Mi opinión
Las áreas de conservación privadas han aumentado notablemente el territorio protegido de nuestro país, son una maravilla y en esta plataforma hemos estado atentos a su crecimiento desde que se creó la primera de todas, el ACP Chaparrí en la provincia lambayecana de Chongoyape. En el distrito de Ollantaytambo, sector Olmirón, gracias al interés y al empuje de la familia Bellota Mejía se estableció en el 2016 el ACP Santuario de la Verónica, un área de conservación privada que se ha propuesto proteger los últimos bosques relictos de uncas, chachacomos y alisos de este mágico sector de la cordillera de Urubamba y el paisaje que rodea al apu Verónica, el Wakaywillque de los antiguos peruanos. Un equipo de Viajeros visitó el área y se conmovió con el despliegue de belleza y autenticidad de esta propuesta de cuidado ambiental y amor por la tierra. Esta es la crónica de una viaje reconfortante y lleno de emociones.
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Napoleón mueve la cola y nos recibe. En Ollantaytambo las luces que refulgen sobre la cordillera van perdiendo vigor mientras la noche cubre con su manto el valle que acabo de recorrer. Las estrellas pronto habrán de imponer condiciones en este rincón del Cusco que se va llenando de turistas a medida que el distanciamiento social se atenúa y las ganas de volver se hacen más evidentes en el trajín de los viajantes que esperan la salida del tren nocturno a Machu Picchu.
Napoleón, Napo, es el fiel compañero de Miguel Bellota, 54 años, guía en el Camino Inca durante doce y ahora gestor, con su familia, de una propuesta de cuidado ambiental y amor por las montañas que he venido a conocer: el Santuario de la Verónica, un área de conservación privada de 20 hectáreas enclavada en las faldas del apu Verónica, el Wakaywillque de los gentiles, la montaña tutelar, sagrada, que con sus 5,682 m de altura se eleva sobre los demás macizos de la cordillera de Urubamba.
Bellota es un hombre sencillo, de hablar pausado y decisiones rápidas. Un caminante que de tanto andar por estas soledades cayó subyugado ante la fuerza telúrica que brota de estas tierras que sirvieron de escondrijo a las tropas de Manco Inca, el efímero gobernante de un imperio a punto de estallar que intentó vender cara su derrota marchando hacia el oriente. Y que ahora sufre los estragos del calentamiento global y sus daños colaterales: uno de ellos la extrema sequedad de las pasturas que propician los incendios que se multiplican por todos lados poniendo en riesgo tanta diversidad biológica. Tanta belleza.
Su padre, me va contando mientras conduce su camioneta Hyundai doble tracción, un militar retirado descendiente de una de las antiguas panacas reales de los Incas, se vino a vivir en estas laderas al despuntar la década de los ochenta; la tropa familiar, Miguel entre ellos, se vio obligada a seguirlo. Desde entonces la ilusión de dejar atrás la vieja ciudad para asentarse en una tierra pródiga y a le vez dura, de cara al Wakaywillque, lágrima sagrada en quechua, se fue haciendo realidad para los Bellota. Para todos menos para el inquieto vástago.
Napo parece asentir desde el asiento posterior del vehículo que a trompicones va desafiando la física.
Miguel tenía otros sueños, el campo era para el escolar inquieto solo un escape, un propósito vital que podía ser atractivo para otros conversos, no para él. Su búsqueda, entonces, era distinta: otros cielos, otros afanes le taladraban el alma. El tiempo hizo bien su tarea, no me queda la menor duda, Bellota formó familia y con los suyos a cuestas siguió afanoso, miloficios, buscando su destino. Hasta que un día la montaña volvió a aparecer en su vida. Sortilegios, le dicen.
Una casita en la pradera
La camioneta avanza sobre la pista de asfalto que une la ciudad de Ollantaytambo con el mítico Km 82, el inicio del Camino Inca a Machu Picchu, la ruta que siguen año tras año miles de caminantes. Nos vamos acercando al sector de Olmirón, en una de las tantas curvas de esta vía asfaltada, nuevecita, habremos de girar en dirección a la Verónica para tomar un camino de osos que Bellota conoce al dedillo. Y recién en ese momento se anima a decirme lo que me quería contar desde que nos saludamos sobre al andén del tren cusqueño:
– Tuve una revelación mientras conducía a un grupo de turistas: en un punto del Camino Inca, en el sitio que todos llaman Siete Ventanas, caí fulminado por una fuerza que no había sentido antes; me desvanecí, perdí el conocimiento, tuvieron que auxiliarme y llevarme a rastras a una enfermería. Cuando me recuperé, después de interminables consultas médicas en el Cusco, después de semanas de incertidumbres, tenía claro lo que quería hacer…
Caminar, andar sin prisa por las montañas, en medio de la naturaleza, lo sé por experiencia propia, invita al ensimismamiento: una palabra que lamentablemente se utiliza muy poco en estos días de uso y abuso de las llamadas redes sociales que sin embargo dice tanto.
