“Me llamo Juana Griselda Payaba Cachique, tengo 51 años y soy shipiba nacida y crecida en la Comunidad Nativa Tres Islas de la cual he sido presidenta en dos periodos. Mi comunidad está conformada por pobladores pertenecientes a dos pueblos indígenas de la Amazonía peruana: shipibos y ese ejas y está asentada en la sub-cuenca del río Madre de Dios, en el distrito de Tambopata, provincia de Tambopata, departamento de Madre de Dios.
Mi comunidad ha sido reconocida por las autoridades de mi país, el Perú, y está inscrita en el Registro Nacional Desconcentrado de Comunidades Nativas a cargo de la Dirección Sub-Regional Agricultura – Madre de Dios, Nuestro título de propiedad tiene como número el 538 del 24 de junio de 1994. Conseguir ese reconocimiento fue una lucha de muchos años. Cuatro de mis hermanos han sido presidentes de la comunidad. Mi esposo, Adolfo Cagna Andaluz, ashaninka, también ha ejercido ese cargo, él fue uno de los dirigentes que luchó para que nos reconozcan nuestros derechos como comunidad nativa. Mis hijas mayores son en la actualidad dirigentes, espero que algún día ellas lleguen a ser presidentas de su comunidad como lo he sido yo”.
“En Tres Islas somos en la actualidad 103 familias, algunas ese ejas, otras shipibas, otras ashaninkas, también en nuestra comunidad viven mestizos.
El territorio de Tres Islas está ubicado en una zona de bosques tropicales húmedos. Somos propietarios de 32 mil hectáreas de tierras que hemos heredado de nuestros ancestros. ¿Parece mucho, no? Bueno, para los pueblos indígenas el territorio es de todos, lo compartimos entre todos; de los bosques y ríos de nuestro territorio obtenemos las cosas que necesitamos para vivir. Nuestro pescado, nuestros animales, todo”.
Recuperar el territorio para gestionar el futuro
“Desde hace muchos años mi comunidad ha venido sufriendo la tala ilegal de madera por parte de personas extrañas que deforestan el bosque sin nuestro consentimiento Ello lo podemos probar por las numerosas incautaciones de madera que ha hecho el Programa Regional de Manejo de Recursos Forestales y Fauna Silvestre de Madre de Dios. Igualmente desde hace unos años mi comunidad es víctima del deterioro del medio ambiente, la muerte de aguajales, plantas, peces, aves y animales del monte debido a la actividad minera que vienen desarrollando personas no autorizadas por la comunidad, que se han metido dentro de nuestro territorio cada vez en mayor número. Ellos dicen que son mineros artesanales pero para nosotros son simples mineros ilegales, que actúan sin control medioambiental y sin fiscalización por parte de las autoridades”.
Es importante mencionar que en Perú se considera minería artesanal a aquella que se realiza a pequeña escala utilizando métodos manuales y/o equipos básicos (lampas, combas, barretas). Debido a la fragilidad de los ecosistemas donde se realiza la actividad dicha minería no está autorizada en cursos de agua: ríos, lagunas, humedales, aguajajes, etc. Tampoco se permite en su práctica el empleo de maquinaria compleja (dragas, retroexcavadoras, volquetes, compresoras, etc.)
A pesar de que muchos mineros cuentan con autorizaciones emitidas por el ministerio de Energía y Minas o las dependencias de los gobiernos regionales y pagan un impuesto al Estado, la actividad que realizan deviene en ilegal toda vez que se efectúa sobre cuerpos de agua, zonas de amortiguamiento de áreas naturales protegidas o, lo que es muy grave, utilizando maquinaria que excede los límites autorizados. La legislación peruana define a la minería ilegal como aquella que no cumple con las exigencias administrativas, técnicas, sociales y ambientales que exige la ley.
