La ilusión del buen gobierno

El Comercio. En un Perú con más de 200 conflictos sociales se ha votado con entusiasmo, no hay muertos ni heridos que lamentar. Pero no se debatieron grandes temas nacionales como la política exterior, las megainversiones y el ambiente, qué se hará en la Amazonía para asegurar la sostenibilidad ambiental con mejor descentralización y justicia social, cómo se pondrá al menos una valla al narcopoder y a la multiforme corrupción, cómo se cumplirá con los derechos humanos constitucionalizados y cuáles han de ser los cambios sustantivos en una política de seguridad que depende no solo de más y mejores policías, qué metas planificadas se proponen más allá del bicentenario.

Se dio la sensación de una sociedad política encauzada por la encuestomanía. Predominaron los estilos publicitarios y mercadotécnicos que ahora costarán más dependiendo de la propaganda de los partidos en pos de su continuidad. Seguramente harán algunos ajustes y exhibirán razones para cautelar un crecimiento sostenido y un grado de inversión valiosos, que son condiciones necesarias pero insuficientes para tener desarrollo humano y no solo alto crecimiento con desigualdad creciente. Esta demanda es ahora vital.

Hay un país nuevo y mejor, fruto no solo de la actual gestión, sino de múltiples actores no pocas veces en pugna, pues esto es poliarquía, es decir actores con algún poder dentro de un régimen con un bloque dominante. Lo que llamaríamos hegemonía del pueblo no se construye tirando por la borda lo alcanzado con el sacrificio de mayorías que sufrirían más. Esto es un dato esencial para lograr indicadores de desarrollo, de seguridad humana y de gobernanza democrática. Quien no acepte esto deberá pagarlo en las urnas.

Maquiavelo reiteró cuán difícil es cambiar las reglas del juego y los riesgos de toda transición.

Las cosas por su nombre: cerca de la mitad del electorado tendrá la decisión en la segunda vuelta de engrosar la centroderecha o la centroizquierda. Hay probabilidades mayores para una opción de continuidad con ajustes menores. Pero no es descartable otra bajo la prédica de iniciar un cambio tan temido como querido por sectores sociales en los extremos de la pirámide.

Hace dos años en Bagua tres dirigentes aguarunas me dijeron que los mejores presidentes fueron Velasco y Fujimori. Compartí ese dato con varios colegas. Por eso recuerdo algunas hipótesis sociológicas explicativas sobre los rasgos autoritarios en sectores populares, en la cima y en el intermedio de la pirámide; sus efectos en las agrupaciones más votadas y en la base de varios conflictos.

Diversidad de país, pluralidad y dispersión congresal. Acaso, estamos ahora y aquí, ante factores que tendrán que ver con los consensos para un gobierno que satisfaga necesidades de participación, estabilidad, efectividad y legitimidad. No se perciben condiciones para lo contrario, no lo desean quienes formen parte de la segunda minoría hacia abajo. El rol de los negociadores será clave incluido, qué duda cabe, del presidente aspirante a romper la regla de la no reelección después de un período.