Después de nueve años de inacción, las Fuerzas Armadas retomaron la lucha contra el terrorismo en el Vraem en agosto de 2008. Como el objetivo era tener el control territorial, especialmente del Vizcatán, la estrategia se centró en instalar bases contraterroristas con soldados que prestaban el servicio militar voluntario. Con ellos se empezó a realizar patrullajes de reconocimiento e, inclusive, se lanzó un intenso fuego aéreo contra supuestos campamentos terroristas en los ríos Mantaro y Ene.
Muchos advertimos que esa estrategia estaba equivocada, pues la inexperiencia del conscripto, el escaso conocimiento del terreno por parte de los oficiales a cargo de las operaciones y la exasperante ausencia de inteligencia mínima para una guerra no convencional convertían automáticamente a los militares en carne de cañón y en blancos fáciles para las emboscadas.
El rosario de derrotas, con muertos y heridos, no se hizo esperar. A pesar de ello, algunos analistas, después de realizar el tour oficial por algunas bases antisubversivas, siguieron apoyando esta errada estrategia y defendían las operaciones militares.
Paralelamente, en el Alto Huallaga la Policía Nacional libraba otra guerra contra la facción terrorista encabezada por el cabecilla ‘Artemio’. Allí la estrategia era simple y franciscana, pero al mismo tiempo tremendamente efectiva. La inteligencia humana y electrónica eran las principales armas de combate. Así, en pocos años Sendero Luminoso y sus colaboradores fueron desarticulados por completo.
Por lógica consecuencia, muchos pedíamos que esa misma estrategia, complementada con el apoyo de fuerzas especiales, se aplicara en el Vraem. La respuesta en coro de los voceros del gobierno fue que la policía no estaba capacitada para intervenir en ese escenario y que, en cualquier caso, primero tenía que subordinarse a las Fuerzas Armadas.
Se insistió con la fallida estrategia y el esquema se mantuvo hasta que se produjo el segundo secuestro de los trabajadores del gas de Camisea. La respuesta del gobierno (operación Libertad) terminó por confirmar que la lucha contra el terrorismo en el Vraem iba a la deriva.
Sospecho que a partir de este hecho, el gobierno decidió formar un equipo ad hoc cuya piedra angular era el personal policial con mucha experiencia en el manejo de la inteligencia humana y electrónica, complementado por fuerzas especiales de los tres institutos armados.
A la fecha, ¿qué ha dado este cambio como resultado? La eliminación, en quirúrgico ataque, de tres importantes mandos operativos que integraban el comité central del grupo terrorista. Un golpe muy duro, sin duda, pero que no significa el final del terrorismo. Es solo cuestión de tiempo para que otros cuadros intermedios llenen el espacio dejado por ‘Alipio’, ‘Gabriel’ y ‘Alfonso’. La diferencia es que ahora, al parecer, sí tenemos una estrategia correcta, un buen equipo humano y un soporte tecnológico de muy alto nivel.
Ahora supongamos, optimistamente, que a fin de año se liquida a todo el grupo terrorista. ¿Ello significará que el Vraem está pacificado? La respuesta es no. Y es que el principal problema allí es el narcotráfico, que procesa más del 50% de toda la cocaína que se exporta y lo que está haciendo el gobierno en este extenso valle para revertir esta situación es realmente inocuo.
Quizá aquí sí haga falta no solo un lobo sino una pantera hambrienta que, por lo menos, infunda miedo a los barones de la droga, especialmente a los que usan uniforme.