LIMA. Las luces de un día gris se opacaban con los colores de las banderas, pancartas y demás afiches. Luego de más de un mes de la segunda vuelta presidencial, el Perú todavía no tiene un presidente proclamado. Voces de fraude, provenientes de la derecha, tiñen el ambiente nacional. Incertidumbre, inestabilidad y gritos recorren el centro de Lima, lugar que alberga dos campamentos políticos: el de Perú Libre y el de Fuerza Popular. El primero se encuentra frente al local del Jurado Nacional de Elecciones, mientras que el de la otra agrupación política se ve frente al Palacio de Justicia. Como se sabe estas personas ocupan dichos emplazamientos apoyando al candidato que esperan sea proclamado como vencedor en la segunda vuelta electoral.
Esperando la proclamación entre sombreros y rejas
La Plaza de la Democracia, situada al frente del Jurado Nacional de Elecciones, me da la bienvenida. Sombreros parecidos a los que utiliza Pedro Castillo estaban en las cabezas de los simpatizantes, otros usaban trajes típicos de sus localidades. Me acerqué tímidamente a la entrada de la plaza enrejada. Gritos, quejas y descontento se podían escuchar a viva voz. Un hombre con sombrero marrón se reía al observar la escena. Aprovechando el momento, le pregunté qué había sucedido. “Están queriendo empadronar a los que duermen en el campamento”, respondió. El sujeto portaba una casaca verde e hizo una pausa para observar otra vez el suceso; en ese lapso me presenté. “Quieren hacer esto, porque han robado dentro del campamento”, añadió. Volteó otra vez y se despidió. La discusión en la puerta ya había acabado. Intentando retener toda la información posible, escribí en mi cuadernillo: “Lleva 33 días en el campamento”.
Contemplando de izquierda a derecha toda la zona me acerqué a la entrada. Dos señoras con chalecos rojos estaban, cuales guardianes de un templo, cuidando a que ningún extraño ingrese al campamento. Tras varios minutos de negociación -aceptando que no iba a tomar ni una foto sin haber pedido permiso- ingresé. Caminé perdido, hasta que divisé al señor de sombrero marrón y casaca verde que antes había hablado conmigo. Me saludó con una sonrisa e hizo el ademán para que me sentara junto a él dentro de su carpa; yo le dije que estaba mejor de pie. En la charla, me explicó que las comunidades nativas estaban distribuidas en la plaza. Me despedí nuevamente de él y caminé hacia el centro. Durante esos treinta segundos de trayecto observé que las vestimentas se repetían: chalecos negros, polos verdes parecidos a los militares, sombreros. Ya en el lugar, un reducido grupo esperaba ser atendido por la campaña oftalmológica. Al frente, un par de señoras repartían bebidas a otra cola. Las personas iban de un lado a otro, no paraban de caminar.
Una chica de figura delgada y vestida con un traje nativo -hasta entonces no sabía a qué comunidad pertenecía- apareció a medio camino. Fui hacia ella para preguntarle un par de cosas. Al saludarla, hizo una seña para que esperara. Ingresó a su sección del campamento y salió con un sujeto mayor que vestía también un traje típico. “Hemos demorado 24 horas en llegar (a la plaza). Ya vamos una semana apoyando, pero anteriormente estuvieron otros hermanos Shipibos que ya se fueron”, dijo Juan Agustín Fernández quien vino desde la comunidad nativa de San Francisco de Yarinacocha, Ucayali. “Nos pensamos quedar hasta que proclamen y juramente nuestro presidente Pedro Castillo”, sentenció. Caminé de nuevo hasta el centro y al voltear vi como la joven que me había hecho esperar al inicio estaba exhibiendo en el piso varios collares de diferentes formas y colores.
Un poco perdido entre muchedumbre decidí acercarme a la esquina donde se encontraba un gran cartel con la figura de Antauro Humala, líder del movimiento etnocacerista que se encuentra recluido en el Penal Ancón II por el «Andahuaylazo». Varios hombres sentados estaban comiendo y hablando. Al frente de mi, un señor con peinado militar y de baja estatura conversaba por el celular. Hice como si estuviera escribiendo en mi cuadernillo y levantaba la mirada cada cierto tiempo para comprobar si ya había acabado su conversación. Cuando guardó el aparato en su bolsillo, me acerqué lentamente. “Quien le habla es Augusto Peña Carbajal, representante Macro Centro del Etnocacerismo. Quien le habla estuvo 16 años preso por el Andahuaylazo”, me dijo. Al ser consultado por el líder etnocacerista Antauro Humala, Peña Carbajal explicó que ya cumplió pena, y que existe una presión política que no lo deja salir. “Lo que queremos es que nuestro país sea independiente, que nosotros decidamos lo que queremos para nuestro país. (…) El pueblo está así porque siempre ha sido espectador. Ahora nosotros tenemos que ser partícipes en todos los aspectos: social, cultural, económico”. Dejé de grabar y conversamos un par de minutos más sobre el campamento.
