Las Autoridades del Monzón Siguen con la Coca

Los 60 caseríos y 11 localidades del Valle del Monzón van camino a convertirse en pueblos fantasmas. Conforme avanzan los machetazos de los 1,200 erradicadores del Corah, familias enteras –que durante más de tres décadas sembraron coca ilegal– huyen de allí para sembrar la planta en lugares que estén fuera del radio del gobierno (CARETAS 2269).

Casi el 95% de los habitantes del Monzón cultiva hoja de coca. Lo sorprendente es que hasta las propias autoridades locales tienen sus parcelas ilegales, según lo pudo comprobar CARETAS.

Job Chávez, el alcalde distrital del Valle del Monzón, posee un fundo de coca de dos hectáreas en el caserío de Matapalo, cuando lo habitual es que un agricultor coseche sobre media o máximo una.

“Yo extraía 30 arrobas (al año). Nada más porque las matas estaban muy separadas entre sí”, reconoció el burgomaestre de Somos Perú.

Pero su nombre no figura en lista de vendedores a la Empresa Nacional de la Coca (Enaco) y carece de papeles de titulación.

Según Chávez, ya puso su parcela a disposición del CORAH para su erradicación inmediata.

Del mismo modo, la alcaldesa de Cachicoto, Carmen Flores, tiene su chacra de una hectárea y media en la zona de Santa Rosa. Flores admitió a esta revista que cosecha 20 arrobas de coca al año.

Ambas autoridades se negaron a revelar si también poseen pozas de maceración, lo que –por cierto– es algo usual en este valle.

ECLIPSE ECONÓMICO
La debilitada Central Nacional Agropecuaria Cocalera del Perú (Cenacop) ha amenazado con entorpecer los programas del gobierno, pero el problema de fondo es la pobreza extrema.

Monzón ocupa el puesto 884 de los distritos más urgidos del país. En los dos últimos años recibió un presupuesto de S/. 26,4 millones, de los cuales Chávez ejecutó S/. 16 millones.

“Es una sentencia de muerte. Nos están arrebatando el único sustento de vida”, se lamentó Ashok Bernal (26), mientras los erradicadores del Corah pulverizaban el último sembrío ilegal de la localidad de Agua Blanca, a dos horas del Monzón.

Bernal sopesa la posibilidad de marcharse a Aguaytía para seguir sembrando coca y mantener a sus hijos de 3 años y 4 meses.

En Cachicoto, el pueblo más extenso del Valle del Monzón, la vida transcurre en una esquina donde un grupo de hombres juega casino a la espera de ofertantes de coca ilegal. Están armados y su mirada es fría. No hay vendedores a la vista.

Jacky Castillejos es copropietaria de “El Encanto Cachicotino”, el mejor restaurante típico del lugar.

Tras el ingreso de los erradicadores al Monzón, su clientela ha huido despavorida, por lo que se ha visto en la obligación de echar a su cocinero. Quien se amarra el mandil ahora es su madre.

“Si ustedes no hubieran venido, habría vendido una cena en toda la noche. Todo era una ficción levantada sobre la coca”, se queja.

Eclipse, la única discoteca de Cachicoto, hace esfuerzos por marcar distancia de su nombre.

Lucas, el administrador, contrata cada fin de semana a 10 ‘anfitrionas’ de Tingo María para recuperar sin éxito el enjambre de parroquianos que hasta hace 2 semanas abarrotaba el lugar.

Forradas en vestidos diminutos y bamboleándose en sus tacones altos, las chicas pasan franela por las mesas vacías, mientras bostezan de aburrimiento.

La economía monetarizada de la coca languidece como las luces de la discoteca Eclipse.

“Antes no se podía ni caminar, ahora los ‘joncas’ sobran”, reniega Lucas. La noche acaba de pronto con seis disparos furtivos. Nadie grita.(Álvaro Arce)

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