La República Desde el primer día de agosto de este año, el gobierno prohibió la comercialización de diésel número 1 y kerosene en el país. El primero por sus efectos contaminantes y el segundo por haberse comprobado que era el insumo químico más frecuentemente utilizado para la elaboración de droga.
En esta última decisión pesaron varias razones. La primera, que el cambio de matriz energética es un hecho en todo el país, al punto de que el consumo de barriles de kerosene –que era de 22,000 por día en 1995– había bajado a 900. La segunda, la comprobación de que, de esa producción en declive, no menos de 120 barriles diarios iban a beneficiar al narcotráfico.
Esta constatación no fue materia de sorpresa, ya que casi todo el kerosene desviado tenía como destino el Huallaga y el VRAE, a los que ingresaba por tierra valiéndose de una enorme red de corrupción, pues no era concebible que los camiones que lo transportaban a las supuestas estaciones expendedoras pasaran inadvertidos.
Pero si la decisión de cortar por lo sano con el flujo irregular de kerosene, que se valía del pretexto de una supuesta necesidad para “consumo doméstico”, pareció acertada y no contó con objeciones, lo que ha seguido descubre cómo los narcotraficantes pueden dar la vuelta a la mejor medida, pues –según testimonios recientes– la falta de kerosene ha sido reemplazada por gasolina, que ahora alimenta las pozas de maceración y es más difícil de controlar.
A esta realidad se suma otra, puesta de manifiesto por el jefe del Plan VRAE, Fernán Valer, quien la semana pasada pidió la restricción de la venta de agroquímicos al VRAE, pues la casi totalidad de los mismos es empleada en beneficio de los cultivos de coca, que ahora logran cuatro cosechas al año gracias a la utilización desmedida de fitohormonas contra las plagas de insectos dañinos.
Ambos ejemplos, el del pase del kerosene a la gasolina y el de la utilización de agroquímicos, ilustran a la perfección las dificultades del combate al narcotráfico en nuestro país, al que se corta una fuente y no tarda en encontrar otra. Mientras tanto, somos el primer país productor de cocaína a nivel mundial, resistible título que no nos honra. El control satelital de los camiones que ingresan a las zonas cocaleras y la limitación de agroquímicos son urgentes. Pero ojalá que no terminen siendo también burlados.
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