De regreso al centro de la Plaza de la Democracia, llamó mi atención un sujeto con un bigote pronunciado. Atrás de él un cartel de asesoría jurídica me dio a entender su rol en el campamento. Le pregunté si me podía sentar en la silla que estaba a su costado. “¿Por qué se estaban peleando en la puerta?”, le pregunté sobre la discusión que presencié. “Porque de un momento a otro les comunicaron que tenían que empadronarse”, me respondió el Dr. Tejada. Me explicó, además, que la razón del empadronamiento es debido a que había personas que entraban al campamento y robaban. “(…) Pero, acá es un centro de orientación, porque algunos vienen por alimentos, otros vienen de provincia con problemas con minas, que la comunidad, que la municipalidad”, me dijo al explicarme cómo asesora a las personas. También me contó que a la semana trabaja dos días y asesora empresas para poder sustentar los gastos. Antes de hacer otra pregunta, un señor sin mascarilla y con unos ojos azules llamativos se acercó a la mesa e intentó dialogar con el abogado. Al ver la hora, noté que tenía que ir a comer. Me paré para despedirme del Dr. Tejada, cuando el señor que nos interrumpió me preguntó por mi celular. Al no entender el motivo y sin saber cómo negarle el pedido, le di mi número alterando dos dígitos.
Luego de almorzar regresé a la Plaza de la Democracia. Una larga cola se formaba detrás de una camioneta. Cada persona recibía un taper y una botella de refresco. “Hermano, ayúdame, por favor”, me dijo una señora en silla de ruedas, a quien ayudé a desplazarse para luego decirme: “Gracias, hermano, déjame allí no más”. La mujer que vestía una casaca morada se acercó al inicio de la cola para recibir comida. Nadie cuestionó nada, sabían que tenía preferencia. Me acerqué de nuevo a la entrada del campamento para ingresar, pero la señora que me había dejado entrar antes ya no estaba. “No, no, no, búscate un dirigente para que puedas ingresar”, me dijo alguien que vestía un chaleco negro y con un escudo rojiblanco apoyado en sus piernas. Salí del lugar y fui a la esquina. Me acerqué a un puesto de comida ambulante. “¿Desde cuándo está acá”, le pregunté. Una mujer que usaba un mandil blanco me dijo que laboraba desde hace un mes en la zona. “Vendo como 50 platos al día”, me informó. Un hombre robusto se acercó para comprar un pollo broster.
Me alejé para probar suerte en la otra entrada del campamento. “Ya ingresa, pero no tomes fotos ni videos”, me dijo un encargado que vestía un chaleco rojo con el logo de Perú Libre al lado izquierdo. Logré mi cometido, pero las personas dentro del campamento estaban almorzando y preferí no interrumpirlos para hacerles un par de preguntas. Me dedique a recorrer todo el perímetro y nuevamente llegué al centro de la plaza. Un grupo de ronderos estaba escuchando atentamente el discurso pronunciado por uno de ellos. Todos veían a aquel hombre que proclamaba sus ideas. “Hermano, segunda vez que te digo que te saques las manos del bolsillo”, le dijo a otro rondero. No pude ver a quien le decía, pero la orden me dio a entender el cuidado que tienen para mantener una buena conducta en su emplazamiento.
En camino
Salí del campamento y caminé por la Av. Nicolás de Piérola en camino al desplazamiento donde se ubicaba la gente de Fuerza Popular. Ingresé a la Plaza San Martín, que para los entendidos es la más hermosa de esta parte del mundo. Varios grupos estaban distribuidos en el lugar. Bullicio y discusiones: se respiraba un ambiente político entre tanta incertidumbre; un país sin presidente electo. “Argentina tuvo a Perón, Perú tuvo a Velasco”, escuché por allí. Giré para ver quién decía eso e identifiqué a un señor delgado que usaba un sombrero de policía o militar y que usaba una de las estructuras de mármol para discursear. Las personas, entre curiosos y vendedoras ambulantes, lo escuchaban con atención. Me detuve un par de minutos para entender mejor su mensaje. Su bigote, parecido al del pintor español Salvador Dalí, me llamaba mucho la atención. Seguí mi camino hacia el Palacio de Justicia.
