Vestida de blanco, la hermana Hermila Duárez Montegro parece una palomita alrededor de la cual se juntan decenas de niños de diferentes comunidades nativas. Pequeños asháninkas, shipibos, yanishas, kakintes y nonachiguengas la quieren tocar. Ella les brinda mucho cariño. La aldea Niño Beato Junípero Serra –ubicada en Mazamari, en el Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem)– es un oasis que acoge 220 niños; buena parte de ellos viene de zonas donde hay violencia narcoterrorista.
En las aulas se ve a niños y profesores vistiendo sus kuhsmas. Lo particular de la aldea es la enseñanza bilingüe e intercultural. «Tratamos de tener todas sus costumbres, por eso nos vestimos así», afirma la profesora Zaida Campos.
Sentada a un costado, Ruth Bolívar –que cursa segundo año de secundaria– escucha a su profesora con respeto. Está en el albergue desde el año pasado.
ARMAS PARA LA PAZ
Hasta allí, llegó el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, Benigno Cabrera, en la primera operación de ayuda humanitaria del año.
En este lugar la población usa diversas armas para luchar contra el terrorismo. Una de ellas es la educación que se imparte en el albergue Niño Beato. Hace 13 años el padre Joaquín Ferrer inició esta tarea para acoger a los niños huérfanos de las comunidades nativas del Tambo, Ene y Perené. Ahora el albergue es un modelo de rescate y formación.
Además de la educación, las comunidades nativas de Satipo están organizadas para luchar contra el terrorismo. En Ciudad de Dios, poblado ubicado a 20 minutos de viaje en helicóptero desde Mazamari, todos los varones mayores de edad tienen que participar en los comités de autodefensa.
El poblado cuenta con 13 escopetas retrocarga y siempre coordinan acciones con las Fuerzas Armadas para espantar a Sendero Luminoso de esta parte de Satipo. «Estamos organizados desde el año 1993», afirma José Campos Caso, uno de más antiguos del comité.
En la comunidad de San Sonomoro, una base militar ahuyenta a los terroristas. Roxana Chimanga recuerda que de pequeña vio cómo Sendero llegaba al pueblo y dejaba huérfanos y viudas. «Esos años nos dejó cien huérfanos y cincuenta viudas», dice con la esperanza de que la historia no se repita (La República).