Caretas. La comunidad Santa Rosa km 200, de Ucayali, pareciera haber atravesado un túnel del tiempo en una década, que la transportó de la violencia del terrorismo y el narcotráfico a un escenario que la coloca hoy como un ejemplar centro cafetalero y turístico. Obtuvo por ello el primer premio en un singular concurso denominado Selva Ganadora, promovido por USAID-Perú y DEVIDA, en el que compitió con otras 280 comunidades ex cocaleras de San Martín, Ucayali y Huánuco.
Es un lugar apacible al borde del km 200 de la carretera Federico Basadre, muy cerca del boquerón del Padre Abad, con sus infinitas caídas de agua en medio del verdor y espesor de la selva alta.
Pero a los moradores de Santa Rosa km 200 pareciera habérseles sacudido el pasado, una memoria precaria y confusa de los primeros momentos de su historia, quizá tratando de olvidar inconscientemente aquellas huellas violentas impresas por el terrorismo y el narcotráfico apenas una década atrás.
Apolinario Villanueva (58), líder en la comunidad, ahora se dedica al cultivo de café orgánico de alta calidad. “Antes todos plantábamos coca, coca por aquí, coca por allá. Los narcos nos obligaban a hacer pozas de maceración. Vivíamos nomás en el monte. Sí, teníamos plata, pero gastábamos nomás en borrachería, parábamos huasqueados”, describe.
La zona de “La Divisoria” era parte del Frente Ucayali y fue un lugar de intensa actividad senderista y narcotraficante entre 1988 y 1996. Recién a partir del año 2000, primero con el apoyo de Naciones Unidas, es que se inicia la siembra de los primeros cultivos del café.
En el 2003, ante una propuesta de USAID y DEVIDA, las 143 familias de la comunidad deciden erradicar voluntariamente toda la coca que tenían, cerca de 35 hectáreas, y optan por fortalecer su potencial cafetalero.
“Toda esta zona ha sido regada de sangre, mucha muerte hubo aquí, y la gente decidió en su momento un camino que iba para otro lado”, apunta Leonidas Crisolo, el director de la escuela de Santa Rosa km 200.
La catarata de Santa Rosa está ubicada a unos 40 minutos a pie desde el poblado (los lugareños por supuesto demoran solo 20 minutos), siguiendo la ladera de una montaña, al otro lado del río Chino.
Su caída es espectacular, debe tener más de 100 metros de altura, y fue crucial para que la comunidad gane el concurso Selva Ganadora, que medía el avance de las comunidades en relación a estándares de desarrollo integral y humano, y su capacidad para producir propuestas comunitarias.
Por cierto, la catarata de Santa Rosa tampoco estuvo ajena al pasado convulso de la zona. Apolinario Villanueva parece recordar ese momento con singular lucidez: “Era como las seis de la tarde de un viernes y llegaron los helicópteros del ejército hasta el poblado. Una hora después rodearon y atacaron la casa Gilmer Cochilla, al pie de la catarata. Dicen que encontraron plata, granadas y luego 300 fusiles FAL escondidos en la propia catarata”.
El proyecto actual contempla la mejora del camino de herradura que une el poblado y la catarata, la mejora del propio acceso a la poza de agua y la construcción de algunas malokas, en donde los comuneros ofrecerán hospedaje a quienes quieran pasar unos días entre la bruma espesa del monte y el apabullante encanto de las aguas que caen de la montaña.
“Una vez que terminemos de recuperar el Velo de la Novia nos vamos a Santa Rosa para hacer lo propio con su catarata”, prometió el presidente del gobierno regional de Ucayali, Jorge Velásquez.
En Aguaytía, la producción de cocales se ha triplicado a 1,670 hectáreas en 5 años. Sin embargo, en Santa Rosa, ubicado en la cordillera de La Divisoria, los puntos rojos que identifican los cocales fueron reemplazados por café.
Benigno Torres (67), es uno de los más antiguos líderes comunitarios. Él ha sido protagonista desde que en 1987, alrededor de una precaria escuela, la comunidad decide organizarse y llamarse Santa Rosa.