“La mayoría de esos mineros cuentan con autorizaciones dadas por el Ministerio de Energía y Minas lo cual es inconstitucional por no contar con la consulta previa de mi comunidad para la realización de dichas actividades. No se nos ha preguntado si estamos de acuerdo o no, no se nos ha explicado si dichas actividades van a mejorar nuestras condiciones de vida, salud, trabajo”.
“Los mineros y los madereros invadieron el territorio de mi comunidad, deforestaron los bosques, contaminaron el río y depredaron el hábitat de mi pueblo. Destruyeron el medio de subsistencia de mi comunidad y alteraron nuestra forma de vida. Esos extraños, serranos en su mayoría, no contentos con destruir lo que era nuestro, desarrollaron otras actividades que perturbaron y perturban todavía la vida y tranquilidad de la comunidad y el libre desarrollo de sus miembros, en particular las niñas y niños, con fiestas y reuniones donde se venden bebidas alcohólicas, provocando riñas y escándalos, además de introducir la prostitución y violencia.
A los mineros solo les importan las ganancias que pueden obtener en el presente, mientras que a nuestro pueblo le preocupa el futuro de nuestros hijos. Por eso es que nos organizamos y decidimos darle un plazo para que se vayan. Las leyes de nuestro país nos amparan, somos un pueblo indígena que se rige por derechos consuetudinarios, es decir por leyes que nuestros ancestros nos dejaron y que nosotros respetamos y respetaremos siempre.
Les dimos unos días para que se fueran y como no nos hicieron caso pusimos una reja y construimos una caseta para controlar el paso de las camionetas que ellos usan para trasladar sus cosas y llevarse el oro de nuestras tierras. Nos denunciaron y estuvieron a punto de meternos presos a mí y a tres dirigentes más. Hemos luchado duro en el poder judicial y cuando todo estaba perdido y ya nos estábamos rindiendo pudimos ganar en el Tribunal Constitucional de Lima”.
“Desde entonces nos hemos seguido organizando para trabajar en nuestros bosques, con nuestros recursos. Aquí tenemos de todo, lo que pasa es que no sabíamos trabajar y vendíamos nuestra madera, nuestros recursos a cualquier precio.
Ahora no, ahora estamos trabajando en comités, tenemos uno de madera, otro de castañas, otro de aceites de palmeras. Ahora colocamos nuestros productos con valor agregado, a mejores precios, ya no nos engañan los comerciantes de Puerto Maldonado. Hemos avanzado pero nos queda mucho por hacer”.
Características demográficas y culturales
“Mis abuelos vinieron de Ucayali, vinieron en la época de los caucheros. En esos tiempos los caucheros trajeron mucha gente. Mis ancestros, entonces, vinieron en canoa, tanganeando, como podían. Los que llegaban a esta zona se quedaban un tiempo y después se iban. Otros se quedaron para siempre.
Mi abuelo fue uno de los que se quedó, aquí tuvo a sus hijos y sus hijos a nosotros. Así fuimos construyendo nuestras familias. Aquí vivían los ese ejas. Los indígenas ese ejas son de la frontera con Bolivia, por Palma Real, por Sonene. Allí todavía hay ese ejas.
Mis abuelos hablaban su idioma, su dialecto, lamentablemente nos decían para qué van a aprender ustedes nuestra lengua, tienen que aprender español nomás. Si hablan como nosotros van a ser humillados, nos decían. Ellos hablaban entre ellos, no querían que nosotros aprendiéramos su lengua.
Yo ya no aprendí, claro que entiendo un poco. Mis papás solo hablaban entre ellos en shipibo. Mi padre en todos los conversatorios que tenían, con los mayores, nos botaban a nosotros. Fuera, fuera, nos decía. Vayan a jugar, nos decían. Tendrían vergüenza, pienso.
En Tres Islas todavía hay hermanos que hablan shipibo y ese eja, son mayores generalmente. Yo entiendo, Jakon yamekiri, buenos días; Jakon yantan , buenas tardes, así yo les saludo, entiendo algo… Todo lo que sé de ellos lo he ido conociendo en las danzas, en los cuentos que nos contaban, allí nos decían cómo vivían ellos antes, de donde vinieron, así nos iban contando.
