El costo del mal llamado desarrollo urbano está convirtiendo la ciudad de nuestros sueños – la que escogimos por voluntad con mi familia para que sea nuestra – en una ciudad sin identidad, sin visión, sin conservar lo que la hacía única, lo que permitía que fuera una ciudad jardín, lo que hacía que su clima sea el ideal todo el año, capital del Alto Mayo, una de las siete maravillas peruanas.
Yo nací en Juanjui, ciudad que amo, pero he vivido y aprendido a amar la amazonía andina en su conjunto, desde Cusco – Manu, Puerto Maldonado, Pucallpa, Iquitos, Tarapoto, Oxapampa, entre tantas otras que me tocó visitar y quedarme temporadas por razones de trabajo y de cumplimiento de la misión de conservar la VIDA para compartirla con todos y todas. Pero la ciudad que tenía guardada en el corazón, la de recuerdos vagos y placenteros de una niñez temprana en la década de los 70, cuando mi padre era autoridad, fue siempre Moyobamba, esa Moyobamba fresca, de los baños termales, de los aguajales, cochas y quebradas que se cruzaban para ir a ese paraíso de San Mateo, de las cascadas, de los barrancos y de la naturaleza a la vuelta de la esquina con monos, búhos, pinshas y shamiros, el olor húmedo a vida en todas sus calles; una aventura permanente para una niña que le gustaba explorar el mundo como a mí.
Por esas cosas del destino el 2001 regresé a esta tierra bendita de paseo con mi hija y mi compañero de ruta, aún pudimos visitar al incipiente Gera. El 2003, mientras coordinábamos el proceso de Zonificación Ecológica Económica en la región, comenzamos a frecuentarla más, qué alegría. Ya el 2004 decidimos mudarnos con la emoción de poder hacer de esta ciudad nuestra casa. Con tanta búsqueda, el 2006 compramos, en una urbanización aún no inaugurada, el terreno para construir nuestra casa, donde mis hijas crecerían y mi compañero y yo envejeceríamos; lugar perfecto para nosotros dentro de la ciudad, flanqueado por barrancos, especialmente uno, el que antes era el curso de la quebrada Churucyacu, que viene de la laguna Ayaymama, que culmina en un aguajal y en un ojo de agua donde la gente del asentamiento vecino recorre todas las tardes con sus baldes a recoger esa agua que nuestros abuelos la recuerdan como la más rica de la ciudad. Aquí, mi hija pequeña concibió la vida sin televisor, pero con harta aventura viendo como suisuis, pititis y carpishos hacen sus nidos en nuestros árboles; siendo, a menos de 6 años, la que pudo hacer el primer registro de la lechuza Estigio en uno de los árboles del patio.
Escribo con tristeza mientras me martiriza el sonido permanente del camión que viene a dejar el material de desecho de la obra del hospital para rellenar nuestro barranco, a pesar de haber realizado llamadas y denuncias a la Municipalidad, a Defensa Civil, a la Dirección de Vivienda y Construcción, luego de demostrar, con estudios técnicos, de que son zonas vulnerables y de alto riesgo y exigir que se respete y cumpla el Decreto Municipal N° 010-96-MPM/A, del 10 de Julio de 1996 donde se DECLARAN A LOS BARRANCOS DE LA CIUDAD DE MOYOBAMBA COMO ZONAS INTANGIBLES Y REFUGIO DE VIDA ANIMAL Y VEGETAL, DEDICANDO SU USO EXCLUSIVAMENTE A LA REFORESTACIÓN, PRESERVACION Y TURISMO ECOLÓGICO, ASI COMO DEMÁS ACCIONES DE CONTROL QUE NOS ASEGUREN LA INTANGIBILIDAD DE LOS MISMOS. Es la misma Municipalidad, sin ningún tipo de criterio ni sensibilidad, la que autoriza esta acción que va en contra de nuestro patrimonio natural, con el pretexto de que aquí se tiene planificada la construcción de una calle; que además uniría este tranquilo barrio con la zona más peligrosa de Moyobamba; me pregunto, a quién le consultaron estos planes. Construir una calle para luego urbanizar los bordes es condenar a muerte a las personas que ahí se instalarían, porque está demostrado, de acuerdo al Estudio de Peligros de la ciudad de Moyobamba, trabajado por el Instituto Nacional de Defensa Civil – INDECI en el mapa de zonificación de peligros geológico – climáticos, que zonas de barrancos están considerados como de Peligro Muy Alto donde existe erosión hídrica y deslizamiento de suelos blandos; siendo lo más grave la existencia de agua del subsuelo cerca a un metro de profundidad. Eso significa que están rellenando un curso de agua y no necesitamos ser biólogos, ambientales o ingenieros, solo sentido común, para saber que lo que antes fue un curso de agua, volverá a serlo. La naturaleza, tarde o temprano, recupera su propio territorio. Estando en una zona sísmica, eso será más temprano que tarde, teniendo cantidad de damnificados que atender o, peor aún, muertos que lamentar.
No hay peor ciego que el que no quiere ver, la denuncia está hecha. La indiferencia no puede ser la constante en esta luchadora ciudad y, a través de este escrito, invoco a los medios de comunicación, a los ciudadanos moyobambinos nacidos o adoptados, entre ellos yo, a iniciar la campaña de “SALVEMOS Y ADOPTEMOS UN BARRANCO”. Si las autoridades no cumplen con su rol, no son capaces de articular y hacer cumplir sus propias normas, seamos la sociedad civil, los ciudadanos de a pie, los que nos organicemos y defendamos lo que nos hace ricos en esta maravillosa ciudad, LA NATURALEZA. Los convoco a juntarnos valientemente y a hacer funcionar ese patronato que se formó alguna vez, pero que duerme el sueño de los justos. TODOS POR MOYOBAMBA.
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