Ensimismarse: recogerse en la intimidad de uno mismo, desentenderse del mundo exterior.
Eso fue lo que le sucedió al propietario del área de conservación privada que empiezo a saborear. Luego de esa experiencia sensorial, Bellota fue otro y se empecinó en tomar una serie de decisiones que hoy nos toca, felizmente, festejar.
Reunió a los suyos, eso fue lo primero que hizo, para decirles que estaba decidido a convertir las tierras que cobijaban a su familia en un santuario dedicado a proteger y venerar al apu Verónica y que en ese espacio espiritual, único, de tantas remembranzas personales construiría un templo como el del Camino Inca para reunir a los que siguen creyendo en los designios de estos cerros tan sagrados. Para ello había que buscar y buscar la forma de convertir en realidad los sueños del creyente.
Las dificultades fueron apareciendo como las nubes que a la mañana siguiente de mi llegada al santuario tomaron posesión de este retazo del cielo cusqueño.
En el comedor de amplias ventanas que los Bellota han construido para recibir a sus huéspedes, Miguel me presenta a su familia: a Katia Mejía, su esposa, administradora por vocación y principal apoyo de su causa y a sus dos hijas, Pierina, licenciada en comunicación para el desarrollo y encargada del relacionamiento del ACP y Andrea, bióloga con una especialidad muy reciente en áreas de conservación. Claro y a Micaela, la nieta que apenas camina y ya se abalanza sobre el buen Napo que la mira con asombro perruno.
El ACP Santuario de la Verónica se estableció en 2016 con el objetivo explícito de conservar la flora y fauna que se desarrolla en las agrestes pendientes del nevado ubicado a 50 km de la ciudad del Cusco; cuyo lado opuesto al que se accede después de trasmontar el abra Málaga se ha hecho famoso entre aventureros, ciclistas de montañas y amantes de las aves. En esa otra cara del Wakaywillque los bosques de queuñas (Polylepis spp.) son impresionantes y están muy bien cuidados por los técnicos de ECOAN, la ONG que lidera el biólogo cusqueño Constantino Aucca.
- Más info en El queñual, el árbol nativo que puede salvar al mundo
- Más info en El Apu Verónica con Explora / Cusco
En la que empiezo a recorrer ahora, la que cuidan con esmero los Bellota Mejía, son las asociaciones de uncas (Myrcianthes oreophila), chachacomos (Escallonia resinosa) y alisos (Alnus acuminata), en cambio, las que definen el carácter absolutamente mágico de sus empinadas laderas que parecen cinceladas por las caídas de agua y las temperaturas abisales. Hablo de un bosque andino, relicto de lo que alguna vez fueron estas asociaciones de árboles nativos en franca retirada de estas breñas, por donde se mueven todavía osos de anteojos, pumas, gatos andinos, zorrillos, venados y revolotean picaflores, búhos americanos y pájaros de todos los tamaños.
Esas características tan particulares fueron decisivas para que el proyecto familiar de Miguel y los suyos recibieran el apoyo de la ONG Conservación Amazónica ACCA, una institución que conozco muy bien que ha impulsado la creación de 12 áreas de conservación privada y tres de conservación regional en su zona de influencia, cuando el desánimo empezaba a hacer estragos en sus convencimientos.
Con el apoyo de ACCA el expediente técnico fue aprobado y el entusiasmo de todos volvió a crecer. Y ha seguido creciendo.
En las Siete Cataratas
La mañana de mi segundo día en el santuario lo pasé en la chacra que han ido construyendo desde la nada. En la chacra y entre los árboles donde han colocado las cajas con los panales de abejas que polinizan en los bosques cercanos. Me muevo por un tejido natural compuesto por las ramas de los capulíes, eucaliptos y cipreses. “Hemos tenido que aprender desde cero, me lo dice Katia Mejía, el cerebro detreás del pulso de Miguel Bellota, no sabíamos sembrar ni teníamos idea de cómo manejar de una unidad productiva como la que tenemos ahora”.
Los Bellota Mejía una vez constituida el ACP y definida la propuesta de ecoturismo y turismo místico que esbozaron, fueron por más. Postularon al fondo Turismo Emprende del MINCETUR para acceder a las partidas que necesitaban para terminar de armar la fiesta en su montaña. Y lo consiguieron: hoy, a pesar de los golpes de la pandemia sanitaria, el Área de Conservación Privada Santuario de la Verónica funciona y está muy bien acondicionada para recibir a los visitantes que desean vivir una experiencia rural única, de la mano de unos interpretes ambientales de primera, de cara al macizo que atisbo desde la habitación que me han brindado.
