Caretas. Caños abiertos: ducha, platos a limpiar y un flush hídrico del WC. El agua solo corre y, un mes más tarde, el recibo de Sedapal. A pagar: clórico tratamiento en La Atarjea. Entonces, recibo cancelado y caño abierto de nuevo. El detalle que escapa por las tuberías: ¿por qué está contaminada esa agua en primer lugar?
Para Fernando León, director de Evaluación, Valoración y Financiamiento del Patrimonio Natural del Ministerio del Ambiente, el origen del problema está en la degradación de las zonas altas de las cuencas.
“Lo que estamos haciendo con el sistema actual es solamente atacar el síntoma del problema; pero no su causa”, señala: “El agua no se inicia en el río, sino en el conjunto de ecosistemas de las zonas altas que la generan con regularidad para los consumidores”.
Lógicamente, si se degradan las cuencas, es necesario el tratamiento posterior del agua. “Pero con el cambio climático –prosigue León–, el retroceso de los glaciares va a generar una reducción en la disponibilidad de agua. Con eso, necesitamos modelos de gestión sostenible para atacar la raíz del problema”.
Esto es, pagar por los servicios ambientales añadiendo a las tarifas de los usuarios un pequeño monto para mantener los recursos naturales como el agua, los bosques, etc.
¿Más impuestos? Tómese como una colecta para seguir con la fiesta –de la supervivencia, claro–. “En Moyobamba, San Martín, el 85% de la población aceptó pagar un sol más mensual en su recibo de agua, recolectándose S/. 100,000 por año”, cuenta León: “Los fondos se destinan a la conservación de la cuenca y la recuperación de las zonas afectadas por la deforestación”.
¿Cómo hacerlo? Empleando como reforestadores y conservadores a los habitantes que, en principio, viven de la agricultura expansiva que justamente deforesta y erosiona las cuencas.
El éxito ha sido tal que la cooperación alemana decidió apoyar con donaciones para mejorar la cobertura de costos versus colecta. “Hoy incluso los morosos de la cuenta de agua sí pagan el concepto de conservación de la cuenca”, sonríe León.
Pago por ver
Con el concepto de la afectación de los recursos naturales debido al calentamiento global, urge más que nunca conservarlos en su origen. Un bosque, por ejemplo, ayuda en la regulación del flujo hídrico, pero además alberga rica biodiversidad y, sin duda, degustación visual turística. Ahí entra a tallar otro servicio ambiental: la belleza escénica.
Desde 2004, en el Parque Nacional del Manu los hoteles aceptaron dar un pago al Área Natural Protegida (ANP) que hoy asciende a US$ 100,000 anuales (un promedio de US$ 10,000 anuales por ecolodge).
“Entendieron que de qué les servía invertir en un hotel si al llegar el turista podría ver al lado una selva degradada”, explica León. El dinero hoy permite al ANP obtener mejorar su cobertura de guardaparques, conservación, vigilancia, etc.
Si algo demostró la última Cumbre contra el Cambio Climático en Copenhague, Dinamarca, es que para salvar al medio ambiente es necesario darle un peso económico, un valor en moneda.
Con ello, sobre la mesa de la Comisión de Pueblos Andinos, Amazónicos, Afroperuanos, Ambiente y Ecología del Congreso yace desde 2008 el proyecto para hacer la ley que defina la obligatoriedad del pago por servicios ambientales.
Hasta que despierten, lo del Manu y Moyobamba seguirá siendo pintoresco; y la deforestación y escasez de agua, grotesco.