Arengas ante el Palacio de Justicia
Llegué al campamento de los seguidores de Keiko Fujimori que se emplaza frente al Palacio de Justicia. A diferencia del otro emplazamiento, aquí el panorama era más tranquilo, pues apercibí pocas personas. “Por ahí debe estar el señor que está encargado”, me explicó un joven con un chaleco de seguridad mientras armaba una carpa. Caminé un par de pasos y me quedé viendo el Palacio de Justicia, uno de los edificios más imponentes de la capital peruana. Avancé un poco más y observé con mayor atención a un grupo de entre diez a quince personas que estaban arengando. Otro grupo se acercó a un auto que se detuvo en plena avenida para entregar víveres, alimentos y bebidas para los movilizados. Una señora mayor pasó a mi costado, sus ojos azules me hicieron recordar al señor que interrumpió mi conversación con el Dr. Tejada. Me quedé quieto un rato y observé todo el panorama: muchas carpas verdes. Volteé la mirada para ver por el otro extremo y el panorama fue el mismo: más carpas verdes. Pero esto no era ni de lejos una campaña ambientalista como podría sugerir dicho color.
“Pregúntale al señor de polo rojo”, me respondió otro joven de seguridad al hacer mis indagaciones. Avancé hacia la persona indicada y me presenté. Atrás de esta persona se encontraba un comedor donde tres señoras con mandiles blancos atendían a los comensales. “Normal toma fotos, amigo”, me dijo el señor de polo rojo. Luego se despidió y empecé a deambular hasta que llegué a la carpa naranja donde se prestaba atención médica. El señor de polo rojo llegó de nuevo y me empezó a explicar cómo funcionaban las áreas del campamento fujimorista: el comedor, la carpa de salud, espacios para lavarse las manos, etc. Se retiró de nuevo y empecé a anotar todo antes que se vaya de mi mente.
Luego hice un recorrido de todo el emplazamiento y ya me sentía cansado. Un individuo que portaba un polo celeste se agarraba los brazos, de seguro que tenía frío. Y es que el invierno limeño se ha revelado este año como uno de los más recios de los últimos años. Mientras me acercaba al friolento, pensaba en las preguntas que podía formularle. “No, no, no doy razón a nada”, me espetó. Fue curiosa la forma como rechazó responder a un par de preguntas. Procedí a disculparme y me retiré. Antes de llegar de nuevo al comedor, pensé otra vez sobre el incidente.
Luego dediqué mi atención a una señora que veía y anotaba lo que había al interior de una carpa. Sacó un plumón y anotó un número en la carpa. Fui hacia ella para intentar hablar. Accedió. Básicamente, sustentó por qué estaba en contra del candidato Castillo y me explicó la labor que hacía. Le agradecí por responder mis preguntas y se fue. Empecé a caminar hacia donde estaba el personal de Serenazgo. Sentía los estragos del invierno, pues cada vez estaba haciendo más frío. Chequee otra vez la hora. En una hilera de 20 carpas, noté que solo estaba ocupada la del medio, donde se encontraban cuatro personas sentadas. La carpa al frente de ellos tenía colgada una bandera de Renovación Popular y una imagen con el retrato del excandidato presidencial Rafael López-Aliaga. Llegué al fondo del campamento y pasé al costado de un grupo de tres serenazgos. Inesperadamente, un muchacho de polo negro se acercó y me preguntó si quería comprar su tabla de skate. Le dije que no estaba interesado.
Ya fuera del campamento, localicé un taxi para irme a mi casa. En el trayecto pensé en la situación vivida, en las personas que integraban los dos campamentos, en sus esperanzas y miedos; en lo que esperaban que sea nuestro país para los próximos cinco años. Dejé un centro de Lima teñido de rojo y naranja. Estoy seguro, lamentablemente, que esta situación de incertidumbre no acabará con la proclamación del nuevo presidente. Más bien, intuyo que se iniciará otra etapa de conflictos políticos, donde el único afectado será el pueblo. Ojalá me equivoque.
Crónica por Tomás Tapia