(Caretas) Si el presente del VRAE abunda en dilemas, su pasado ofrece algo más que lecciones. La desafiante belleza de este valle fue el escenario de una guerra ininterrumpida y brutalmente letal durante los últimos veintiséis años, cuyos hechos son hoy memorias que unos han olvidado pero otros recuerdan bien.
Los textos de los primeros misioneros franciscanos se referían a la “montaña” de los ríos Apurímac y Ene, y tuvieron razón. Esa selva montañosa, de riscos fragosos, cañadas y abismos cubiertos de vegetación espesa se suaviza brevemente en el valle antes de volver a los cerros cubiertos de bosques y de nubes, surcados por altísimas cataratas con armoniosos nombres asháninka.
En los inicios de la guerra interna, Sendero Luminoso no le dio importancia a la selva como escenario bélico. Los líderes senderistas diseñaron una estrategia centrada en el eje de la sierra, que tenía al primer comité regional, el de Ayacucho, como el principal. Y así fue hasta 1983.
Ese año ingresó la Fuerza Armada a combatir a Sendero en Ayacucho. El senderismo, que había derrotado para todo propósito práctico a la Policía, resistió agresivamente pero fue duramente golpeado por la Fuerza Armada y sufrió grandes pérdidas. En la búsqueda de refugio y de abrir otros frentes, se encendió la violencia en el Alto Huallaga primero y, poco después, en el VRAE.
En noviembre de 1983, en el embarcadero entre Pichari y Sivia, en pleno VRAE, los senderistas emboscaron a un pequeño contingente de ingeniería militar, basado en Pichari, y mataron a su jefe, el capitán EP Juan Davelois. El cabo Manuel Torres quedó herido. La respuesta del comando militar fue brutal. Un destacamento helitransportado desde Huamanga capturó a decenas de pobladores de Pichari y Sivia y mató luego a alrededor de 70 personas.
El terror se generalizó en el VRAE. Sendero penetró con extrema violencia en el Valle, sometiendo distrito tras distrito, mientras la Fuerza Armada efectuaba acciones de letalidad indiscriminada.
Hubo, sin embargo, notorias excepciones. En 1984, en Sivia, un joven capitán del Ejército, quien pidió que lo llamen Amador, organizó a la población traumatizada, se identificó plenamente con ella, desarrolló a sus mejores líderes y los llevó a enfrentar conjuntamente a Sendero en lo que fue, a través de ásperos combates, una de las primeras series de victorias frente al aterrorizador senderismo. Hasta hoy recuerdan con cariño a Amador en Sivia, Pichari, Llochegua. El joven oficial que, después de los monstruosos asesinatos de unas semanas antes, devolvió a la gente la confianza en el Ejército, encarnó su papel protector, y guió a la gente en la defensa de su libertad, sus propiedades, sus vidas.
En el sur del valle, sin embargo, los pobladores tuvieron que arreglárselas solos. Pequeños propietarios pobres, con una fuerte influencia de las iglesias protestantes, sintiéndose a la vez hostigados y abandonados por la Fuerza Armada, los campesinos tuvieron que decidir entre el sometimiento al feroz e imprevisible Sendero o la incierta rebelión. En Pichiwillca, Antonio Cárdenas, un joven agricultor con innato talento militar, organizó a los campesinos en encuadramientos llamados DECAS y enfrentó a Sendero en una larga serie de combates, alguno librado dentro del propio Pichiwillca. Otros pueblos se levantaron y se incorporaron a los Decas, exhortados muchos de ellos por sus líderes religiosos, que proclamaban enfrentar al anticristo. Derrotado en combates sucesivos, Sendero perdió terreno y bases en forma crecientemente rápida y se retiró hacia el norte, donde los Decas de Sivia y Llochegua lo golpearon también.
Los Decas limpiaron el valle, hasta la unión con el Mantaro y mandaron también refuerzos a la sierra, donde asediadas comunidades campesinas pedían la ayuda de los guerreros del río Apurímac. Hubo destacamentos Decas hasta en ciudades como Tambo, renombrados por su valor y su capacidad de combate.
