Las intrigas se sucedieron a lo largo del año en el edificio de Córpac donde funciona o disfunciona el Ministerio del Interior, y fermentaron en las últimas semanas con la virulencia resacosa de una chicha canera. A continuación, la sorprendente pero verdadera crónica de lo que sucedió.
En la Policía (como en las Fuerzas Armadas), todo diciembre trae angustias institucionales de sobrevivencia o mortalidad. Ascensos o postergaciones; cambios de posición que van desde lo ventajoso a lo desastroso sin nada que lo prediga; y, por último, los pases a retiro, donde lo imprevisible y arbitrario está siempre latente.
El actual jefe de la Policía, el general PNP Raúl Salazar, es un interesante ejemplo de supervivencia adaptativa. En el gobierno anterior de Alan García, estuvo a cargo de la seguridad de Palacio de Gobierno y tuvo con su masivo inquilino principal y con el secretario de la Presidencia, Luis Nava, el tipo de empatía que éste gustaba mantener con sus subordinados.
Con el cambio de gobierno, Salazar no corrió la suerte de otros oficiales que tuvieron posiciones de importancia en el régimen de García. Por lo contrario, se le acrecentó la autoridad. Cuando reventó el caso de las Brujas de Cachiche, Salazar se las arregló para utilizar el escándalo como el equivalente de un contrato de estabilidad.
Mientras que el oficial que se negó a hacer lo indebido, el general PNP Eduardo Arteta, era pasado al retiro, Salazar permaneció. Cuando Arteta reveló lo que había sucedido, Salazar encubrió con sus declaraciones a Chehade y su grupo. El gobierno lo nombró director general de la PNP.
Con esos méritos no es tan difícil explicar los desastres operativos de Kepashiato o la primera operación de desalojo de La Parada. Pero es menos difícil todavía explicarse su permanencia en el mando de la Policía, donde la eficacia tiene importancia secundaria, mientras la incondicionalidad es vital.
Ese tipo de comandos suele ser inseguro y celoso del mérito ajeno.
Uno de los oficiales tempranamente convertidos en objetivo fue el general PNP Darío Hurtado, un policía y piloto de aeronaves con larga experiencia operativa.
A Hurtado le tocó ser director de la Dirección Antidrogas, Dirandro, de la PNP durante el primer gabinete del gobierno de Humala. Su estilo directo, con gran manejo operativo y conocimiento del empleo táctico preciso de aeronaves, le ganó la atención del entonces ministro del Interior, Óscar Valdés. Este coordinó y despachó varias veces en forma directa con Hurtado sin preocuparse demasiado por Salazar.
Cuando Valdés dejó el Ministerio del Interior, Salazar nombró a Hurtado – a quien conocen en la Policía más por el apodo de ‘Apache’ que por su nombre– como nuevo jefe de la Dirección de Seguridad de Fronteras de la PNP, que para las perspectivas profesionales de Hurtado compartía las características de huesero institucional y palo de gallinero.
‘Apache’ Hurtado afrontó lo mejor que pudo la nueva situación, pero, fiel a su estilo, no hizo nada por congraciarse con Salazar. Muchas veces con razón, a veces sin ella, no dejó de expresar lo que pensaba en las reuniones de los generales con Salazar y también con el ministro del momento. Como diplomático, Hurtado no servía; pero lo que se necesitó en Kepashiato, por ejemplo, el año pasado, no fue precisamente diplomáticos sino buenos jefes operativos.
Otros dos jefes policiales que estuvieron en la mira de Salazar fueron los generales PNP Carlos Morán y César Cortijo.
Morán, veterano del GEIN, se convirtió en el más importante jefe policial en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado en el último decenio. Dirigió las investigaciones en los casos de Zevallos, Sánchez Paredes, Valdés, Cataño, entre otros. También condujo las pesquisas policiales en los casos BTR y el del espía Ariza.
