El Comercio. Muchos peruanos deben haber temblado al saber que algunos pollos, que tal vez han consumido últimamente, han sido alimentados con maíz transgénico y que el ministro de Agricultura, Rafael Quevedo, estuvo vinculado a la avícola involucrada en la denuncia.
Era de esperar. El rechazo de la sociedad civil a la amenaza transgénica, que pone en riesgo la biodiversidad y la vida de la población, ha aumentado. Por lo pronto, más de 50 productores de papa nativa del Cusco se han sumado a las protestas contra los productos modificados y exigen la derogación del D.S. 003-2011, que permite el ingreso al país de semillas trans. El temor de los campesinos, explicable desde todo punto de vista, no se sustenta solamente en que el Cusco se declaró libre de transgénicos hace años, sino en sus nefastos efectos.
Es irónico, pero mientras las papas nativas de Huancavelica son premiadas en Europa, sus campesinos concretan ventas importantes, mejoran su calidad de vida y, finalmente, aprenden a desarrollarse con base en un esquema que fomenta el precio justo y la asociatividad, el Gobierno Peruano impulsa medidas que solo benefician a intereses particulares. ¡Qué buen regalo deja el régimen aprista al Perú!
Ahora no interesa mucho que el ministro Quevedo diga que ya no pertenece a la avícola que utiliza productos transgénicos para alimentar a los pollos que la población consume. El Ejecutivo tendrá que explicar al país por qué nombró a un personaje ligado a esas prácticas para liderar un portafolio tan importante.
Lo peor es que el sector Agricultura no haga nada por frenar el ingreso de productos que los países más desarrollados del mundo han expulsado de su economía por el peligro que representan para la vida.
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