Mi padre siempre pescaba, siempre trabajaba la madera. Y también la minería… pero solo cuando necesitaba dinero, aquí siempre ha habido oro. Oro había en cantidad en las playas, pero en el 2002, 2003, allí empiezan a llegar los mineros con sus tracas, con sus máquinas, con sus tracas hidráulicas. Vinieron y se instalaron con sus motores en las orillas del río y luego se metieron al bosque y allí empezaron los problemas con la comunidad.
Aquí antes nadie robaba, tú dejabas tus cosas allí nomás y no pasaba nada. Eso ha cambiado demasiado con la minería. Cuando era chica pescábamos dorados, palometas, boquichicos, paco, toda clase de pescado. Tú te ibas con tu red, lanzabas y sacabas medio saco de pescado. Ese medio saco lo traías a tu casa, lo charquiabas, le ponías al sol; tú tenías entonces pescado para rato. Tenías pescado ahumado, pescado salado, pescado para patarashca, para juane… y con las cabezas hacíamos caldo. Ese caldo veníamos a comer con tu yuca, con tu inguiri, con tu arroz. Era una maravilla. Eso ya no hay en este tiempo. Claro, ahora tendrías que salir dos, tres días a pescar.
Nosotros éramos trece hermanos, pero ahora nos hemos quedado once. Éramos cinco mujeres y los varones eran siete. Yo soy la número tres. Mis hermanas Vilma y Ercilia son las últimas. En el colegio yo jugaba fútbol, vóley, de todo. Bailaba, danzaba, decía poesías, no tenía miedo. Bailaba marinera, todo hacía, me gustaba actuar, nunca decía no. Todas mis hijas son así. Almendrita ha sido alcaldesa en su colegio, ha sido Miss Señorita, ahora en este momento ha vuelto a postular para ser alcaldesa. Todas mis hijas son así, son habilosas.
Para nosotros como indígenas esa era nuestra vida. Pescar, cazar, eso es lo que sabemos. Mi papa cuando salía a cazar mataba huanganas, sachavacas, teníamos comida para dos o tres meses. En salado, en ahumado…”
Luchar por lo que es nuestro
“En mi niñez yo no conocía Puerto Maldonado, no era necesario. Mi papá no nos llevaba a la ciudad, ¿para qué? De diecisiete, de dieciocho años, recién aprendí a ir a la ciudad, allí ya tenía uso de razón.
Los shipibos somos dialogantes, nos gusta compartir, esa es nuestra característica. Muchas veces tenemos una señal en la frente, nuestras orejas, nuestro perfil es así como el mío.
Yo acabé el colegio con las madrecitas. Hombres y mujeres estudiábamos juntos. Era una mezcladera, nuestra maestra era bien recta. Yo era la arquera del equipo de fútbol. Hasta ahora me gusta jugar, mis hijas han salido a mí en eso. Mi hija mayor es futbolista. Yo sigo tapando, me gusta. Yo era un poco inquieta. Tenía una compañerita que me rompía mi cuaderno, mucho me molestaba. Un día me cansé y le di su tanda. La profesora me castigó. ¿Profesora por qué me castiga si ella es la que me molesta?, le dije. En todo caso que nos castiguen a las dos.
Como estoy contando en el año 1994 conseguimos título de propiedad de Comunidad Nativa, mi esposo es el que recibe la titulación. El y el señor Felipe Collantes son los que inician el trámite, eso duró diez años, de repente más tiempo, como quince años, por lo menos desde 1980 hasta 1994. La comunidad tuvo que hacer un estudio socio-económico para que reconocieran nuestros derechos como indígenas.
Los abogados de Puerto Maldonado venían a atendernos y siempre pedían plata primero. Yo decía, cómo no tengo plata y me pongo a estudiar para que vean como se arreglan las cosas de otra manera.
