Coincidiendo con el “Día del Campesino” (24 de junio) y con mi primera estadía en la Reserva Nacional de Pampa Galeras (1986), quiero evocar a Salvador Herrera Rojas. Un querido amigo y reconocido integrante de la comunidad campesina de Lucanas (Lucanas, Ayacucho) que se caracterizó por su permanente defensa de la vicuña, movilizando a las poblaciones andinas, resguardando sus reivindicaciones y levantando su voz de protesta.
Luchador infatigable en favor de la conservación, manejo y aprovechamiento de esta representativa especie silvestre, lideró un segmento social que sigue anhelando mejorar sus condiciones de vida a partir de la explotación de su valiosa fibra. Su identificación con esta causa lo convirtió en uno de los promotores de la principal reserva de vicuñas del país, ubicada sobre las tierras cedidas por los habitantes de Lucanas.
Supo representar a su comarca en momentos espinosos y contrajo responsabilidades que otros evadían. Ser alcalde, gobernador, juez de paz y presidente de la comunidad en las lejanías del ande, no es una posición en donde existan adulaciones o soberbias. Allí se arriesga la vida, la familia y el trabajo.
Esas son algunas de las lecciones que caracterizaron a quien hizo frente a la adversidad de un medio desentendido de las necesidades del poblador rural. Un país dividido, apático, convulsionado, atiborrado de desencuentros e invertebrado y, por lo tanto, colmado de sentimientos contradictorios que avivan desigualdades y nos separan de los más pobres. Podemos decir “…un Perú hermoso, cruel y dulce, y tan lleno de significado y de promesa ilimitada”, como escribiera el indigenista José María Arguedas a la poeta Blanca Varela (1962).
Puedo afirmar, sin exageraciones, que la preservación de este camélido ha sido posible gracias a su activa y organizada intervención. Lideró la censura de las asociaciones comunales, en donde habitan el 70 por ciento de la población de vicuñas, cuando a partir de 1978 las encargados del Proyecto Especial de Utilización Racional de la Vicuña del sector Agricultura iniciaron la indiscriminada matanza de más de 8,000 ejemplares, empleando el sórdido argumento de una aparente sobrepoblación. Este episodio ameritó una controversia internacional que se prolongó durante muchos años.
Tiempo después los científicos más connotados del mundo en dinámica poblacional de fauna silvestre evidenciaron cómo las cifras de los censos que justificaban esa “saca”, habían sido adulteradas y carecían de sustentación técnica. Sus denuncias fueron escuchadas y se creó la Comisión Investigadora de la Conservación y Saca de la Vicuña de la Cámara de Diputados (1980) que determinó las causales de responsabilidad de los negligentes servidores públicos involucrados. Años más tarde, algunos de los comprendidos en este infame suceso formaron organizaciones ecologistas privadas y hasta asumieron cargos estatales. En “perulandia”, como lo avalan estos hechos, no existe memoria.
Quienes lo conocimos y logramos forjar un intenso vínculo afectivo podemos testimoniar de sus porfiadas visitas a Lima. Fuimos recibidos en Palacio de Gobierno por el presidente de la república, el 5 de junio de 1987, con la esperanza de solucionar el incumplimiento de las obligaciones asumidas por el ministerio de Agricultura. Una vez más, las buenas intenciones del jefe de estado se diluyeron en las complejas instancias del Poder Ejecutivo. Han sido numerosas las ocasiones en que lo acompañé, contagiado por su entusiasmo y espíritu solidario, a audiencias con medios de comunicación, ministros y parlamentarios.
Su trayectoria lo acercó al afamado ambientalista y presidente honorario de la comunidad de Lucanas, Felipe Benavides Barreda. A su lado enfrentó los mezquinos intereses de empresas transnacionales deseosas de favorecerse con la transformación textil de la vicuña. Finalmente, la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites), en su sexta conferencia anual realizada en Canadá (1987), aprobó el pedido peruano en representación de las naciones firmantes del Convenio de la Vicuña (Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y Perú) que permitió empezar la fabricación de telas «provenientes de la esquila de animal vivo» registradas con la marca “Vicuñandes-Perú”.
Al reivindicar a la colectividad olvidada, al peruano carente de zapatos, escuela, luz eléctrica, tecnología e idioma castellano, recuerdo a Salvador Herrera Rojas. Mi solidaridad con el aldeano de la vieja hacienda, el moderno agricultor y el parcelero que lucha por enaltecer un nuevo principio a fin de mejorar sus niveles de vida. Mi adhesión porque también alimentan a los peruanos -que tanto necesitamos de comestibles materiales y espirituales- con su inequívoco mensaje de fe e ilusión.
Convirtió las demandas de sus paisanos en el motivo de su existencia y jamás dudó en admitir difíciles desafíos a pesar de las vacilaciones. Un ser humano de impecables credenciales cívicas y morales. Rindo mi emocionado homenaje al agricultor, al dirigente rural, al compatriota consecuente y al innegable conservacionista.
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