chavismo. Adicionalmente, están los “colectivos chavistas”, matones paramilitares que atacan violentamente a los opositores. Y también la “milicia bolivariana”, que depende directamente del presidente de la República.
El servicio de inteligencia, Sebin, ha sido el responsable directo de varios de los asesinatos de manifestantes en los últimos días, a tal punto que Maduro tuvo que cambiar al director que apenas llevaba un mes en el puesto. El nuevo director es un general que ha sido el jefe de la milicia bolivariana.
Es decir, en Venezuela no existe ninguna de las cualidades que hacen que una democracia sea tal: división de poderes, balances y contrapesos; alternancia regular en el poder a través de elecciones libres y competitivas; libertad de prensa que permita fiscalizar al poder; institutos militares no politizados.
En suma, para todo efecto práctico, en Venezuela existe una dictadura. El hecho de que se realicen elecciones amañadas que siempre gana el oficialismo –salvo algunos gobiernos locales– no la convierte en una democracia. Muchos parecen haber olvidado que las dictaduras personalistas que proliferaron en América Latina los primeros 60 años del siglo XX realizaban puntualmente elecciones que indefectiblemente ganaban los dictadores, militares o civiles.
Por cierto, en el siglo XXI, en la era de la información, los métodos y las formas son diferentes, pero en esencia son iguales a las de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana, Alfredo Stroessner en Paraguay, Vicente Gómez en Venezuela o Augusto B. Leguía en el Perú.
Las izquierdas peruanas, con poquísimas excepciones, han respaldado desde el comienzo al chavismo, el socialismo del siglo XXI, y lo han puesto como ejemplo a seguir en todos los campos, desde el económico hasta el político. La dictadura cubana, a la que también idolatran, ha jugado un papel importante en legitimar el chavismo –al que debe su sobrevivencia– entre los izquierdistas peruanos y latinoamericanos.
El chavismo está llegando a su fin, después de haber empobrecido como nunca antes a Venezuela, dilapidando decenas de miles de millones de dólares del petróleo y sumiendo al país en el caos y el desabastecimiento, mientras un grupo de chavistas corruptos ha amasado fortunas asaltando el erario público.
Ese es el prototipo del socialismo del siglo XXI que las izquierdas nos ofrecen a los peruanos. Es de esperar que el derrumbe del chavismo contribuya a sepultar a esas izquierdas retrógradas.
(*) Artículo de opinión publicado en el diario El Comercio