Esos mineros, todo lo han destruido
En 1994, cuando recibimos nuestro título, ya había mineros acá. Desde allí hemos venido peleando, peleando, en ese tiempo mis hermanos eran dirigentes. A veces los dirigentes son comprados, no lo digo por mis hermanos, ellos han sido rectos. Lo digo en general, los mineros que tienen mucha plata compran a los dirigentes, muchos dirigentes han caído en eso y eso no debería pasar.
Por qué lo digo, porque a mí también quisieron hacérmelo [cuando era dirigente]. Vino un señor, un minero, vino con su plata, así como estamos conversando, vino un señor una tarde. Conversamos y le dije:
– Ustedes [los mineros] deben irse, mire la depredación que están haciendo. Mire lo que han hecho y lo que pagan al Estado es una miseria, cuánto paga, usted paga tres dólares por cada hectárea que utiliza. Mientras hablábamos saca de su bolsillo un fajo de plata, un rollito con billetes de cien soles. Me encolericé:
– Qué cosa me está diciendo -le dije- usted me viene a insultar (…)Usted no es nadie para darme plata y por lo tanto usted se me va ahorita, usted me está faltando el respeto. Esta es mi casa y aquí nadie me va a venir a faltar el respeto.
– No señora, me va a disculpar, me dijo.
– No señor, usted se me va, le dije y le cerré la puerta y el señor se fue todo avergonzado. Ese señor hasta ahora me tiene vergüenza.
Esos mineros vienen del Cusco, son serranos, son gente que tiene harto dinero, compran los motores, hacen lo que quieren, como uno no está diario porque tienes que ver tu chacra, ellos se van metiendo y se van quedando.
Nosotros siempre hemos estado atrás de las autoridades: “Señores miren lo que están haciendo” “señores miren lo que está pasando”, “señores boten a los mineros ilegales”…
Por eso en el año 2008 decidimos en Asamblea poner punto final a tantos atropellos. Nos organizamos y nos hemos ido a botar a un señor que se apellidaba Tiznao. Ese señor era de Trujillo. Ya tenía sus denuncias. A ese señor lo hemos botado, hemos quemado sus máquinas, su campamento, su comida, claro previo aviso, previa notificación, todo por escrito.
En la playa nos pusimos, con radio de comunicación nos pusimos y lo botamos. En la playa hemos dormido: señor, tiene usted 48 horas para que se vaya, le dijimos. Y el señor se retiró con todas sus cosas, no sé de donde trajo esos carros que cargan cosas y se fue. Después de Tiznao fuimos botando a todos, poquito a poquito.
La expulsión. En defensa del territorio
Yo he sido elegida presidenta de mi comunidad dos veces, la primera vez en el año 2003, la segunda en el 2009. A mí mis padres me dijeron que si no defendí mi territorio no era nadie. Por eso nos decían a mí y a mis hermanos: estudien para que ustedes algún día hagan respetar esta tierra. Y así he hecho.
La gente te elige si ve que eres fuerte, si tienes ganas de apoyar a la comunidad; la gente se da cuenta de eso y te apoya o no. La comunidad por eso me nombró a mí otra vez. Estaba muy bien preparada para asumir de nuevo la presidencia de mi comunidad. Había asistido a un montón de talleres. Yo soy una líder de mi comunidad, sabía cómo afrontar esa obligación, sabía cómo representar a mi pueblo. Estaba preparada para enfrentarme a cualquier tema. Había sido dirigente en el Vaso de Leche, también pertenecía a FENAMAD (Federación Nativas del Río Madre de Dios y Afluentes). Siempre iba a los reuniones de mujeres, estaba muy preparada…
Bueno, en ese año, el 2010, los taladores y los mineros se habían metido por todas partes, eso ya era un problema grande, no ves que el precio del oro había subido un montón. Ya tenían campamento, tenían tiendas, habían prostibares, vendían combustible. Eran como trescientos, no sé cuántos habrían, allí había bastante gente, bastantes motores, como 30, 40 motores.
