El tráfico de cocaína en Piura

Como es sabido, desde fines de la década del 90 se vive en el Perú el segundo *boom* de la cocaína. Los “barones de la droga” pertenecen principalmente a los cárteles mexicanos. Las rutas de transporte hacia los mercados internacionales son los puertos. A diferencia de los años 80, cuando los colombianos dominaban este negocio, el transporte de la pasta básica era con avionetas.


 


En el caso de Piura, el poder corruptor de la droga infiltró hace buen tiempo a muchas instituciones, incluso a las fuerzas del orden, que están siendo investigadas porque habrían facilitado las instalaciones del casino militar a los narcotraficantes que utilizan al puerto de Paita para embarcar cantidades industriales de cocaína.


 


Sin embargo, el problema del tráfico de drogas en esta región no termina en sus puertos. Increíblemente, también tiene zonas liberadas por los narcotraficantes, como en algunos valles cocaleros. Es el caso de Aragoto, en la provincia de Ayabaca, lugar donde personajes radicales vienen promoviendo una supuesta consulta popular sobre la minería.


 


La ubicación geográfica de Ayabaca – Aragoto (frontera con Ecuador) y el abandono del Estado la convierten en zona estratégica para los narcotraficantes. Aquí están ubicados los laboratorios que procesan la pasta base traída por trochas y caminos de herradura desde la región San Martín.


 


Ahora bien, ¿por qué en este lugar? Porque están a un paso de la línea de frontera con Ecuador. Esto les permite esquivar la acción policial y, además, porque tienen asegurados los insumos químicos que vienen en abundancia del vecino país. Como vemos, el negocio es redondo.


 


En Ayabaca conocen a Aragoto como la «Colombia chica» debido a la cantidad de personas de esa nacionalidad pues es común escuchar vallenatos y ver camionetas 4×4 y motocicletas de gran velocidad, que contrastan con la pobreza y analfabetismo de los lugareños.


 


Poca gente se atreve visitar Aragoto. Es un pueblo donde las reglas de juego no las dicta la autoridad estatal. Una de estas reglas es la prohibición a los campesinos de cultivar amapola, porque podrían llamar la atención de la autoridad. El negocio es la cocaína, no el látex de amapola, como equivocadamente señalan algunos medios.


 


El 5 de agosto último, la Policía Antidrogas se enfrentó en Ayabaca a un número no determinado de narcotraficantes ecuatorianos y colombianos que estaban provistos de fusiles de asalto y lanzagranadas. El resultado fue de dos policías heridos y un laboratorio de cocaína destruido. Hechos similares se vienen registrando desde el año 2000.


 


La lógica de este negocio es impedir que los reflectores de la autoridad y de los medios de comunicación los apunten, por eso pocos se atreven a denunciar los crímenes que diariamente se producen.


 


Definitivamente, no le hace mucha gracia al narcotráfico la inversión y las economías legales en las zonas de su influencia y control. No tendrían asegurados la sumisión y el secuestro del campesino, tampoco el silencio, a veces cómplice, de las autoridades locales. Habría que analizar cuánto de esto está presente ahora en Ayabaca.


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