El gobierno de Humala, a través de Salazar, lo sacó rápidamente de su área de conocimiento experto y lo mandó a la Dirección Territorial del Callao, donde hizo un buen trabajo el año pasado.
César Cortijo fue el único de los tres que estuvo al mando de una importante dirección especializada, la Divincri, el año pasado. Enérgico y eficaz, con buenos reflejos, logró capturas importantes a lo largo del año.
Hace pocas semanas cundió en la Policía el rumor (que para muchos no era habladuría sino inteligencia) de que Salazar intentaba pasar al retiro a los tres generales a fin de año.
Sacar a esos tres jefes policiales a la vez hubiera sido el equivalente de dispararse al pie en fuego automático. Se suponía que el ministro del Interior, Wilfredo Pedraza, que intentaba marcar una presencia propia tendría algo que decir.
Hacia el 28 de diciembre, Pedraza tenía una idea aproximada de a quiénes pasaba al retiro y a quiénes no.
Por lo pronto, había decidido mantener a Cortijo en su puesto de la Dirincri. Eso fue un acierto.
Morán, en cambio, iba a ser removido de la Dirección del Callao. Pedraza pensó primero y decidió después nombrarlo director de Operaciones Policiales.
Hurtado era, en cambio, la víctima propiciatoria y estaba en la lista de los que iban a pasar al retiro. Sin embargo, Pedraza no las tenía todas consigo y decidió discutir el tema para refinar su juicio.
El 30 de diciembre, el ministro del Interior había cambiado de idea. Hurtado se quedaba en la Policía y sería nombrado jefe policial del Cusco.
La información con los nuevos destinos cundió dentro de la Policía. En la noche del 30 y las primeras horas del 31 de diciembre hubo las usuales felicitaciones para los generales por sus nuevos cargos.
A las 10 de la mañana del 31 de diciembre, los generales se reunieron para saludar a su director general, Raúl Salazar. Este se abrazó, entre otros, con Hurtado, en aparente muestra de que la armonía retornaba al comando policial.
A las 12:30 p.m. Salazar y los generales subieron un piso para saludar al ministro Pedraza.
A la una de la tarde, en el hall que da a la oficina del ministro, rodeado por los múltiples generales, Salazar recibió una llamada. Se le escuchó decir: “Sí, mi coronel” y a continuación salió para Palacio de Gobierno. Pedraza se quedó en Córpac.
En ese momento, por lo menos dos fuentes bien informadas indicaron que en Palacio había “una movida para bajarlo a Apache” y que eso se iba a manejar “al margen del ministro”.
A las 4 p.m. una persona cercana al ministro indicó que había movidas y que este ya sabía que ‘Apache’ “se va a su casa”.
Poco después, otra fuente informó que Morán había sido sacado de la dirección de Operaciones y nombrado jefe de una nueva ‘dirección de Asuntos Internacionales’ que no tenía misión asignada, ni tampoco escritorio o siquiera sillas. Era un flamante huesero.
El ministro se descubrió a sí mismo, pintado en la pared en términos de toma de decisiones y peso de opinión. Sus planes sobre cómo resolver el nuevo dilema (¿es mejor ser medio ministro que ex ministro?) no están todavía claros. Otros, como el viceministro Iván Vega, pudieron percatarse, si es que no lo sabían, que sus pareceres tenían peso limitado.
Lo que ha acontecido en el Ministerio del Interior por imposición de Palacio es a la vez vergonzoso y revelador. Si en medio de tanto jefe policial incompetente o mediocre se castiga a los más capaces, el mensaje queda claro.
Como todos recuerdan, (entre otros yo en mi último artículo del 2012) cuando sucedió el escándalo de las Brujas de Cachiche, Nadine Heredia escribió en su twitter la ya célebre pregunta retórica: “¿Es tan difícil caminar derecho?”.
La respuesta se la han dado ahora desde el propio Palacio: si eres policía y caminas derecho, el ácido corroerá en un momento tu carrera.
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