Volvimos a tomar decisiones en asamblea porque así dice la norma, así dice la Constitución bien claro: las comunidades nativas son autónomas dentro de su territorio y por lo tanto hemos hecho una reunión, hemos decidido y hemos redactado unos papeles, unos escritos notificándoles: señores, esto es nuestro territorio por lo tanto tienen 48 horas para que se retiren. Y si no se retiran aténganse a las consecuencias que puedan pasar”.
“Decidimos que en la carretera por donde entraban los mineros íbamos a construir una caseta de control, ¿para qué?, para controlar a esa gente y que se larguen de una buena vez. Esa carretera sale de la Interoceánica y va a Teniente Acevedo, un asentamiento vecino. Nosotros colindamos con Teniente Acevedo y con San Jacinto. Los de San Jacinto andan por esta trocha y también entran los que van a Teniente Acevedo y de allí aprovechan los que van a la minería. Esa trocha la hemos utilizado para sacar madera, esa trocha carrozable se quedó libre y por allí entraron los mineros. Qué más han querido. Mientras nosotros estamos peleando por otro lugar, ellos ya se habían entrado, calladitos nomás.
Como no nos hicieron caso después de la notificación fuimos y los botamos: hemos quemado sus tubos, le hemos quemado cosas, calladitos se han ido. Planeamos bien las cosas, nos organizamos bien. Primero se meten los hombres, dijimos, nosotros las mujeres nos vamos a quedar acá. Vamos a estar mirando, espiando todo lo que pasa.
La gente fue con machetes, con arcos, con flechas, con eso fueron. Los engañaron, les dijeron que si ustedes no se van le vamos a dar con estas flechas que tienen veneno. Ellos tenían escopetas. Si ustedes nos balean, con estas flechas envenenadas les vamos a dar duro, les dijimos.
No hubo enfrentamiento.
– Por qué nos hacen estos si nosotros estamos pagando al Estado, nos dijeron.
– Ya estamos cansados de que le peguen una miseria al estado, les repondimos, no queremos que destruyan nuestros bosques. Todo les tumbamos, lo bueno y lo malo. Y se fueron todos.
Después de eso nos denunciaron, ellos presentan en el poder judicial de Puerto Maldonado un Habeas Corpus diciendo que estábamos impidiendo el libre tránsito y nos ganaron en quince días. El juez ordenó que nos tumbaran la caseta y así fue, nos tumbaron todo. Nosotros sabíamos que los mineros juntaban una bolsa y que de allí sacaban la plata para pagar a todo el mundo, hasta a los fiscales les han pagado. El poder judicial solo hace justicia para los poderosos.
Yo tenía fe en el Señor que tarde o temprano los íbamos a sacar de aquí, que apelando apelando podíamos ganarle el juicio a los mineros. Pasaban los días, pasaba el mes, pasaba el otro mes, ya la comunidad estaba desorganizada, acá ya no querían saber nada, que estamos perdiendo el tiempo…
A mí me querían llevar presa, cinco años me querían llevar. Tuvimos que hacer una contra denuncia. Éramos yo, Marleni Racua, Esperanza González y Sergio Perea, tres mujeres y un hombre. Imagínense, me daba cólera, no sé qué me daba, hermano. No perdí la batalla, seguí allí, yo me iba al poder judicial, señor fiscal, dónde está mi caso, cómo está mi caso, qué cosa falta para que se solucione mi problema, le decía. Nosotros le decíamos, reclamábamos, somos autónomos, por lo tanto cómo es posible que no nos ampare la ley, ellos se quedaban sorprendidos. Para entonces ya nos apoyaba la doctora Raquel Yrigoyen. Con ella hemos ganado.
Fuente: Revista “Viajeros”
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