Caretas. Sábado 21. 2.20 pm. Policías antidrogas descubren un laboratorio de pasta básica de cocaína, muy bien camuflado a la sombra de unas plantaciones de cacao, en el caserío de Comunpiari, a 9 kilómetros al norte de la base antinarcóticos de Palmapampa, en la selva ayacuchana del distrito de Santa Rosa.
El mayor PNP ‘Acero’, quien lidera una patrulla de interdicción de 12 efectivos de la Dirección Antidrogas (Dirandro), ordena primero tantear el perímetro de las ‘piscinas de hoja de coca’. Podrían haber cazabobos mortales en el lugar.
Música de vallenatos a todo volumen retumba desde una radio colgada en la rama de un árbol de cacao que los ‘químicos’ olvidaron en su huida. “No hay peligro”, grita ‘Acero’.
Una delegación de periodistas extranjeros, acompañados por el jefe de la Secretaría Ejecutiva de Trabajo Multisectorial del VRAE, Fernán Valer Carpio, irrumpe en el laboratorio.
Los 10 bidones y 3 sacos de plástico que fueron hallados en uno de los extremos de la poza de maceración de coca contienen gasolina mezclada con petróleo y sal de mesa. “Son los nuevos insumos químicos del narcotráfico”, explica Valer.
Ese mismo día, a 500 metros del lugar, la Policía detectó otro laboratorio, donde también se halló gasolina y sal.
Un militar del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas explicó que la medida dada por el gobierno para recortar el ingreso de kerosene al VRAE, en abril de este año, llevó a los químicos a sustitur este componente por gasolina y petróleo en la elaboración de la PBC. Bidones de gasolina y sal de mesa se utilizan para elaborar pasta.
“Los traficantes peruanos sustituyen los insumos, a diferencia de los colombianos que los producen”, explicó la misma fuente.
El año pasado, el gobierno colombiano promulgó un decreto para controlar el permanganato potásico, insumo clave en la elaboración de la cocaína. Los cárteles, entonces, optaron por producir ellos mismos dicho compuesto químico.
En el VRAE, el permanganato de potasio es reemplazado por la cal y el cemento. Fernán Valer, quien lleva un año en el cargo, añade que se han incrementado los grifos y boticas en centros poblados que ni siquiera tienen agua y luz.
“Un claro ejemplo es el centro poblado menor de Mantaro, en Apurímac, donde se han instalado nada menos que cinco grifos para una población de escasos 400 habitantes”, explica el ingeniero Valer.
Montañas de coca
Según la Oficina Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (ONUDD), en los 34,122 km2 que comprende el VRAE existen 17,486 hectáreas de coca que arrojan una producción anual de 160 toneladas de cocaína. El 97% de la producción va al narcotráfico; el 2% es para el consumo y apenas el 1% lo adquiere la Empresa Nacional de Coca (Enaco).
Comunpiari es un pequeño caserío de 100 familias dedicadas a la producción de hoja de coca como único medio de subsistencia. Su pequeña plaza ha sido convertida en un secadero de hojas de coca y los cerros que la rodean están tupidos de cultivos de esta planta.
Inteligencia policial da cuenta de que en este caserío existen 50 pozas de maceración, que utilizan los flujos de agua de sus quebradas convirtiéndolos en receptores directos de los residuos químicos tóxicos en ingentes cantidades como la gasolina, petróleo, ácido sulfúrico, ácido clorhídrico, carbonato de calcio, carbonato de sodio, amoniaco, entre otros.
El distrito de Santa Rosa, al cual pertenece Comunpiari, lidera la producción de coca en el VRAE, seguido por el distrito ayacuchano de Llochegua, donde próximamente el Frente Policial VRAE instalará una comisaría para expulsar a los narcotraficantes extranjeros que permanecen en la zona, según el Jefe del Frente Policial VRAE, general Italo Perochena.
En las campañas de cosecha en el VRAE, los “palladores” de coca ganan entre S/. 80 a S/. 100 diarios. “La coca nos alimenta –asegura Delio Cárdenas, un ex jefe rondero–, educa a nuestros hijos, los viste y nos da techo. Acá no puede haber erradicación de coca como en el Huallaga, porque se levantaría el pueblo y se incendiaría todo el VRAE”, amenaza.
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