A medio día empezamos la caminata a las Siete Cataratas, las caídas de agua que se lucen a la distancia, todas rodeadas de unos bosques generosos, llenos de vida. Primera sorpresa: la casa de los Bellota colinda con una asociación de cipreses inmensa y en muy buen estado de conservación que contorneamos mientras ascendemos a nuestro destino. Miguel presume que esos colosos fueron sembrados hace más de cien años, en la época de las haciendas, cuando estos valles y laderas fungían de coto de caza. Señala también los restos de unas tumbas que hace cientos de años debieron construir los osados habitantes de estos abismos. La vista del Wakaywillque enternece.
Napo sigue a su dueño a prudente distancia; él, citadino también, ha tenido que aprenderlo todo. Nosotros, en rigurosa fila india, avanzamos por un sendero muy bien trazado que nos va conduciendo de a poquitos al corazón del bosque andino. En un claro sobre los 3200 msnm, Bellota nos detiene para mostrarnos el lugar donde va a levantar el templo con el que sueña, el ágora donde los creyentes en las montañas sagradas podrán detenerse para reverenciar al apu Verónica. Los sueños se han hecho para cumplirse, pienso, las señales que nos mandan para seguirlas…
Pierina y Andrea, que forman parte de la comitiva, observan a su padre convencidas de sus seguridades. Las nubes se van moviendo, lentamente, para que el gigante que han decidido cuidar sí o sí nos muestre sus detalles más íntimos, las cumbres que muy pocos montañistas han logrado alcanzar, las cimas de un nevado majestuoso, potente, hermoso.
La tarde fue cayendo mientras las sombras de los árboles creaban siluetas inverosímiles, formas y figuras de otros tiempos Nos entretuvimos más de la cuenta cogiendo con las manos las aguas cristalinas que descienden de los nevados, debo admitirlo, sintiendo la fragancia que brota de unas comunidades arbóreas inusuales, repletas de epífitas y musgos, unos bosques golpeados a la mala por la obstinación humana y la crisis ecológica que tanto nos agobia y nos pesa.
Los santuarios son lugares sacros y han sido levantados para reverenciar a una deidad específica. Dicen los que han estudiado la religiosidad andina que en la cúspide de las entidades que pueblan el imaginario de los hombres y las mujeres de las alturas se encuentran los apus. Para ellos el cerro, la montaña, los apus ordenan la vida de los seres humanos, de las plantas y de los animales. Por tanto, los apus, las montañas sagradas organizan el mundo, lo dirigen. Y protegen a los pueblos instalados sobre sus flancos.
Lo escribí hace algún tiempo. Me copio: “El espacio geográfico en los Andes, los paisajes por decirlo de alguna manera, no deben ser entendidos como objetos pintorescos, útiles solamente para la contemplación estética (o turística) o la transformación de sus rincones en terrenos aptos para la construcción de infraestructuras vanas como se pretende hacer en la pampa de Chinchero, por poner solo un ejemplo. Los paisajes constituyen para los pobladores andinos lienzos donde se graban las memorias compartidas. En las chacras, los caminos, las lagunas, las pampas, los apus o montañas tutelares y en los demás espacios de los Andes peruanos se encuentran los retazos de la historia –la real, no la oficial- de los hombres y mujeres de sus comunidades más antiguas”.
Y también son los lienzos donde tenemos que grabar las formas y detalles del mundo que queremos construir. Los santuarios que estamos en la obligación de edificar, cumplen ese cometido. Los Bellota lo han entendido así, qué bueno.
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Toca partir, la ceremonia del adiós cuando nos encontramos con los demás miembros de la tribu suele ser intensa. Los deseos de volver para seguir platicando al lado del fuego que crepita en la noche cósmica con amigos para toda la vida y las ganas de prolongar más de lo debido una estancia tan grata adormitan los pasos que hay que dar. Napo lo sabe y ladra. Tenemos que retornar. Que el Wakaywillque ilumine nuestro camino. Y el de los Bellota Mejía, wakaywillquerunas…
Más datos
De acuerdo a la clasificación de sistemas ecológicos de NatureServe el área propuesta corresponde a un Bosque Montano Pluviestacional, espacios que se caracterizan por albergar una importante flora y fauna de rango restringido y altos niveles de endemismo.
Por su proximidad al Santuario Histórico Machu Picchu, el área presenta una importante zona de conectividad para especies de mamíferos de gran tamaño como el oso de anteojos (Tremarctos ornatus) y el puma (Puma concolor), favoreciendo así su distribución a lo largo del área de amortiguamiento.
El ACP Santuario de la Verónica ofrece a los visitantes la oportunidad de desarrollar actividades vinculadas a la conservación del medio ambiente como la observación de aves, el senderismo y la vista a las cataratas que son parte de su objeto de conservación.
Los Bellota Mejía paquetes de 1 día, dos días, tres días y más: en todos los casos se trata de experiencias místicas y de conservación de la naturaleza. Para consultas ingresar www.santuariodelaveronica.com y/o visitar sus redes sociales: en Instagram y Facebook @santuariodelaveronica
Fuente:
Guillermo Reaño. Fotos Gabriel Herrera / Viajeros