¿Qué llevó a los Decas a pelear? La desesperación. ¿Qué pagó la guerra, las armas, las balas, las largas expediciones de agricultores ausentes? La coca.
La epopeya de los Decas no tuvo nada que ver con, digamos, el proceso de los paramilitares colombianos. La organización del VRAE fue una milicia de campesinos pobres, cuyo único cultivo rentable y fácilmente vendible era la coca. No eran narcotraficantes, pero sí vendieron la coca a los traficantes para tener cómo defenderse. Y lo lograron, con años de esfuerzos tremendos, privaciones, heridas, mutilaciones y, en varios casos, la muerte. Se calcula que un décimo de la población cayó en la guerra del Valle. El nivel más alto de bajas que en cualquier otro teatro de violencia en el Perú.
Presionado desde la sierra y el VRAE, Sendero decidió fortificarse en uno de los corredores selva-sierra, el reducto de Vizcatán, mientras expandía la guerra hacia el Ene. Así, el llamado Comité Regional Principal, que hacia fines de los 80 y comienzos de los 90 estaba bajo el mando de Óscar Ramírez Durand, “Feliciano” (el único miembro del Politburó senderista con mando directo sobre un comité regional), utilizó cada vez más Vizcatán como la base segura en la cual refugiarse y desde donde poder lanzar ataques. La selva espesa fue acondicionada como fortaleza, con tácticas, reductos y trampas trasladados de la experiencia guerrillera en Yenán y también la vietnamita. Cuevas, túneles, caminos secretos, apostaderos de francotiradores erizaron de defensas el lugar. Cuando, en 1994, se lanzó un ataque combinado de las Fuerzas Armadas y los Decas, este fracasó por el hostigamiento continuo y no neutralizable de los senderistas. Derrotado en todas partes, Sendero quedó, sin embargo, dueño de Vizcatán.
¿Qué pasó luego? En 1995, el precio de la coca colapsó y toda la economía cocalera del valle implosionó. Eso debilitó considerablemente a los Decas y despobló varios pueblos y aldeas. La gran coalición de milicias quedó reducida a un esqueleto, mientras varios de sus veteranos tuvieron que trabajar en lo que fuera para sobrevivir, sin el menor reconocimiento de la sociedad o el Estado.
De otro lado, Feliciano, entonces el dirigente senderista de mayor rango en libertad, fue capturado, en una acción en la que Jorge Quispe Palomino, uno de los líderes senderistas hoy, colaboró con la Fuerza Armada (Caretas 2095).
Esa captura cambió los términos del conflicto. Los nuevos líderes senderistas repudiaron a Abimael Guzmán y, con especial encono, a Feliciano. Luego, replantearon su doctrina insurreccional. Mientras se robustecían económicamente con el negocio de la madera y luego con el de la cocaína y utilizaban esos medios para reclutar y armarse, buscaron hacer las paces con los ex Decas, criticando a Guzmán y Feliciano por la guerra de los 80 y prometiendo que no los volverían a atacar.
Luego vino la toma del campamento de Techint y el fortalecimiento económico de Sendero que le siguió. Junto con ello, el control de las rutas más importantes para la salida de la cocaína del VRAE. Entonces, la Fuerza Armada intervino y conquistó, aunque precariamente, el corredor de Vizcatán, con los herederos de los Decas ya convertidos en espectadores lejanos y en muchos casos indiferentes del curso de la guerra.
Este resumen apretado e incompleto ayuda a explicar, sin embargo, algunas de las razones de la relativa fortaleza de Sendero en el conflicto del Vizcatán. Memoria, continuidad y adaptación a la circunstancia, de su lado; y olvido, negligencia e improvisación desde el Estado y la sociedad. Eso, en toda guerra y especialmente en una centralmente política como esta, lleva a consecuencias muy perceptibles. Aquí ha significado que los vencidos de ayer se conviertan en la amenaza de hoy; y que los vencedores de ayer sean los espectadores desilusionados de hoy.
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