El tema del VRAE ha colocado a Ollanta Humala entre la espada y la pared. El fiasco de Echarate es del tipo que recomienda la pronta renuncia de los ministros del Interior y de Defensa. Pero esa renuncia no tendría sentido si no enfrenta también las responsabilidades de los altos mandos militares.
Las dos líneas de acción juntas constituyen una tarea de gran envergadura, que a su vez tendría poco sentido si no viene acompañada de una reforma en serio. Pues todo sugiere que no estamos solo ante un problema de personas, sino sobre todo ante uno de cultura corporativa: las instituciones de la defensa y la seguridad están carcomidas.
Por ejemplo, la idea de que la anunciada mayor ofensiva contra el narcosenderismo en 20 años va a ser llevada adelante desde el mismo esquema organizativo que viene ofreciendo casi nulos resultados en esos mismos dos decenios es una burla al contribuyente. Sobre todo cuando se están escalando los reclamos de aumentos y más presupuestos para los uniformados.
Para Humala la cosa no es fácil. Se supone que en ocho meses ha podido llevar a las máximas responsabilidades a oficiales de su confianza, o por lo menos de sus simpatías. ¿Cuántas veces va a poder hacer cambios de personal frente a las sucesivas evidencias de incapacidad frente a un enemigo que no parece fácil de derrotar en estas condiciones?
¿Son estos argumentos a favor de que los dos ministros se queden? Depende. De un lado no puede achacársele la responsabilidad efectiva de una inoperancia que viene de tiempo atrás y que se da en un ámbito que los excede. Pero de otro se les ve muy acomodados con un gremio que se supone está bajo sus órdenes políticas.
Es sintomático que en estos momentos los más interesados en dar su opinión sean altos oficiales que tuvieron responsabilidad en otros años, pero que no pueden realmente mostrar resultados en la guerra contra el narcosenderismo. Es cierto que chalecos bamba o ranchos podridos caen dentro de su profesión, pero no se entiende qué pueden aportar.
Si el cambio ministerial llega a producirse, sería un error poner uniformados formados en el espíritu de cuerpo por sobre todas las cosas, como también sería un error poner a civiles sin experiencia alguna en el trato con militares o policías. Eso acorta considerablemente el naipe, pero de ese tamaño es el encargo de esta hora.
Resumiendo, la victoria en el VRAE pasa por una reorganización de partes sustantivas de la Fuerza Armada y la PNP. Lo cual a su vez exige ubicar en ambas carteras civiles experimentados. Lo sucedido recién en el VRAE no es un accidente sino un claro anuncio de cómo se va a empezar a manejar el enemigo desde ahora. El que quiera entender que entienda.
Los comentarios están cerrados.