“Íbamos a llamarnos Alto Oriental –recuerda– pero otra comunidad nos ganó con el nombre, y como era 30 de agosto le pusimos Santa Rosa”. De allí vino la violencia y fueron expulsados en más de una oportunidad de sus propias casas por Sendero Luminoso. El pueblo entero tuvo que trasladarse a la otra margen del río Chino, donde se ubica actualmente.
Ahora todos hablan de su café, y de su potencial productivo. El programa de Desarrollo Alternativo los apoya desde el 2003 y se han instalado más de 100 hectáreas del aromático grano y apoya otras 50 en lo que es mantenimiento. Han sabido organizarse y están asociados a la Cooperativa La Divisoria, ubicada unos kilómetros más hacia el sur, camino a Tingo María.
“Es negocio cuando estamos con la Cooperativa, porque respetan el precio. Nuestro café ahora se vende en Estados Unidos, Alemania, Canadá y Dinamarca. Y encima de ello, nos pagan 10 dólares por cada quintal de café orgánico como reintegro como Comercio Justo”, dice el agricultor Eusebio Salazar.
Rosa Rodríguez es más audaz: “Ahora estamos mejor. Como yo digo siempre, la cafeína tiene mejor precio que la cocaína”, sonríe sacando pecho con sus 20 años intensos. Es ella la principal lideresa de Santa Rosa km 200, su actual agente municipal y presidenta de los productores de café.
También recuerda que tuvo que salir con su madre por unos años: “Fueron años terribles, el terrorismo y la coca siempre están pegados. En la coca, lo que viene fácil se va fácil; en cambio con el café trabajamos duro y todos estamos unidos”.
En su pequeña bodega encontramos empaques de café ya con su propia marca: Café Santa Rosa km 200, y un pequeño ambiente en que se realizan capacitaciones a los agricultores. “Ahora sabemos de cosecha, de lavado, de secado y de procesamiento de café”, describe.
Siguen apostando por el café orgánico. Tienen además, aunque en menor escala, cocona, plátano, palta y flores. Cuentan con siete organizaciones funcionando, desde Vaso de Leche hasta Juntas Vecinales y, por cierto, el proyecto turístico de la catarata.
Como les dijera a ellos Paul Weisenfeld, director de USAID-Perú, citando a Barack Obama: “El cambio no llegará si esperamos que llegue otra persona u otro momento. Nos hemos estado esperando a nosotros mismos. Nosotros somos el cambio que buscamos”.
Dejamos atrás la comunidad Santa Rosa km 200, cruzamos nuevamente de retorno el boquerón del Padre Abad, un alto exigido por el fotógrafo para La Ducha del Diablo, una caída de agua que revienta prácticamente en la propia carretera Jorge Basadre. Unos minutos más y estábamos ya en Aguaytía, capital de la provincia de Padre Abad.
“Cuidado con Aguaytía, hay desplazamientos hacia allí de remanentes terroristas y sistemática producción de pasta y cocaína en lugares alejados a los poblados”, nos advirtió una fuente de inteligencia. Un llamado al Estado a que asista una zona que parece convertirse en un imán para quienes quieren implantar allí una industria del narcotráfico y un riesgo para aquellos que, como Santa Rosa km 200, solo ansían vivir en libertad y con dignidad.
Cafeína vs Cocaína. Inquietantes estadísticas
El último reporte de Monitoreo de Cultivos de Coca en el Perú de las Naciones Unidas, (ONUDD, Junio 2009) advierte sobre el incremento de cultivos de hoja de coca en el valle de Aguaytía: en los últimos cinco años los cocales se triplicaron hasta llegar a 1,670 hectáreas.
Si bien sólo representan el 3% del total de cocales del país, son suficientes para generar el caldo de cultivo requerido para la ilegalidad y violencia. En los últimos años, la acción de bandas de narcotraficantes (como Los Aguayos o Los Tronqueros, que la policía desarticuló en parte en la primera mitad de este año) y el terrorismo incrementaron su acción.
La situación del valle de Aguaytía se complica aún más por la inmigración de ex cocaleros de San Martín (región que prácticamente no tiene coca) y de ex cocaleros del Alto Huallaga, donde Corah está erradicando más de 9 mil hectáreas en lo que va del año.
Una mayor presencia del Estado y de la empresa privada será crucial para que Aguaytía no caiga nuevamente –como hace un par de décadas– en las fauces del narcotráfico y terrorismo.
Los comentarios están cerrados.