La comunidad nativa ticuna en los bancos del río Amazonas en Perú se ha ganado una sorprendente distinción en el comercio global de la droga: alberga algunas de las plantaciones de coca de mayor crecimiento del mundo.
Los expertos siempre habían creído que las tierras proclives a inundarse eran inhóspitas para cultivar coca lo suficientemente fuerte como para producir cocaína. La planta suele crecer mejor en las elevaciones más altas y empinadas de los Andes donde empezó a sembrarse hace muchos siglos.
Pero los agricultores de la tribu ticuna, calzados con botas de goma para proteger sus tobillos contra las mordeduras de serpientes, demuestran con sus nuevas técnicas de cultivo que esta teoría es errónea. Su éxito tiene importantes consecuencias para la selva tropical, sus habitantes y potencialmente para el negocio de la cocaína.
Se espera que el informe anual de las drogas de las Naciones Unidas, que será publicado hoy (ayer), detalle los grandes cambios en el negocio global de la cocaína, que están trasladando el cultivo de la coca a zonas más profundas de la Amazonía peruana, cerca de su frontera con Brasil, donde está creciendo el consumo de la cocaína. En mayo, Brasil envió tropas a que apoyaran a la policía federal encargada de combatir el tráfico a través de la frontera en la Amazonía. «¿A dónde crees que se dirige toda esta producción?», preguntó Sergio Fontes, que dirige la Policía Federal de Brasil en el estado de Amazonas, que limita con Perú.
La coca del Bajo Amazonas podría traducirse en una industria de la cocaína más globalizada. Hoy en día, la coca de todo el mundo crece en los países andinos Perú, Colombia y Bolivia. Pero puede que no siempre sea así. La coca que se está cultivando en la región amazónica de Perú podría sembrase con facilidad en el otro lado de la frontera, en Brasil.
El negocio de la cocaína está cambiando de una manera que podría proveer incentivos para cultivarla en otras partes fuera de América Latina, como África o Asia. África Occidental se ha convertido en un punto de transferencia para la cocaína sudamericana dirigida a mercados de rápido crecimiento en Europa. Puede que en algún momento tenga sentido trasladar parte de la producción ahí, de la misma manera en que décadas atrás las semillas de opio con la que se hace la heroína llegaron a América desde Asia, y que permitió que México y Colombia se llevaran una tajada del mercado estadounidense de heroína.
«Ahora mismo, Sudamérica satisface la demanda global, pero siempre y cuando no sea difícil exportar el know-how y la tecnología, siempre existe el riesgo de que se traslade a otra parte», dice Flavio Mirella, que dirige la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en Lima, y que supervisa las plantaciones de coca en el país.
Las nuevas plantaciones en los poblados ticuna han propulsado una expansión de 70% del cultivo total de coca el año pasado en la región del Bajo Amazonas de Perú, un área muy poco habitada cerca de la frontera de Brasil y Colombia, según estimaciones actuales de la ONU. Hace 10 años, prácticamente no se cultivaba coca en esta área. Ahora, en cambio, las tierras bajas de la Amazonia representan en torno a 8% de la superficie agrícola dedicada a la planta, indican estas cifras. Se espera que los números aumenten.
Hito preocupante
La coca no crece en cualquier lado. Se trata de una planta tropical que crece mejor en la franja ecuatorial del planeta. Si bien en teoría podría cultivarse bien en Hawái, la mayor parte de la tierra en EE.UU. carece de los niveles de acidez que necesita. En otras partes, las bajas temperaturas de la noche matarían la planta.
La llegada de la economía de la coca al Bajo Amazonas marca un preocupante hito para uno de los ecosistemas más frágiles del mundo. La agricultura de la coca, que es bastante devastadora, ya es una causa de la deforestación en la región amazónica de Perú, dicen expertos medioambientales locales. Los traficantes vierten los restos de kerosene, ácidos y otros químicos usados para producir cocaína en los ríos. Las tribus indígenas con pocos recursos son presas fáciles para verse arrastrados a su cultivo y comercio, o en otros casos, simplemente son expulsados de sus tierras.
«Es más violento cada día, y las poblaciones indígenas están entrando en un ciclo vicioso», señala el general de la Policía Nacional del Perú, Carlos Morán, que el año pasado dirigió una operación de erradicación de la coca en la región.
La coca amazónica ya ha influido en el día a día de Cushillococha, una pequeña colección de ordenadas chozas alrededor de una plaza de concreto a la que no se puede llegar por carretera. Se ha convertido en una fuente de ingresos para una comunidad pobre con poco acceso a servicios gubernamentales, separada de grandes centros económicos por largos viajes en barco, explica Walter Witancourt, un líder del poblado. Otros miembros de la tribu aseguran que la coca también ha traído alcoholismo y adicción de la droga y ha colocado a la comunidad en medio del enfrentamiento entre bandas rivales de narcotraficantes.
Witancourt, un hombre esbelto de unos 60 años, cuenta que algunos vecinos empezaron a plantar coca hace cinco años. Sabían que era para cocaína ilegal pero necesitaban efectivo para comprar productos básicos como comida y materiales de construcción para sus precarias casas. Gracias a la coca, algunas familias han enviado a sus hijos a estudiar a la capital regional de Iquitos, agrega. «Fuimos abandonados por el gobierno durante cinco décadas», dice Witancourt. «Nuestros hijos también tienen el derecho de estudiar, de ser abogados o profesionales».
La llegada de la coca al Bajo Amazonas no debería sorprender a nadie, asegura Emanuel Johnson, un científico jubilado del Departamento de Agricultura de EE.UU. que dedicó gran parte de su carrera a la investigación del cultivo de la coca en Sudamérica.
A mediados de los años 90, Johnson mostró científicamente que una variedad de coca, la Erythroxylum coca coca, conserva su fortaleza conforme se cultiva en zonas menos elevadas. Los agricultores clandestinos en Colombia estaban descubriendo lo mismo en la selva oriental del país y esa es la variedad que se cultiva ahora en la Amazonía peruana.
Más que la elevación, reveló Johnson, es el nivel de acidez de la tierra el factor clave que determina si la coca será lo suficientemente fuerte para producir cocaína. Mantener esos niveles puede ser difícil en el Bajo Amazonas debido a que las lluvias pueden diluir la capa acídica superior.
«Ahora, lo que hay ahí son básicamente agricultores pobres que plantan coca. Si permitimos que eso perdure, un día volveremos para encontrarnos con que otros grupos equipados para la guerra se han instalado ahí y será difícil sacarlos», advirtió Fontes, el comandante de la policía federal brasileña en el estado de Amazonas.
—Ryan Dube contribuyó a este artículo.